El asesinato de los marqueses de Urquijo fue un caso plagado de errores, tanto en la investigación como en su instrucción, y ahora ha vuelto al foco mediático por la venta de la mansión donde ocurrió todo.
Se cometieron irregularidades desde el primer momento y esto propició la desaparición y contaminación de pruebas. “Quemaron parte de la ropa de los cadáveres”, ha dicho Melchor.
Unos fallos que se repitieron a lo largo de un proceso en el que también se esfumó la prueba principal: el arma del crimen. Tampoco apareció otro elemento fundamental de este caso: la confesión por escrito que supuestamente hizo Rafi Escobedo, el principal sospechoso.
La figura del administrador
En el crimen de los marqueses de Urquijo hay una figura clave: el administrador de su fortuna, Diego Martínez Herrera. “No estaba bien pagado y su lealtad se confunde con humillación”, ha asegurado Melchor.
Desde que los cadáveres fueron descubiertos el 1 de agosto de 1980, el administrador tuvo comportamientos sospechosos, por ejemplo, ordenar lavar los cadáveres.
Diego Martínez recorría los platós con su carácter incendiario, mientras Vicente, el mayordomo de la familia, aseguraba su implicación en el crimen. Y es que una de las pruebas que incriminan a Javier Anastasio, amigo de Rafi con el que estuvo la noche del crimen, es un viaje a Londres. Posteriormente se descubrió que el administrador hizo el mismo viaje.