«Los monumentos reflejan nuestros valores, y todas las sociedades se engañan pensando que estos valores son eternos: esta es la razón por la que convertimos esos valores en piedra y los colocamos sobre un pedestal. Pero cuando el mundo cambia, nuestros monumentos, y los valores que representan quedan congelados en el tiempo. El mundo actual está cambiando a un ritmo sin precedentes, y los monumentos erigidos hace décadas, incluso siglos, ya no representan los valores que hoy apreciamos».

Keith Lowe, Prisioneros de la historia

Monumento a las víctimas del Holocausto en Berlín (2005) de Peter Einsenman.


El término «monumento» deriva del latín monumentum que viene a su vez de monere (avisar, recordar), que remite a aquello que interpela a la memoria, y que ha sido definido por Françoise Choay en Alegoría del Patrimonio (Gustavo Gili ,1992) como: «Todo artefacto edificado por una comunidad de individuos para acordarse de o para recordar a otras generaciones determinados eventos, sacrificios, ritos o creencias. No se trata de construir cosa alguna, ni de dar una información neutra, sino de suscitar, con la emoción, una memoria viva». El monumento conmemorativo de hechos históricos o para glorificación de héroes o personajes del mundo de la política o la cultura, ha sido una pieza ligada al paisaje urbano de la ciudad burguesa decimonónica, expresado en un lenguaje artístico tradicional.

Sin embargo, a lo largo del siglo XX el monumento conmemorativo entró en crisis al perder significado y convertirse a ojos de los ciudadanos en un elemento más del mobiliario urbano, al que nadie presta atención como si fuese invisible. Javier Maderuelo ha denominado a la crisis del monumento como «la pérdida del pedestal», una pérdida que tiene tres dimensiones: en primer lugar, la de su significado, en segundo su relación con el espacio urbano, los valores que puede transmitir el monumento al espacio urbano y este a aquel, y finalmente la del lenguaje artístico empleado para expresar la historia o un acontecimiento (La pérdida del pedestal, Círculo de Bellas Artes, 1994). Para este autor, el acontecimiento que señala el inicio de la crisis del monumento fue lo ocurrido a finales del siglo XIX con la estatua de Balzac en París, encargada a Rodin por una comisión encabezada por Zola, que produjo una fuerte polémica y rechazo social, tanto por ausencia de grandeza en la representación del escritor (en la escultura aparece en camisón) como por su lenguaje moderno, incluso por el lugar de emplazamiento elegido.

Memorial de los veteranos de la guerra de Vietnam (1982) en Washington, de Maya Lyn INFORMACIÓN


En la actualidad el acontecimiento que marca el grado de tensión y enfrentamiento que puede producirse en torno a un monumento fue el que tuvo lugar en agosto de 2017 en Charlottesville, Virginia, por la presencia de la estatua del general Robert E. Lee, jefe del ejército confederado en la guerra civil norteamericana, entre quienes exigían el derribo de un monumento que exaltaba un pasado esclavista, y los defensores de un patriotismo supremacista y racista seguidores de Trump. En los disturbios fue asesinado un manifestante proderribo. La estatua del general fue retirada en 2021.

En el ensayo Las historia en ruinas. El culto a los monumentos y su destrucción (Alianza, 2023) su autor, Mauricio Tenorio Trillo profesor de historia en la Universidad de Chicago, sostiene que los monumentos demarcan debates, pretenden congelar el pasado y conquistar el futuro, y añade: «Todo monumento nace con un certificado de defunción. Será ruina o será borrado, su materialidad histórica e historia lo expone a la intemperie del tiempo y de la historia misma».

Estatua de Balzac (1892-97) por Rodin en París. INFORMACIÓN


Desde una posición parecida, otro historiador, Peio H. Riaño en Decapitados, una historia contra los monumentos racistas, esclavistas e invasores (Ediciones B, 2021), aduce que el monumento «es una imagen que congela y hace cautivo a quien lo mira, hace pasar un hecho histórico por verdad histórica, y anula el criterio». La solidez que exhiben los monumentos, levantados en piedra, metal u hormigón, no de madera o de arcilla, materiales que son una metáfora de la solidez del mensaje que quieren trasmitir; pero también esa solidez, señala Tenorio Trillo, pretende transmitir otro mensaje, el de que al erigir el monumento se hizo desde un consenso que se mantendrá en el futuro.

Del libro de este último autor se deducen alguna de las preguntas que giran en torno a la crisis del monumento: ¿cómo representar la historia en el mundo contemporáneo?, ¿puede el arte contemporáneo revelar el contenido histórico que expresa un monumento? Es muy difícil en la sociedad contemporánea encontrar un consenso histórico, político o ideológico, sobre un acontecimiento del pasado y/o sus protagonistas. Para el autor de La historia en ruinas- natural de México en donde se dan, y se han dado, conflictos en torno a monumentos históricos-una de las raíces de los conflictos que se producen en la actualidad en torno a monumentos se debe a que estos «buscan limpiar la comprensión del presente», desde una visión de la historia que para algunos «no es más que un imparable progreso moral».

Françoise Choay Alegoría del patrimonio Gustavo Gili 264 páginas INFORMACIÓN


Como sostiene Maderuelo, una de las dimensiones que presenta la crisis del monumento en las ciudades contemporáneas es la pérdida de su capacidad para convertir su emplazamiento en un lugar urbano. Tenorio Trillo aduce que el monumento conmemorativo busca conquistar el espacio del entorno que rodea al monumento imprimiendo en estos espacios un valor simbólico que pueden representar a la ciudad, como ocurre con el Mall de Washington o la Avenida de la Reforma de México DC., entre otros muchos casos en ciudades europeas y americanas : «Un monumento histórico inevitablemente dota de un nuevo significado, bueno o malo, a un contexto espacial (…) Los monumentos se convierten en espacio urbano, marcas visibles, estructuras físicas que se imponen, focalizan la visión, se recuerdan, se recorren o se tocan».

KEITH LOWE Prisioneros de la historia Galaxia Gutenberg 336 páginas. 22,50 euros INFORMACIÓN


La expresión artística de un monumento es otra de sus dimensiones críticas que suele provocar debates. Tenorio Trillo sostiene que el arte moderno y contemporáneo no se lleva bien con la historia, para este historiador el Guernica de Picasso es una de las escasas aportaciones artísticas modernas a la historia. Por el contrario, para Keith Lowe en Prisioneros de la historia (Galaxia Gutenberg, 2021.) cualquier intento de representar por medios tradicionales una visión de la historia es inadecuada porque congela el pasado para siempre, sin embargo sí se puede conseguir al «hacer un monumento completamente abstracto y dejar todo completamente abierto a la interpretación». Eso es lo que hizo Peter Eisenman con su monumento al Holocausto en Berlín (2005).

El proyecto de Eisenman, materializado en 2.711 bloques de hormigón, trata de evitar que su obra congele la historia. El horror del Holocausto fue de tal magnitud que intentar representarlo por medios figurativos es inevitablemente inadecuado, «al hacer este monumento completamente abstracto y dejar todo absolutamente abierto a la interpretación, el autor del monumento no nos dice qué tenemos que recordar, eso nos lo deja a nosotros» (Lowe). Esta idea de dar al visitante del monumento un papel activo está también presente en el Memorial de los Veteranos de Vietnam (1982). El monumento, obra de la paisajista Maya Lyn erigido en un parque de Washington, conformado por dos muros de mármol negro pulimentado en los que se han grabado los nombres de todos los caídos americanos en esa guerra, es de una sobriedad sobrecogedora.

Javier Maderuelo La pérdida del pedestal Círculo de Bellas Artes (1994) 106 páginas / 9 euros INFORMACIÓN


Estos dos conmovedores monumentos nos enseñan un modo de concebir la representación de la historia y de la memoria que puede marcar un camino para el futuro. La permanencia del monumento en el tiempo, dice Lowe, se produce «cuando continúa contando algo importante de quienes somos, o, al menos de quienes nos gustaría creer que somos. Interpelan tanto nuestros deseos del presente como nuestros recuerdos del pasado».