Se lo hemos oído muchas veces a Abascal y lo escuchamos todas las mañanas en emisoras y tertulias de extrema derecha: «Vivimos bajo un golpe de Estado».
Pero quien lo ha dicho esta semana, así con todas las letras, ha sido Lluís Llach al anunciar su dimisión como miembro del Consell de la República que preside Puigdemont.
El famoso cantautor se encuadra en el sector radical que promueve una «cuarta lista» que vaya más allá que las de Junts, Esquerra y la CUP en sus exigencias independentistas. Por eso no se siente «cómodo» con la negociación entre Puigdemont y Sánchez y parece temer que el «presidente en el exilio» claudique y acepte algo distinto a la «amnistía integral».
Coherente con su teoría del «golpe de Estado» en marcha, Llach dice en Vilaweb que «no cree en la amnistía». Pero a la vez advierte: «Me daría vergüenza que los partidos aceptasen una amnistía que no amnistiase hasta al último de los militantes».
Abascal y sus intermitentes compañeros de viaje sostienen que el «golpe de Estado» lo está dando Sánchez al subvertir la legalidad para amnistiar a Puigdemont y negociar con él un referéndum. Llach y gran parte de la opinión indepe alegan por el contrario que Sánchez y Puigdemont son las víctimas del golpe protagonizado por «un cuerpo jurídico absolutamente heredero del franquismo».
Se crean o no esta paranoia, no les queda otra que reconocer que el perímetro de los «golpistas» se ha ampliado exponencialmente tras las sucesivas resoluciones de los letrados del Congreso (tildando de inconstitucional la proposición de ley del Gobierno), de los fiscales de la Sala Penal del Supremo (apreciando por 11 a 4 indicios para investigar a Puigdemont por terrorismo) y del pleno de la Eurocámara (instando a la justicia española a investigar su conexión con la trama rusa, por una abrumadora mayoría de 433 contra 56).
Es decir, que los «golpistas» no serían solamente los instructores García-Castellón y Aguirre, tan vilipendiados como lo han sido todos los jueces molestos para el poder, al menos desde aquel día de 1992 en que Marino Barbero registró la sede del PSOE por el caso Filesa. Ahora ya resulta que los letrados de la cámara, la mayoría de los fiscales y casi todos los europarlamentarios también están en la «conspiración» contra Puigdemont y sus santos apóstoles.
Es una perspectiva propia de quien no busca el perdón de sus delitos, ni siquiera su olvido colectivo, sino la asunción por las instituciones de un falaz relato alternativo que nos cubriría a todos de bochorno.
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Pero los fanáticos no son necesariamente tontos. Y con un pájaro de cuenta como Boye al lado, menos.
Estos sucesivos contratiempos en instancias tan diversas les han corroborado que, en su actual redacción, la Ley de Amnistía seguiría dejando a la intemperie a Puigdemont por partida doble. Al menos durante los años que duraran las instrucciones de Tsunami —asunción por el Supremo y consulta al TJUE incluidas— y de la trama rusa. Adiós reconquista de la Generalitat de aquí a unos meses.
Y en iguales condiciones quedarían los demás imputados por formar parte de Tsunami, los CDR y las conexiones con el Kremlin. Según sus propios cálculos, más de un centenar de personas. Más de un centenar de «soldados» a los que habría que «dejar atrás» junto a su general en jefe, mientras se beneficiarían de la amnistía muchos dirigentes y cargos intermedios de Esquerra. Demasiado para Junts.
Puigdemont haría el ridículo ante sus bases si después de haber apoyado a Francina Armengol como presidenta del Congreso, a cambio de una oficialidad del catalán en la UE que ni está ni se la espera, resultara que hubiera apoyado la investidura de Sánchez, a cambio de una amnistía parcial e inservible para sus fines. Si te engañan una vez, la culpa es del otro; si te engañan dos veces, la culpa es tuya.
«Mientras el terrorismo y la alta traición sigan excluidos de la amnistía, serán los tribunales y no Sánchez quienes tendrán que absolver a Puigdemont»
Los hechos están demostrando a Puigdemont que, de la misma manera que lo que dijo Sánchez en su contra en el pasado no ha sido un obstáculo para mercadear con él, lo que diga ahora en su defensa tiene exactamente el mismo valor. Mientras el terrorismo y la alta traición sigan excluidos de la amnistía, no será Sánchez sino los tribunales quienes tendrán que absolverle.
Y fiarlo todo a futuras reformas del Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento que redefinan el terrorismo y acoten la instrucción, es correr el riesgo de que ese ridículo sea exponencial, cuando tales ocurrencias topen con nuevos obstáculos.
A menos que alguna de esas «soluciones imaginativas» que propugna Esquerra llegue acompañada de unas garantías, que hoy por hoy nadie ha concretado, Puigdemont no tendrá margen alguno para renunciar al órdago que planteó hace dos semanas en el Congreso. O la ley elimina de las excepciones el terrorismo —sin matiz algunoV y la traición, o Junts volverá a votar que no. Lo que supondrá el final de la amnistía y la muerte anunciada de la legislatura.
Muchos pensarán que Sánchez ha doblado ya tantas veces la rodilla —indultos, sedición, malversación, amnistía, verificador, inmigración…— que lo lógico sería que volviera a hacerlo. Pero las cosas han llegado demasiado lejos y ceder de nuevo supondría ya desafiar a la Eurocámara, a la Comisión Europea y en último caso a la guillotina del TJUE. O sea, traspasar las únicas líneas rojas que ni vital ni políticamente puede permitirse cruzar.
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Hétenos aquí ante un aparente culo de saco que no tendría ninguna salida si el próximo domingo no se celebraran elecciones en Galicia y el CIS no trabajara a destajo para manipular a los votantes con el fin de conseguir que se cumpla su propia profecía y el PP pierda su mayoría absoluta.
Inesperadamente, Sánchez y su gobierno han encontrado un clavo ardiendo al que agarrarse en la expectativa no de que el PSOE tenga un buen resultado en Galicia, sino de que el pujante BNG crezca lo suficiente como para poder liderar una coalición de izquierdas que desaloje a Rueda de la Junta.
Si eso ocurriera, es obvio que el liderazgo de Feijóo se tambalearía y no faltan miembros del Gobierno que ya sueñan con un duelo a muerte por la sucesión entre Ayuso y Moreno Bonilla e incluso con una escisión por la derecha si el segundo le ganara a la primera.
«La pérdida de Galicia no sólo dejaría muy tocado al PP, sino que abriría un escenario nuevo con las 3 comunidades históricas gobernadas por separatistas»
Sin llegar tan lejos en ese cuento de la lechera, no hay que ser un lince para darse cuenta de que la pérdida de Galicia no sólo dejaría muy tocado al PP, sino que abriría un escenario nuevo con las tres comunidades históricas gobernadas por partidos separatistas y Sánchez convertido en gestor de la mutación constitucional que todos sus socios demandan.
En un escenario así el presidente tendría más fuerza para plantarse ante Puigdemont y obligarle a pasar por el aro de una amnistía incompleta y de recorrido azaroso. O incluso de conseguir que hubiera diputados de Junts que rompieran la disciplina interna y apoyaran esa salida posibilista, como apunta Garea.
La capacidad de coacción cambiaría entonces de bando. Sánchez podría amenazar a Puigdemont con aprovechar la crisis de la oposición para convocar unas generales en las que buscaría una aritmética más parecida a la de la pasada legislatura, cuando Junts no pintaba nada.
[El Gobierno se mete en un embrollo judicial y legislativo sin garantías de acuerdo con Junts]
Por mucho que los expertos otorguen sólo un 20% de posibilidades a este desenlace, los gallegos indecisos a los que les importen su modelo de sociedad, la unidad de la España constitucional y el europeísmo no deberían confiarse. El precedente de lo que ocurrió en la última semana de las generales debería servirles de lección.
Sobre todo, teniendo en cuenta que, si se cumplen en cambio los pronósticos del resto de los sondeos, el resultado del 18-F tendría también unas consecuencias enormes e inmediatas en el curso de la política nacional.
Con un PP reforzado y un PSOE vapuleado, Sánchez no tendría otro remedio que inclinar de nuevo la cerviz y acceder a lo que le pida Puigdemont para ganar tiempo y buscar la forma de que la «amnistía integral» sea digerible por Europa. Su hoja de ruta pasaría por salir mejor en la foto de las elecciones vascas de abril, sobrevivir a las europeas de junio y buscar la reivindicación de un triunfo aplastante en las catalanas del otoño o invierno que llevara a Illa a la Generalitat.
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Todo esto son futuribles. El minuto y resultado actuales indican que el embrollo de la amnistía ha llevado a Sánchez a una situación en la que el BNG, un partido independentista gallego trufado de radicales, pero con una candidata amable, es el único clavo ardiendo al que puede agarrarse. Y con la particularidad de que, a diferencia de los precedentes anteriores, con González-Laxe y Touriño, si la oposición sumara en Galicia, los socialistas serían meros comparsas del Bloque.
Entre tanto nadie podrá reprochar a Sánchez que no afronte la sisifemia del trabajador incansable, dando saltos entre los más dispares asuntos, de un continente a otro. Cualquiera diría que quien «va como una moto» no es España —como él dijo en el Senado— sino su acelerado presidente, proponiendo cambios legales los lunes y desdiciéndose de ellos los miércoles.
El problema de ir tan pasado de frenada es que llega un momento en que ni los tuyos te siguen. La prueba de que su cruzada contra la «fachosfera» está resultando un fiasco absoluto es que, cuanto más se empeñan sus soldaditos mediáticos en vincular a los agricultores contestatarios con la ultraderecha, más apoyo popular reciben. Y desde que hace seis meses empezamos a preguntar por ello, nunca había habido tanto rechazo a la amnistía. Hasta el punto de que por primera vez es mayoritario —49 frente a 46%— entre los que se declaran votantes del PSOE.
«Cualquiera diría que quien «va como una moto» es el presidente, proponiendo cambios legales los lunes y desdiciéndose de ellos los miércoles»
Como dijo Cándido Méndez este viernes en Espejo Público, en un lapsus de su subconsciente sindical, Sánchez debería darse cuenta de que ha llegado «la hora de parar». Cuanto más tarde en hacerlo, mayor será el batacazo al bajarse del tigre.
Como fuente de inspiración, yo recomendaría al presidente, a Félix Bolaños y aun más a José Luis Rodríguez Zapatero un instante de reflexión sobre la impagable confidencia de Tarradellas, rememorada por Lluís Llach en la antedicha entrevista:
«Tenéis que venir bajo mi balcón a gritar a favor de la independencia. Y yo abriré los ventanales del balcón, y os diré que estáis locos. Os enviaré a casa, os diré que estáis perdiendo el tiempo y cerraré el balcón. Pero, sobre todo, Llach, cuando yo cierre, ¡continuad gritando independencia!».
Es imposible explicar mejor cómo quien dijo que aceptaría «el Estatuto que viniera de Cataluña» y quienes pretenden darle un significado «virtuoso» a la amnistía, confundieron y siguen confundiendo la realidad con el teatro.
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