Cuando más lo necesitaba una afición desencantada, el Dépor redondeó una actuación perfecta que puso en pie a la grada y devolvió la fe a los menos optimistas. Impecable. El cuadro blanquiazul se adueñó de cada porción del campo, dominó cada fase del juego, y conquistó las áreas como nunca antes esta temporada lo había logrado. Bordó el mejor fútbol que sabe hacer y golpeó con fuerza la mesa del play off: a siete del primero y de vuelta en la pelea. Y ante la Ponferradina, que llegaba como enterrador y se fue con el orgullo tocado. Queda Dépor para rato.
“Es la mejor primera parte que les he visto”, explicó Íñigo Vélez al acabar. Era, en realidad, como si el tiempo se hubiese congelado desde aquella noche de Lugo en la que los aficionados coruñeses soñaron con volver a ver las estrellas. La osadía de David Mella, que no entiende de tiempos ni de edades, devolvió al Deportivo el vértigo perdido que lleva tiempo buscando. Aquella vez en el Anxo Carro dejó su sello con una carrera que toda la grada ovacionó. Esta vez regaló una instantánea perfecta con la Torre de Marathon de fondo. Es más fácil jugar, pensaría Villares, cuando el niño maravilla sortea rivales como conos. Ahí apareció de nuevo el de Samarugo, recién renovado, para marcar. También para engrasar una medular que chirriaba. José Ángel requería de un compañero con el despliegue del villalbés para ordenar, sujetar y dirigir.
Fue una tarde perfecta para Riazor. Una imprescindible en el calendario del Dépor antes de visitar Vigo y para reengancharse a la lucha. Idiakez no puede volver atrás, pero con 18 jornadas por delante, si existía tiempo para una remontada debía empezar aquí, un 21 de enero en el que la fe parecía agotada. Era el día perfecto para reengancharse. El partido que el vestuario necesitaba para creer. Un triunfo para conectar con la gente.