La primera vez que Jordi Évole tuvo delante a Josu Urrutikoetxea, ‘Josu Ternera’, fue hace tres años en una cafetería de París. El periodista había conseguido hacerle llegar su interés por entrevistarle y aquel encuentro iba a servir para allanar el terreno. Nada más llegar, el antiguo militante de ETA le espetó: “Quiero que sepa que usted está en las antípodas de lo que yo considero buen periodismo”. 

Aquella reunión –y en definitiva la entrevista- podría haber acabado ahí mismo, pero Évole optó por quebrarle la cintura al terrorista tirando de humor e ironía, que son sus armas habituales. “Bueno, pues hasta otra, ya nos veremos”, le respondió con una sonrisa haciendo ademán de marcharse. “Él aún llevaba una pulsera de vigilancia de la Policía francesa y quiso hacer una puesta de escena dura para marcar territorio, pero mi reacción, medio en broma, le descolocó. Al final, el día acabó bien”.

Esta anécdota sobre la trastienda de ‘No me llame Ternera’, la conversación filmada entre Jordi Évole y Josu Urrutikoetxea que Netflix estrenó en diciembre, se la contó el pasado miércoles el presentador catalán a Iñaki Gabilondo en una de las sesiones de ‘Hotel Florida’, las jornadas sobre periodismo y literatura que, por sexto año, han reunido a destacadas figuras mediáticas para hablar del oficio.

El encuentro tuvo lugar en el mismo edificio de la madrileña plaza del Callao –hoy ocupado por una sede de El Corte Inglés- donde estaba el hotel que cobijó a los corresponsales que cubrieron la guerra civil. En su caso, debían conversar sobre “la entrevista, su arte y sus límites”. Como si sientas a Miguel Ángel y a Rafael a charlar de pinceles, vaya. 

Momento mágico

“Me siento como una vieja gloria del cine mudo delante de Almodóvar hablando de cine”, le soltó Gabilondo a Évole nada más empezar. “Y yo como si estuviera con Messi”, le devolvió el de Cornellà. Los dos han logrado plantarles micrófonos a algunas de las figuras de la vida pública nacional e internacional más destacadas de los últimos tiempos, y si bien reconocen que cada uno tiene su estilo propio –“lo mío eran conversaciones en directo donde jugaba contra el tiempo, lo tuyo son productos de comunicación más elaborados”, distinguió Gabilondo-, ambos estuvieron de acuerdo en que una buena entrevista encierra siempre un momento mágico en el que el personaje hace ‘crac’ y se abre como una sandía en verano. Para llegar a ese punto, cada uno tiene sus mañas.

Encuentro entre Jordi Évole e Iñaki Gabilondo. XAVIER AMADO


El secreto de Gabilondo está relacionado con el oído, pero se ejecuta con los ojos. “Nuestro trabajo consiste en saber escuchar, y eso no va de poner cara de escuchar, sino de prestar verdadera atención al entrevistado y hacer que él la sienta”, resumió el veterano periodista antes de relatar, a modo de ejemplo, su encuentro con Margaret Thatcher.

“La entrevisté cuando había dejado de ser primera ministra de Reino Unido. Andaba presentando un libro de memorias y se la notaba cansada de repetir lo mismo, hasta que le pregunté: ‘Ha dicho que lloró el día que dejó Downing Street, ¿y no lloró el día que ordenó empezar la guerra de las Malvinas?’. De repente hubo un relámpago en su mirada, porque no se esperaba esa pregunta, y a partir de ahí se sinceró”.

Nuestro trabajo consiste en saber escuchar, y eso no va de poner cara de escuchar, sino de prestar verdadera atención al entrevistado y hacer que él la sienta

Iñaki Gabilondo




El truco de Évole tiene que ver con la empatía y con la habilidad que tiene para tocar la fibra sensible de su interlocutor, a veces a través del humor, a veces apelando a sus propias experiencias personales. Verbigracia, su entrevista con el Papa. “Se me ocurrió comenzar hablándole de mi madre. Le dije que podía morirse feliz tras ver a su hijo con su Santidad, y en ese momento se relajó y empezamos a hablar de tú a tú”, recordó.

Nicolás Maduro le puso delante el fajo de bolívares que costaba un paquete de pañales en Venezuela. “Se le notaba que no estaba acostumbrado a hacer entrevistas a la contra, porque entraba a todos los trapos. Era un toro sin torear, pura espontaneidad. Fue un festival”, explicó el presentador.

Resabiados

Gabilondo y Évole coinciden en que cada vez es más difícil hacer entrevistas de ese calibre a personajes públicos, sobre de la política, porque hoy llegan “resabiados”, con la lección aprendida, y cuesta sacarlos del carril por el que se empeñan en circular, pero ambos se resisten a entender su trabajo como un combate.

“Siempre me hizo gracia eso de: ¡se te ha escapado vivo! ¿Qué querías que hiciese con el entrevistado, matarle?”, reflexiona Évole. “Eso forma parte de la patología de la vida pública actual: hoy un personaje público no puede ir a la tele o la radio a contar su verdad, ha de ir a que le destruyan”, se lamenta Gabilondo, y añade con voz de sentencia: “Puede que alguno de nosotros hayamos alcanzado cierta notoriedad, pero en una entrevista, el importante es siempre el entrevistado, no el que hace las preguntas”.

Encuentro entre Jordi Évole y Iñaki Gabilondo. XAVIER AMADO


Si el periodismo tiene la misión de contar los hechos que luego explicarán los libros de historia, la entrevista cumple la de dar voz a los protagonistas. Por eso, dos de los mejores entrevistadores de este país lo tienen claro: “Solo somos administradores del derecho de los ciudadanos a saber. Si Aznar no me concede una entrevista, a mí me da igual, mi vida no cambia, pero no tiene derecho a negársela a los españoles”, señaló Gabilondo a cuento de una de las entrevistas que le quedaron pendiente de su época de locutor de la Cadena SER. 

Siempre me hizo gracia eso de: ¡se te ha escapado vivo! ¿Qué querías que hiciese con el entrevistado, matarle?

Jordi Évole


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¿Se puede entrevistar al diablo? A Évole no se le han borrado aún de la mirada las huellas de los palos que recibió por haber dado voz a un etarra, “la mayoría, de gente que hablaba sin haber visto la entrevista”, se lamentó el periodista.

Pero Gabilondo, que le aventaja en un puñado de trienios en el oficio, le consoló: “Jordi, tú fuiste el enviado especial de la sociedad, que tenía derecho a saber cómo era Josu Urrutikoetxea. Y la forma tan heladora y desalmada como él queda retratado, resulta reveladora. Era una entrevista necesaria”.