Se nos casó Mateen, príncipe de Brunéi. Ahí es nada. El solo nombre impone, uno escucha «Príncipe de Brunéi» y se imagina palacios, lujo, oro, elefantes y un tigre domesticado a la puerta del dormitorio. Y hace bien en imaginarlo. El casorio duró diez días, ríanse ustedes de las bodas gitanas. Un príncipe de Brunéi está obligado a casarse durante diez días y por todo lo alto, da igual que hubiera preferido una boda por lo civil, con un par de testigos pillados al azar por la calle, como en las películas. Ser príncipe de Brunéi exige estar a la altura de las expectativas, el mundo entero espera que desayune ostras y caviar, se bañe en champán, tenga una docena de coches deportivos y, por supuesto, su boda dure diez días e incluya desfiles, comilonas, salvas de cañón, fuegos artificiales, miles de invitados, joyas y animales salvajes. Si además hay también una novia, mejor.
Es cuestión de Estado que cada país cumpla con los tópicos que se le han adjudicado, de forma que un príncipe de Brunéi debe casarse como en Las mil y una noches. El mundo necesita ver que sus sueños se cumplen y, así como en todo el orbe se espera de España un gobierno capaz de vender a su propia madre -o de amnistiarla- para permanecer en el poder, de Brunéi se espera un lujo asiático en cualquier acontecimiento, y más en la boda real. A cada país, lo suyo. En España, lo más parecido que tuvimos a una boda asiática fue la de la hija de Aznar en El Escorial, y gracias. Al Escorial, la familia real de Brunéi lo usaría de caseta del perro.
Confieso que me supuso un alivio no figurar en la lista de convidados. Estuve unos días intranquilo por si recibía la invitación, ¿qué le puede uno regalar al príncipe de Brunéi? A una boda no se llega con las manos en los bolsillos, pero a alguien cuya familia posee una fortuna estimada en 20.000 millones de dólares, 30.000 según otras fuentes, no se le puede dar un sobre con cien euros, como hice en la última boda a la que asistí. Si los expertos en economía no se ponen de acuerdo en si son 20.000 o 30.000 los millones de alguien, significa que son por lo menos 40.000, no puede uno presentarse ahí con un robot de cocina del Corte Inglés o un vale para pasar una jornada en el balneario Prats, bufet libre incluido.
Circulaba hace años un chiste sobre la visita a China de Jordi Pujol, cuando presidía la Generalitat. Se presentaba a las autoridades y, orgulloso de estar ahí representando a Cataluña, les espetaba el eslogan del momento: «Som sis milions».
-Ah, muy bien, ¿en qué hotel se alojan?- respondían los chinos.
Algo así habrá sucedido en la boda de Brunéi cuando, para dejar claro que no es un cualquiera, un invitado saludaría al novio notificándole que tiene una fortuna de diez millones de dólares.
-Ah, muy bien, ¿en qué bolsillo los lleva?- respondería Mateen.
El papel de Anisha, la novia -sí, al final alguien pensó en incluir una novia en la fiesta-, no sería tampoco sencillo. Ignoro qué se siente cuando te propone boda un príncipe de Brunéi, lo más cerca que he estado de ello es cuando recibí un correo electrónico de un príncipe africano agonizante que -desconozco por qué razón- se fijó en mí para bañarme en millones. No llegó a buen puerto la cosa, pero me sirve para ponerme en la piel de Anisha, a quien alguien debería enseñarle cómo se dice «braguetazo» en el idioma que sea que hablen en el sultanato. En otros lugares, la novia luce un diamante, para envidia de sus damas de compañía. En Brunéi, Anisha lució una tiara con 800 diamantes, lo cual es mucho mejor, eso no hay quien lo envidie, para qué. Anisha ya forma parte de la familia real, una familia tan curiosa que el papá del novio, el sultán, apoya la lapidación de homosexuales y adúlteros. Cierto es que, generoso en el fondo, cuando está de buenas se conforma con la mutilación de extremidades de esos pecadores, mejor no preguntar qué extremidades.
El bueno de Mateen, por su parte, practica el polo, que es el deporte que ha de practicar un príncipe de Brunéi, y se considera un influencer, a toda familia real le corresponde uno, en España nos ha tocado Victoria Federica, que ya es mala suerte. Es, en suma, como cualquier joven de su edad que viva en una chabola con 1.800 habitaciones, 257 baños y un establo con aire acondicionado, donde 200 jamelgos relinchan de risa pensando en el calor que pasan los humanos en el exterior.
Al revés de lo que sucede en Occidente, donde se reserva para el final, la boda del príncipe Mateen empezó con un polvo, ya en la primera jornada. Polvo de arroz, y además coloreado, que, como manda la tradición, los familiares de los novios esparcieron sobre la pareja a modo de bendición. A partir de ese primer polvo, se sucedieron los diez días de celebración, previos a una vida de más celebración. Cosas del dinero.