Carles Puigdemont está en su despacho de la Casa de los Canónigos, la residencia oficial del presidente de la Generalitat. Es 26 de octubre de 2017 en el barrio gótico de Barcelona. Se ha arrimado al precipicio de la independencia. Él, al contrario que algunos conversos de CiU, siempre ha sido independentista. Pero ha llegado el momento. Y no es lo mismo soñar con la ruptura que declararla.
Siente vértigo. Ya no es literatura. Si da un paso al frente, puede convertirse en el tercero de esa línea sucesoria de libertadores de Cataluñas soberanas. Francesc Macià, Lluis Companys y Carles Puigdemont. Sin embargo, ya ha empezado a asumir que va a salir mal. Es muy probable que salga mal.
El control territorial, el sistema monetario, los servicios de inteligencia, la oposición de Europa… ¿Cómo puede mantener en pie ese nuevo país? Van pesando cada vez más los argumentos para suspender la independencia una vez se declare, pero Puigdemont no se rinde, quiere seguir explorando caminos.
Se abre la puerta. Entra un ruso. Un momento, un momento… ¿qué hace un ruso en el despacho de Puigdemont un día antes de que se declare –y se suspenda– la independencia de Cataluña? Se llama Nikolay Sadovnikov y están a punto de mantener una conversación sobre la posible ayuda que la Rusia de Putin puede brindar a la utopía soberanista.
Parece una locura, pero no existe otra alternativa. El president, como en esa novela de John le Carré llamada “La Casa Rusia”, podría decir: “Lo que hace veinte años parecía una fantasía disparatada era hoy nuestra única esperanza”.
Esta reunión es la escena de la que irradian todas las demás. Este es el epicentro de la trama que esboza el juez Joaquín Aguirre en sus investigaciones. La chispa de una relación ininterrumpida entre Puigdemont y el Kremlin antes, durante y después de la independencia. La historia de cómo en los momentos clave del procés se le abrieron al presidente de Cataluña las puertas de “La Casa Rusia”.
Por qué ahora
La negociación de la amnistía ha sacado a relucir este iceberg por una razón muy concreta: Puigdemont le pide a Sánchez que incluya en la norma de gracia el olvido de posibles delitos de alta traición. Ahí ha sido cuando a los dirigentes de la Comisión Europea se les ha encendido de veras el radar.
Si quedara probado –tal y como sospecha el juez Aguirre– que Puigdemont forjó una alianza con el Kremlin para desestabilizar Europa a través del procés, y Sánchez lo perdona… Bruselas no podría quedarse de brazos cruzados. De lo contrario, estarían aceptando que uno de sus países miembros, España, perdonara a un político que hubiese buscado la ruina de Europa de la mano del mayor enemigo del presente: Putin. Y la línea de Sánchez, como vimos en su primer “no” a Puigdemont, es Europa.
Todo esto es demasiado raro, demasiado increíble para ser cierto. Una unidad secreta del Kremlin, enviados que dicen tener hilo directo con Putin, los rusos en el despacho de Puigdemont, hombres armados… Han salido tantas cosas a lo largo de estos años que uno ya no sabe lo que es verdad y lo que es mentira, lo que es investigación en curso y lo que es investigación archivada.
Hay rostros que aparecen y desaparecen, identidades falsas, bruma, misterio. Los protagonistas, como en la novela, rozan el delirio. Se creen por encima de los gobiernos que dicen representar. Sadovnikov piensa que Putin, realmente, intervendría en Cataluña. Y Puigdemont, si recibe a Sadovnikov, es porque contempla la posibilidad de esa alianza.
El objetivo de este reportaje es poner sobre la mesa todos esos elementos ciertos, acreditados, y reflejar de una manera comprensible la relación de Puigdemont con el Kremlin. Porque esa relación, por inverosímil que se antoje, existe. Podríamos decirlo con palabras de Karl Marx: “La Historia ocurre dos veces. La primera como tragedia y la segunda como farsa”.
Recogidos los materiales publicados por este y otros diarios, las opiniones de algunos expertos y los autos judiciales emitidos hasta la fecha, podemos regresar a ese 26 de octubre de 2017. Faltan veinticuatro horas para que se declare la independencia y el señor Nikolay Sadovnikov está en el despacho de Puigdemont.
La reunión
Lo sabemos porque lo acabará confesando Elsa Artadi, dirigente de Junts y persona muy próxima al president. Ella estuvo allí y escuchó la conversación de Puigdemont con este hombre y con Jordi Sardà, un empresario catalán que, a base de hacer negocios con Rusia, ha aprendido el idioma y disfruta de cierta influencia allí. El enlace entre las partes fue otro de los presentes en este encuentro: Víctor Terradellas, antiguo responsable de relaciones internacionales de Convergència.
Artadi no contará al juez qué fue lo que escuchó. Se limitó a describir a los presentes. Como prólogo a aquel encuentro de máximo nivel con Puigdemont, había habido otro unos días antes en la cafetería del Hotel Colón de Barcelona. También por mediación de Terradellas, Artadi se reunió con dos rusos. Su objetivo era reportar a continuación al president. Hablaron de “criptomonedas”.
Pero estamos en el despacho el día 26 de octubre. Puigdemont tiene delante al señor Sadovnikov y queremos saber de qué hablan. Lo quiere saber sobre todo el juez Aguirre, el instructor de esta causa, trasunto en este reportaje de Barley Blair, el editor de libros que protagoniza “La Casa Rusia” y actúa como buscador de verdades en la niebla.
El juez Aguirre es serio, pero irónico. Investiga con impulso febril, aunque no le cambia el gesto. No hay más que escucharle en su interrogatorio a Víctor Terradellas, cuyos audios están publicados por El Món. ¡Cómo se lo pasa! Aguirre, hoy villano del independentismo por investigar la trama rusa, se conduce como el que ha llegado a una historia de forma casual y ha decidido abrazarla sin límites.
Una versión de lo que ocurrió llega a las manos de Aguirre en forma de recortes de periódico y dentro de un sobre anónimo. Así lo reconoce él mismo en el último auto. Así empezó Barley Blair, un día cualquiera, cuando pusieron en sus manos unas notas manuscritas acerca de las oscuridades del espionaje ruso.
Son unos recortes que firma el equipo internacional de periodistas investigadores OCCRP (Organized and Corruption Reporting Project). Aguirre está tratando hoy de dilucidar si es cierto el contenido de esas informaciones. Dicen lo siguiente: Sadovnikov, el hombre que está frente a Puigdemont este 26 de octubre de 2017, es un antiguo diplomático ruso que actúa a la sombra y a las órdenes de Putin. Tiene varias sociedades domiciliadas en la Plaza Roja de Moscú.
A tenor de esta misma investigación, Sadovnikov ofrece a Puigdemont todo esto que vamos a enunciar a cambio de convertir Cataluña en una suerte de paraíso fiscal para las criptomonedas. Eso encajaría con la reunión entre Artadi y los rusos unos días antes en la que se habló de… criptomonedas. Ahí va la oferta de Sadovnikov: 10.000 soldados rusos para defender el nuevo país independiente y dinero bastante como para pagar la deuda completa que arrastra la Comunidad autónoma.
En el mencionado interrogatorio con Aguirre, Terradellas dará más datos: no fueron una sino dos las reuniones de Puigdemont con emisarios rusos. En una entrevista con Rac1, dice más: Sadovnikov llega a ofrecer una videollamada Putin-Puigdemont y la pasta prometida es de… 500.000 millones de dólares.
El de Rusia es uno de los últimos caminos que Puigdemont busca para mantener viva una Cataluña independiente una vez la proclame al día siguiente, pero acaba rechazándolo, suponemos que por considerarlo, finalmente, un verdadero delirio. Víctor Terradellas le dirá en un mensaje a otro colaborador: “Se cagó en las bragas”. En el interrogatorio con el juez Aguirre intentará retractarse de tan humillante expresión. Se limitará a decir que Puigdemont reaccionó con “incredulidad”.
De las conversaciones entre Terradellas y Puigdemont interceptadas por la Guardia Civil, podemos inferir que este empresario tenía cierta ascendencia sobre el entonces president. De hecho, aquella reunión del 26 de octubre de 2017 se produce por los pelos, cuando Puigdemont ya está decidido a declarar la independencia y después suspenderla debido a su incapacidad logística para mantenerla.
Le dice Terradellas ante las evasivas para reunirse con Sadovnikov: “Nos habían garantizado declaración esta tarde [se entiende que una declaración rusa en favor de la Cataluña independiente]. Dinero x parte chino. Te pedíamos apurar. A las 5 venía emisario Putin. Estamos en la puerta de palacio. Nos debes recibir. Nos has de recibir”. Puigdemont cede, se ven y ocurre lo que hemos relatado.
Terradellas es el gran hombre de Puigdemont con Rusia. También está probado que, dos días antes de celebrarse el referéndum del 1 de octubre de 2017, se encontraba en Moscú. Si esta “Casa Rusia” fuera una parodia, una invención, ¿qué hacía un hombre con cierta ascendencia sobre Puigdemont en Moscú a 48 horas de la consulta? ¡Qué hacía un diplomático-espía ruso en el despacho de Puigdemont 24 horas antes de declararse la independencia!
Este es el relato que va escribiendo el juez Aguirre, nuestro Barley Blair, en sus papeles. Sabemos que Putin dedica todos sus esfuerzos a desestabilizar las democracias europeas. Cataluña es un caramelo para eso. La cuestión es si existen pruebas acerca de una colaboración entre Puigdemont y el Kremlin para conseguirlo. Si los contactos se tradujeron en acciones concretas. En acuerdos.
Fedótov y los espías del GRU
En el encaje de este puzzle, tiene también su importancia el periodo que va desde noviembre de 2016 –cuando ya Cataluña afrontaba un desbocamiento del independentismo– y octubre de 2017, cuando se produce el referéndum.
Estamos, entonces, en noviembre de 2016. El general Denis Serguéiev, alias Fedótov, viaja a Barcelona en vuelo directo desde Moscú. Volverá a Rusia casi una semana más tarde… pero desde Suiza. Y de nuevo regresará a Cataluña el 29 de septiembre del 2017, sólo dos días antes del referéndum.
Serguéiev es un personaje de película. Nació en Kazajistán (cuando era la URSS) en 1973. Se inscribió en el llamado “Conservatorio”, la unidad de instrucción de miembros del GRU –el espionaje de las fuerzas armadas de Rusia–. También se le siguió la pista, contó El País, en Reino Unido cuando el Brexit. En esta crónica, también se dice: “Informes de los servicios secretos occidentales lo vinculan con el fallido intento de envenenamiento del exespía ruso Serguéi Skripal y su hija”.
Otro personaje más, también supuesto miembro del GRU: Kalinin, alias Nikitin, que vuela a Cataluña en diciembre de 2016. Es un hombre perseguido por haber participado en otras acciones encaminadas a desestabilizar Europa. Se le vincula en los periódicos con el envenenamiento de un fabricante de armas búlgaro. Y un tercero, de apellido Opryshko, que recala en Barcelona en diciembre de 2017, dos meses después del referéndum.
Son tres tipos oscuros, pertenecientes al temible GRU. La Audiencia Nacional los investigará por presunta pertenencia a la Unidad 29155: un conjunto de alrededor de veinte personas con distintas habilidades. Informática, criptografía, medicina, tecnología… y manejo de armas.
Así como en el caso de Nikolay Sadovnikov está probada su relación con Puigdemont –a expensas de averiguarse en qué se tradujo–, la Justicia no sabe si estos tres agentes del GRU, cuando viajan a Cataluña, mantienen relación con el entorno de Puigdemont. Su interés, el de desestabilizar a España y Europa, es el mismo. Hoy no existen pruebas de que mantuvieran contactos, pero la Audiencia Nacional no los descarta y por eso sigue investigando.
El fin de Terradellas, la llegada de Alay
Para cerrar el periodo 2016-2017, debemos consignar la muerte política de Víctor Terradellas, el enlace de Puigdemont con Rusia. Este hombre tuvo claro desde el principio que en el Kremlin podía haber sido un gran aliado para la independencia. De hecho, antes de la reunión en el despacho del president, se había entrevistado en Moscú con personas a las que suponía cercanas a Putin. Ofreció el reconocimiento de una Crimea rusa por parte de Cataluña a cambio de que Rusia hiciera lo propio con una Cataluña independiente.
En 2018, un año después de la declaración de independencia, Terradellas fue detenido en el marco de una operación relacionada con la consecución fraudulenta de subvenciones públicas. Aquello no tenía que ver con Rusia, pero lo dejaba marcado a ojos de la policía. De ahí que ese papel de enlace con Moscú pasara a ejercerlo Josep Lluis Alay, jefe de la oficina de Puigdemont.
¿Qué decir de Sadovnikov? El emisario ruso que visitó a Puigdemont la víspera de la independencia fue localizado por el consorcio periodístico internacional autor de los recortes que llegaron al juez Aguirre. Concedió una entrevista. Da la sensación de que se lo pasó pipa. Dijo que, por culpa de un duro coronavirus, no recuerda nada. Le pusieron una foto de Puigdemont y aseguró no reconocerlo. Defendió ¡la integridad de España! Contó que en esas reuniones estuvo de espectador y no se enteró de nada.
Vayamos a 2018. De este episodio podemos saber a través de mensajes entre Alay y Gonzalo Boye –el abogado de Puigdemont– intervenidos por la Guardia Civil. El contexto es totalmente distinto: el ya expresident está fugado en Waterloo y necesita financiación para mantener su exilio dorado. Además, sigue soñando con un Estado independiente, ya que su partido continúa gobernando Cataluña.
Alay escribe, por ejemplo, en agosto de 2020: “Si apostamos en público por el Kremlin, hagámoslo de verdad”. Describe como “triángulo clave” el formado por Navalny, Bielorrusia y Snowden. “No podemos equivocarnos en ninguno de esos vértices. En cualquier momento, puede aparecer un tuit del president a favor de Navalny. Y eso nos mata”.
Alay, con la connivencia de Boye, está tratando de hacer lo que hizo Terradellas: trazar una relación de confianza con emisarios del Kremlin. Si Puigdemont apoyaba, por ejemplo, a un enemigo de Rusia como Navalny, ese plan se iba al traste.
Le dice Alay a Boye: “No sé tú pero necesitamos la confianza del president para tratar este tema ruso. Ya bastante sufrimos”. Traducido: quieren poner al tanto a Puigdemont de esa estrategia de la que todavía no tenemos detalles. Alay se llega a burlar de Terradellas, el anterior en su misión: “Este tío es el que se publicó su whatsapp enterito que comprometía al president con antiguos contactos absurdos rusos”.
En septiembre de 2020, Alay y Boye celebran su gran éxito. Han trazado contacto con Evgeni Primakov, al que definen como “mano derecha de Putin en el Kremlin para relaciones internacionales”: “Algunos dicen que tiene más poder que el Ministerio de Asuntos Exteriores”.
Primakov no es un cualquiera, sino el último puntal de una dinastía. Decir «Primakov» en Rusia es como decir Kennedy en Estados Unidos. El abuelo de este hombre localizado por Boye y Alay fue Yevgueni Primakov, ministro de Exteriores de Yeltsin y jefe del gobierno ruso en los años que conmovieron al mundo. Primero rival político de Putin, luego lo asesoró en asuntos delicados. De ahí el cariño que siente por su nieto.
Alay apunta: “Sabía que este caso le tiene [a Evgeni Primakov] muy obsesionado personalmente. Necesitábamos oxígeno con Moscú. Sin duda, igual tendríamos que ir a verles”. Y la pareja, Alay y Boye, acabará yendo a Rusia. Según el auto del juez Aguirre, logran entrevistarse con “los más altos capos de la mafia rusa”.
Se trata de Zakhar Kalashov, Vasili Kirsoforov y Koba Shermazashivili. Tal y como resumió este diario al conocerse el auto, Zakhar Kalashov, uno de los grandes capos de Rusia, fue condenado por la Audiencia Nacional en 2010 y entregado a Moscú cuatro años más tarde.
Llegó a ser considerado el máximo jefe de la mafia rusa. Un «vor zakonen», miembro de ese grupo de capos que ayudó a los oligarcas a apropiarse de los recursos públicos que perseguían. Desaparecidos en tiempos de la URSS, se dice que Putin les dejó hacer, siempre y cuando movieran sus tentáculos en el extranjero.
Vasily Khristoforov es una de las máximas autoridades de la mafia postsoviética, y se habría reunido con Boye en febrero de 2020, según una investigación realizada por The New York Times en 2021. El objetivo del encuentro habría sido, según los servicios secretos europeos, el establecimiento de un canal secreto de financiación para los fines del procés.
Koba Shermazashivili, por su parte, es otro relevante mafioso ruso-georgiano cuya organización fue desmantelada en España en 2010 gracias a la operación Java. También fue detenido en 2016 en Suiza por intento de asesinato, blanqueo, tenencia de armas, falsificación de tarjetas de crédito, estafa y falsedad.
Uno de los planes de Boye y Alay, por ejemplo, será crear un CNI catalán, pero en octubre de 2022 el partido de Puigdemont saldrá del gobierno de Cataluña, romperá con Esquerra y se verá reducido a una organización sin más influencia que la del eurodiputado fugado como autoproclamado mártir.
Las elecciones generales de 2023, con esos siete escaños, les volverán a convertir en imprescindibles. Hasta el punto de arrancar una amnistía que parecía impensable.
La eurodiputada letona
Con todos estos elementos, el juez Aguirre trata de escribir su “Casa Rusia”. Ha prorrogado seis meses la investigación porque el material es ingente. A falta de las conclusiones que alcance, este caso, el de la trama rusa del procés, acaba de ocupar la primera línea del Parlamento Europeo.
La artífice de este logro negativo para Sánchez y Puigdemont y muy positivo para la oposición se llama Tatjana Zdanoka, que es eurodiputada por Estrasburgo. Hace unos días, Bruselas inició una investigación contra ella por considerarla “espía rusa”.
Y la noticia, como era de esperar, ocupó un lugar preferente en Politico, el medio de información más influyente de Bruselas. Las pruebas recabadas se publicaron en un periódico ruso de investigación, el “Insider”. Se dice que doña Zdanoka viene trabajando a sueldo del Servicio Federal de Seguridad Ruso, sucesor del KGB.
Curiosamente, fue una de las trece eurodiputadas que votó en contra de una resolución que condenaba la invasión rusa de Ucrania. El “Insider” publicó los correos intercambiados entre la señora Zdanoka y el espionaje ruso.
Ahora viene la parte más interesante, la sorpresa, porque todos los caminos conducen al mismo sitio: Tatjana Zdanoka participó en el referéndum del 1 de octubre de 2017 invitada por la Generalitat. Se reunió, por ejemplo, con Raül Romeva, el consejero de Asuntos Exteriores, que acabó en la cárcel y luego fue indultado.
En todo momento, esta eurodiputada letona –antes miembro del grupo de Los Verdes y hoy no adscrita después de su expulsión del grupo– fue una gran aliada del independentismo catalán.
Repasemos, como haría el juez Aguirre emulando a Barley Blair. Por el lado de Cataluña han jugado, principalmente, Elsa Artadi, Víctor Terradellas, Carles Puigdemont, Gonzalo Boye y Josep Lluis Alay. Por el de Rusia, han sido Sadovnikov, Serguéiev, Opryshko, Kalinin, Zdanoka… ¿Qué tienen que ver entre ellos? ¿A qué acuerdos llegaron? ¿Forman parte del mismo libro?
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