A finales de los años 90, el ahora escritor sueco Anders de la Motte (1971) era un joven policía. «Un día -explica en entrevista horas antes de participar este jueves en una mesa redonda de BCNegra– un compañero trajo un pastel por su cumpleaños y de repente se abrieron tres puertas al final del pasillo que siempre estaban cerradas. Salieron tres policías, olían a mentol y a tabaco, tenían los ojos enrojecidos y no decían nada, solo asentían con educación. Cogieron un trozo de tarta y se fueron de nuevo. No sabíamos qué hacían allí ni los veíamos nunca. Si alguna rara vez te los cruzabas por el pasillo nunca establecían contacto visual. Eran policías rotos, que tuvieron su momento de gloria y por algún motivo los arrinconaron allí a la espera de su jubilación, porque al ser funcionarios no los podían echar». En esas «almas errantes», los define, se inspiró para crear la Unidad de Casos Perdidos de la policía de Malmö, a la que relegan a su protagonista, la brillante inspectora Leo Asker, en ‘El asesino de la montaña’ (Planeta / Columna), su carta de presentación en España.