Redoblan los tambores de guerra de nuevo en la península de Corea. Estamos en el momento de mayor tensión desde el armisticio de 1953 y esta vez Pionyang va en serio, alertan unos; es el enésimo ciclo de tensión-distensión, tranquilizan otros. El mundo mira a ese fósil de la Guerra Fría preguntándose si Kim Jong-un quiere sumarle otro conflicto a un mundo sobrado de ellos.

Corea del Norte ha saludado el año con un misil hipersónico de medio alcance tras las maniobras militares de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. En las últimas semanas había encadenado el lanzamiento de un proyectil intercontinental, la puesta en órbita de su primer satélite espía, el ensayo de un dron submarino con carga nuclear y varias salvas de artillería sobre la disputada frontera marítima, por hacer la lista corta. Seúl suspendió un acuerdo de 2018 para rebajar las tensiones militares y retomó la vigilancia aérea. Pionyang, en respuesta, devolvió sus soldados a los puestos fronterizos.

No es nueva la briosa actividad misilística norcoreana ni las amenazas de una guerra inminente ni las promesas de envolver en un mar de fuego a sus enemigos. Dos elementos sí son nuevos. Por un lado, la renuncia a la reunificación que había sido el propósito último de los Kim desde que su abuelo iniciara la saga. Su nieto pidió al Parlamento recientemente que una enmienda defina a Corea del Sur como su “principal enemigo” y aclaró que la unificación ya no es posible. Ese objetivo, añadió la prensa nacional, es “un serio anacronismo” cuando sus vecinos del sur sólo buscan “una oportunidad para derribar nuestro Gobierno y alcanzar la unificación por absorción”. También ha demolido el “Arco de la Reunificación”, monumento de gusto escaso pero simbolismo abundante, que su padre había levantado en Pyongyang durante aquellos raros años de sintonía en el principio del milenio. Y ha cerrado tres agencias estatales que promovían los contactos a ambos lados de la alambrada.

«Ir a la guerra»

El segundo elemento es una disensión en las prietas filas de los norcoreólogos, ese gremio esforzado en el estudio de un país inasible. Robert Carlin, antiguo analista de la CIA, y Siegfried Hecker, científico nuclear que ha visitado el país en varias ocasiones, aventuraron en un artículo publicado en el medio especializado ’38 North’ que Kim Jong-un, al igual que su abuelo hiciera setenta años atrás, “ha tomado la decisión estratégica de ir a la guerra”. “No sabemos cuándo ni cómo tirará del gatillo pero el peligro ya supera en mucho al de las rutinarias advertencias sobre las provocaciones de Pyongyang”, añadían. A esa decisión, argumentaban, habría llegado el país tras dos décadas intentando “normalizar” su relación con EEUU. Kim Jong-un afirmó en 2019 que era necesaria una “nueva vía” tras aquellas históricas y estériles cumbres con Donald Trump en Singapur y Hanoi.

El artículo ha agitado las aguas porque el mundo académico es un sano amortiguador contra la histeria mediática que anuncia guerras en Corea o invasiones chinas de Taiwán. El resto del gremio ha reaccionado con escepticismo y subrayado que con Corea del Norte la memoria flaquea. La guerra ya parecía dispuesta sólo una década atrás cuando Pyongyang bombardeó la isla de Yeongpeong, el régimen anunció su inicio en “varias semanas” y recomendó el desalojo inmediato de las embajadas en Pyongyang.

«Fase de la retórica»

“No es el momento más tenso desde el final de la guerra”, corrobora Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King College y experto en Corea del Norte. “Hemos pasado por el bombardeo de Yeongpeong, el hundimiento de la corbeta Cheonan, enfrentamientos de barcos con muertos… estamos ahora en la fase de la retórica y no es nueva. Corea del Norte ha sido muy cauta con sus ensayos de misiles para evitar daños a otros países”, señala.

Y sobre la inédita renuncia a la reunificación recuerda que la Constitución norcoreana es un documento político maleable. “Mañana puede cambiar de opinión Kim Jong-un y cambiará la constitución. Ha querido escenificar que es diferente a sus antepasados. Esa política era primordial para su abuelo y su padre tuvo complicado echarse atrás”, añade.

Relaciones con EEUU

Los aspavientos norcoreanos integran la casuística electoral de EEUU. El objetivo es recordarle que sigue ahí cuando se la intuye más inquieta por otros frentes. Washington ha enterrado aquella “paciencia estratégica” de Obama que le dio tiempo a Pyongyang para desarrollar con tranquilidad su programa militar. Su sucesor, Trump, se encontró con los ICBM o misiles de largo alcance, con teórica capacidad de golpear suelo estadounidense. La creciente amenaza norcoreana y su ego lo llevaron a una mesa de negociaciones que dejó algunas fotografías para la hemeroteca y ninguna sustancia. Pyongyang ha rechazado las invitaciones de Joe Biden a hablar en espera de un contexto más idóneo que el de su galopante crisis económica. Ese escenario se abrirá tras las elecciones.

No son los Kim líderes alocados ni imprevisibles por más que se alimente su caricatura. Su diplomacia, de hecho, se cocina a fuego lento y diseña estrategias a largo plazo. Sólo desde la extrema racionalidad ha sobrevivido siete décadas la cúpula de un insignificante país mientras veía desfilar los cadáveres de Muamar el Gadafi, Sadam Hussein y demás incomodidades para Washington. Sólo una pulsión suicida les llevaría a librar una guerra que no pueden ganar. En esa certeza descansan todos los mensajes tranquilizadores de los académicos cuando arrecian los tambores de guerra.