Por el título puede parecer que nos encontramos ante una serie de terror, pero nada más lejos de la realidad. Porque The Curse (La Maldición en español) es una ácida parodia de los reality shows, los influencers y criaturas similares nacidos en esta sociedad de las apariencias y la pretenciosidad forzada. Además cuenta con el añadido de que está protagonizada por Emma Stone, que estos días triunfa en la gran pantalla con el estreno de Pobres Criaturas y por la que opta a los Oscar de este año. La primera parte de esta, supongo yo que será, única temporada la tuvimos en enero en Skyshowtime y esta semana llegarán el resto de los episodios que nos ofrecerán el final de la historia.
En La Maldición, Stone interpreta a la conductora de un reality show embarcada junto a su marido (Nathan Fielder) en un programa para rehabilitar casas y edificios abandonados de un pueblo de Nuevo Méjico llamado La Española y que transforman en viviendas ecológicas con el mensaje de renovar y mejorar la comunidad para la que invierten. Todo orientado a vender esas casitas de ensueño a personas pobres, con esos locales al lado de postureo para subir la foto del café a Instagram. Aunque desde el primer momento sospechamos que las intenciones de la noble pareja conductora del programa no es tan noble, ni tan filantrópica como tratan de aparentar.
Felder es uno de los showrunners de esta serie, un peculiar creador televisivo al que siempre le ha gustado experimentar y jugar con los conceptos de realidad y ficción. Así que nos encontramos con un formato más cercano al del falso documental o a los de cualquier reality show. Estamos a una serie que se va cociendo a fuego lento y en la que no vamos a tener giros inesperados de guión. La música y la banda sonora está reducida al mínimo, para dar esa sensación de que estamos ante una historia real.
Todas las construcciones que venden los protagonistas tienen una fachada formada por espejos. A cada episodio, la escena que antecede a los créditos termina con la imagen deformándose como si estuviéramos ante uno de esos espejos de feria. La presencia de una cámara de televisión tiene el mismo efecto distorsionante de estos espejos y ninguno de los protagonistas se comporta de la misma manera cuando sabe que le están grabando. No importa la realidad, sino lo que la cámara muestra.
La pareja protagonista quiere un reality destinado a grabar lo buenas personas que son y lo bien que lo están haciendo todo. Claro que esto de tener una cámara al día recogiendo todo acaba sacando precisamente aquello que quieres ocultar. Sobre todo porque la tercera pata de la serie es un productor de televisión (Benny Safdie) sin escrúpulos de esos que se aplican el lema de no dejar que la realidad les fastidie un buen titular y montar las cosas de la manera que sea para tener un click fácil. En varias ocasiones vemos cómo los protagonistas se enfrentan a las cámaras cuando ven que pueden esta captando algún momento íntimo o hacen cosas que nadie debería ver. Aunque juran y perjuran que las cámaras y los micros estaban apagados, sabemos todos que eso no es así.
Ya en el primer capítulo, el marido saca su peor cara cuando se pone violento ante una periodista que empieza a preguntar cosas incómodas a su mujer. Posteriormente tratará de comprarla para que destruya esa cinta. Pero para rizar el rizo se graba dando un billete demasiado alto a una niña que está pidiendo en la calle. Luego trata de recuperarlo cuando pretende que le dé el cambio. Es ese el momento en que la niña le suelta la maldición que da título a la serie. Los protagonistas no saben si realmente les ha echado el mal de ojo.
A medida que va avanzando la trama pronto iremos conociendo al personaje de Emma Stone y cómo está movido por aparentar que hace lo correcto siempre que la graban. Su sonrisa podría congelarte. Una de las escenas más reveladoras es cuando vive una de esos momentos en pareja típicos de cualquier película romántica saturada de azúcar. A ella le parece tan genial que pretende repetir la situación pero grabándolo todo con el móvil. La diferencia entre un momento y otro es la artificiosidad. Así vamos basculando entre el esperpento y la vergüenza ajena.
The Curse no es plato para todo el mundo. Es rara, es extraña. Pero si entras en el juego terminará atrapándote.