«Asturianos» llega a la meta. El gran autorretrato que LA NUEVA ESPAÑA dibujó con cuatrocientas historias de vida de vecinos de los 78 concejos concluye en el suplemento «Siglo XXI» de hoy. Han sido miles de kilómetros recorridos y cientos de horas de charlas recopiladas en primera persona que permiten extraer una conclusión global: a pesar de las dificultades, los argumentos para la confianza en el futuro superan ampliamente a los que invitan al derrotismo. Así lo sienten quienes protagonizan con su esfuerzo el día a día de esta comunidad.
Un periódico tiene que ser útil a la sociedad en la que está inmerso, no solo para proporcionar información relevante sino también para servir de catalizador del impulso colectivo poniendo en común datos, ideas y reflexiones. Desde que comenzó el milenio, LA NUEVA ESPAÑA lleva completadas tres vueltas enteras a la región, en otras tantas series concejo a concejo, villa a villa y ahora protagonista a protagonista, con el ánimo de contribuir a la búsqueda de alternativas de progreso.
El mundo ha cambiado de manera radical desde el itinerario anterior que terminamos en 2021. Este primer cuarto de siglo, con una pandemia de por medio, aceleró el descubrimiento de Asturias desde fuera y acabó con su insularidad desde dentro. La región representa la naturaleza por excelencia y ha conseguido labrarse una imagen de paraíso perfecto. Las autovías estructuraron el territorio, menos de una hora a lo ancho de Gijón a Lena, dos horas y media a lo largo, de Ribadedeva a Tapia. Las carreteras interiores equivalen a algo así como la «red de los 45 minutos», el tiempo máximo de distancia en las intercomunicaciones fundamentales. El tren dará pronto el salto a Madrid en tres horas. El fin de las distancias cambia la historia, marcada a sangre y fuego por la indómita geografía.
Dicen que estamos en el siglo de las ciudades. Las del centro gozan de una ventana de oportunidad excepcional: sus conexiones y la proximidad les permiten mantener una dimensión humana perfecta. Por debajo cada una individualmente de los 300.000 habitantes, y con la operatividad funcional de una gran urbe, por encima de las 700.000 personas entre todas, el tamaño mínimo para que funcionen las economías de aglomeración. Oviedo y Gijón son los motores del crecimiento, que toman el relevo de lo que representaron en el pasado Mieres y Langreo. A los cuatro municipios y sus respectivos entornos dedicó «Asturianos» las últimas semanas de sus dos años de recorrido.
Una peligrosa resignación domina Las Cuencas. Existe el convencimiento entre sus pobladores de que la reindustrialización fracasó y de que con los fondos mineros no hubo acierto. La reconversión urbanística, la de sustituir las viejas ruinas fabriles por espacios más atractivos para afincarse, quedó a medio realizar. Reintegrar los valles del Nalón y el Caudal a los biorritmos del resto del área metropolitana es una de las grandes asignaturas pendientes. Lo contrario ocurrió en Oviedo y Gijón, otra vez en la rampa de despegue. Las peatonalizaciones y la apertura al mar fueron conquistas enormes.
Después de recorrer la comunidad, de una cosa podemos presumir sin vanidades: Hay una Asturias muy viva, por encima de adversidades, y con ella vamos a salir adelante
Operaciones como las de La Vega y el Cristo o Naval Azul y el Solarón generan expectativas para relanzar sus modelos. Como ciudad biosanitaria, de servicios avanzados y cultural, en el caso ovetense. Y como referencia industrial, tecnológica y de participación, en el gijonés. Si el turismo despegó en Gijón, en Oviedo se ha disparado. Su oferta musical, literaria y artística, sumada a la de Avilés, iguala en cantidad y calidad a la de una metrópoli. Un auténtico lujo para una autonomía del tamaño del Principado, y eso que los actos ni se coordinan ni se venden en conjunto.
«Asturianos» acaba de mostrar un puñado de análisis y proyectos diversos y originales. El fondo de las narraciones que hemos recopilado mantiene un denominador común: el orgullo por la calidad residencial de esta tierra y por la calidez humana de sus gentes, hasta el extremo de que para algunos Asturias misma y su estilo de vida se han convertido en el principal producto regional. El infinito amor a lo suyo y el acerado sarcasmo con los suyos moldean el carácter de los asturianos. Esa ironía exacerbada deforma muchas veces la importancia de los logros. Después de recorrer de arriba a abajo la comunidad, de una cosa podemos presumir sin vanidad: Hay una Asturias muy viva, por encima de trabas y adversidades. Con ella vamos a salir adelante.