El Valencia durmió anoche en séptima posición empatado con el Betis y solo dos puntos por debajo de una Real Sociedad que ha barrido en la fase de grupos de la Champions. Nadie se lo hubiera creído en verano. Ni siquiera los más optimistas del lugar. Llegar al mes de febrero con 35 puntos (el año pasado se consiguieron a mitad de mayo) es una sorpresa, pero por encima de todo es un triunfo personal de Rubén Baraja.
El Pipo ha conseguido que el valencianismo se ilusione con Europa y ya no tenga que sentarse en el sofá a ver, por ejemplo, un Granada-Cádiz como si le fuera la vida en ello. El equipo está en la lucha por méritos propios, pero hace bien Baraja no hablando de Europa. Su obligación es esquivar todas las preguntas al respecto y seguir «partido a partido». El Pipo entiende que marcarse ese objetivo podría generar «frustración» y «ansiedades» entre sus jóvenes jugadores. Y no le falta razón. Sería muy injusto exigirle a esta plantilla clasificarse para Europa después de las destrozas de Peter Lim en el mercado de verano y de invierno. Europa no es una obligación, pero es posible. Gracias al Pipo y a pesar de Lim. El máximo accionista tiene el don de la destrucción. Rompe todo lo que toca. Peter dejó tirado a Rafa Mir el último día de mercado. El delantero se expuso tanto que la temporada en Sevilla se le puede a hacer muy larga. Ayer tuvo que soportar cómo Quique le ninguneaba y dudaba de su exigencia. Mientras, Lim duerme tranquilo. No es justo.