«No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Con estas palabras, que nacen del deseo fraterno de Dios para el ser humano, el Papa Francisco comienza su mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, que celebramos hoy.
En momentos de debilidad, cuando apenas quedan fuerzas para mantener el cuerpo y el alma en pie, saberse acompañado puede llegar a convertirse en la mejor medicina de quien pierde hasta las ganas de continuar. «Hemos sido creados para estar juntos, no solos», revela el Papa, «y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana». Y lo es aún más en tiempos de «fragilidad, incertidumbre e inseguridad», continúa, «provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave».
Hoy, además, celebramos la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. El lema, La única especie capaz de cambiar el planeta. El efecto ser humano, nos adentra en el sentido de la justicia y la igualdad, poniendo de manifiesto que los desafíos globales nos afectan a todos por igual.
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En ambos casos, la vocación de servicio comienza y termina en los ojos de Cristo, en lo más alto de la Cruz. Pero no es una cruz forjada en la tristeza o la desesperación, sino que alcanza su plenitud en la alegría de la Resurrección. Un consuelo que recibimos por medio de Cristo (2 Cor 1, 5), quien sufre con cada hermano que sufre y desea que participemos con Él en esta preciosa misión.
El departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española propone como lema para la Campaña del Enfermo de este año Dar esperanza en la tristeza. A través de esta campaña, que comienza hoy –festividad de la Virgen de Lourdes– y concluye el 5 de mayo con la Pascua del Enfermo, desean (de la mano del profeta Jeremías) convertir la tristeza en gozo, alegrar y aliviar las penas de los sufrientes (cf. Jer 31, 13).
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El Papa recuerda que «los cristianos estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de Jesús». Por ello, no solo es esencial cuidar al enfermo, sino también las relaciones, invitando a cuidar «a quienes sufren» y están «solos, marginados y descartados». Con la intención de «contrarrestar la cultura del individualismo y del descarte», insiste en «hacer crecer la cultura de la ternura y de la compasión». Y nos invita a «sanar las heridas de la soledad y el aislamiento» con el amor recíproco que Cristo nos da en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía. «Los enfermos, los frágiles y los pobres –destaca el Papa– están en el corazón de la Iglesia y deben estar, también, en el centro de nuestra atención humana y solicitud pastoral».
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Una llamada al amor derramado que nace en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) y que coincide, de principio a fin, con el lema Dar esperanza en la tristeza. «Desde Pastoral de la Salud, se quiere promover la reflexión sobre un tema que nos parece particularmente urgente, el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional».
Del mismo modo, no podemos olvidar –en esta Jornada Nacional de Manos Unidas– que muchos hermanos nuestros, en muchos lugares del planeta, viven la desnutrición, el hambre y la muerte, y se ven sumidos en la desesperanza. Hay desigualdad e injusticia, sí, y está en nuestras manos ayudar a poner fin a este drama que fragmenta el corazón y la humanidad.
Le pedimos a la Virgen María por estos hermanos que, en estos momentos, están pasando por el valle del dolor y que, a veces, ni siquiera saben ponerle nombre a ese desfiladero de angustias. La pobreza y la ausencia de salud, siempre amenazadas por las circunstancias del mundo en el que vivimos, han de estar acompañadas por el Amor: el de Dios y el de los hermanos. Un Amor en mayúscula que no siempre es capaz de evitar el dolor, pero que le puede dar sentido y alivia siempre el sufrimiento con el compartir lo que somos y tenemos, derramando el bálsamo de la esperanza.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.