Sí, ya lo conté seguramente alguna vez, pero no me resisto a repetirlo. En uno de los últimos números de aquella rojísima y extinta revista «Atlántica XXII» (el primer adjetivo es de mi incumbencia) conformaban la mesa presentatoria −de izquierda a derecha desde el punto de vista del espectador− el psiquiatra Guillermo Rendueles, el periodista Xuan Cándano y el abogado Francisco Prendes Quirós, creo recordar. Cada uno iba largando lo suyo sobre los males de esta Asturias y así transcurría más de una hora amena a la vez que indignada por la lenidad y choriceo de muchos dirigentes, tal y como, por cierto, el tiempo no haría otra cosa que confirmar. Pero hete aquí que mientras intervenía Cándano, Paco Prendes Quirós (Gijón 1939-Íd. 2024) consultó la hora en su reloj de muñeca, en un gesto mecánico como el que tantas veces practican quienes tal artilugio usan. De pronto, pegó un brinco, abandonó su asiento, interrumpió a Xuan de modo abrupto y sin que hubiera fuerza humana que lo detuviese abandonó la sala a la carrera con no otra explicación que la cierta: «¡Os dejo, perdonadme, voy corriendo a bajar a Colás, que es su hora!». Colás era su perro. Y no había frivolidad, burla, premeditación o menosprecio en su escape: lo primero, antes.

Como escribí por entonces en una red social, nunca quedábamos citados, no hacía falta, acabábamos encontrándonos siempre que queríamos o podíamos. Nos saludábamos con prosopopeya intercambiable, paseando por el Muro gijonés, temprano: «¡Buenos días, ilustre tocayo!», «Buenos días, don Francisco, distinguido prócer!». Luego, hablábamos de perros, de política municipal, de Aveiro (amor que compartíamos) y de la república ibérica. Qué verbo tenía, qué gusto. Qué gran tipo. Mi Brel, ay, conocedor de nuestras costumbres facundiosas se tumbaba a aguardar que arreglásemos el mundo mundial. Nos habíamos conocido unos cuarenta años atrás, en el alto de la ovetense cafetería Choko, intentamos acercamiento político (él era consejero de Rafael Fernández, yo ostentaba como independiente un carguín cuyo título kilométrico aún me da vergüenza recordar en público). Pero no cuadró la cosa, pues más me tiraban la enseñanza y el periodismo. Sin embargo, nos seguíamos la pista y las parrafadas en el Paseo gijonés resumían nuestros puntos de vista casi siempre coincidentes. El pasado miércoles 17, bajo la batuta de su viuda Carmen Veiga, de la abogada Paz Fernández Felgueroso y del inconmensurable Luis Miguel Piñera, a sala llena, se presentó «Cronicones de viajes regios para pobres. 1852-1929)», una recopilación de los artículos que Prendes Quirós −conspicuo y radical republicano− dedicara a las visitas que la realeza dedicó en tales años a gozar de los placeres asturianos de los ricos y a ignorar la necesidad angustiosa de los pobres, artículos recogidos en LA NUEVA ESPAÑA. (Aún recuerdo cuando envié a unos alumnos a su despacho para que les regalase alguna insignia tricolor, pues deseaban celebrar el 14 de abril, y volvieron como pascuas llenos de banderas, pasquines, pegatinas, revistas, carteles… y también insignias)

Porque a Paco Prendes todo le interesaba, todo lo sabía, aunque formaba en ese cortísimo grupo de quienes, además, saben contarlo a las mil maravillas. Era el antipelmazo. Y nada me gustaba más que verlo cocerse en su salsa, junto a la mar cantábrica, detenido nuestro paseo, con alguna provocación mía por algún desmán urbanístico, que él sabía convertir primero en gracieta de vocablos tan desusados como precisos y, después, en una creciente indignación de la que no privaba al blandir enérgico de su bastón. Cinco años hizo el 17 de su muerte. La delicadeza del editor y autor Carlos González Espina nos preparó ese libro. Qué requetebién contado, que risas, qué penas, cuánto saber, cuánto sabor. Ay, insigne figura, célebre colombroño, muy señor mío don Francisco Prendes Quirós.