¿Quién no recuerda la célebre escena del camarote de los hermanos Marx atestado de gente en Una noche en la ópera en la que, tras la larga lista de viandas que Groucho le pide al camarero en medio del caos, Chico añade: “¡Y también dos huevos duros”, después de lo cual Harppo hace sonar su bocina, viendo las peticiones de Junts per Catalunya al Gobierno para sumarse a la Ley de Amnistía en proyecto que únicamente les beneficiará a ellos? Aunque no se vea en la televisión, uno imagina a Puigdemont diciéndole al negociador del PSOE por videoconferencia desde Waterloo lo mismo que Groucho al final al camarero: “En lugar de dos, pon tres”.
Desde que el Partido Socialista aceptó negociar con un grupo de prófugos de la justicia española nada más y menos que su propia amnistía para poder seguir gobernando quedó en sus manos como todo el que acepta un chantaje de otro. Que el motivo que esgrimió para ese trágala monumental: la convivencia en Cataluña, fuera loable (otra cosa es que la gente lo creamos), no le libra de tener que seguir tragando sapos mientras los independentistas quieran, pues ha quedado a merced de ellos como se está comprobando ahora. Ponme dos en vez de tres resuena en los pasillos del Congreso y en los secretos despachos en los que se reúnen, como los hermanos Marx en su camarote, cada que vez que tienen que acordar una nueva ley o un decreto. Y el Gobierno de Pedro Sánchez a tragar si no quiere despeñarse por el precipicio de unas nuevas elecciones que perdería con casi toda probabilidad.
El presidente del Gobierno, como John Wayne a caballo en mitad del río mientras sus enemigos le disparan desde todos los lados, muestra un rictus de imperturbabilidad, pues se lo exige el guión, pero por dentro lleva la procesión, pues sabe que su debilidad cada vez es más manfiesta. Por eso sus enemigos le atacan con mayor furia mientras que los chantajistas a los que unió su destino le exigen más concesiones para seguir defendiéndolo. Y ahí está el presidente del Gobierno como un Sísifo moderno subiendo por la montaña una y otra vez la piedra de la amnistía que los independentistas querrán que sea luego del referéndum y después de la soberanía. En la esencia del chantaje está su infinitud.
Parece ser que ahora lo que el partido de Puigdemont reclama al Gobierno son más casos a amnistiar (que coinciden con personas con nombres concretos, uno de ellos el del antiguo molt honorable Jordi Pujol, imputado por corrupción junto con su familia), pero la semana anterior fue la cesión de las competencias a Cataluña en inmigración, que presuponen la existencia de fronteras interiores en España, y mañana lo será cualquier otra cosa que le interese al partido de Puigdemont. Y ahí tendrá que estar Pedro Sánchez aceptando lo que le reclamen, pues no tiene otro remedio, a la vez que trata de disimular que es así para que los españoles no se le echen encima todavía más de lo que muchos de ellos ya lo vienen haciendo desde el principio.
En Una noche en la ópera, la película de los hermanos Marx, la escena del camarote termina con la aparición de Margaret Dumont, la inseparable pareja en el cine de Groucho Marx (hay quien dice que también fuera de él) con la que mantendrá un diálogo memorable que bien podrían repetir hoy Sánchez y Puigdemont: “Groucho: A mí no me importa su pasado, porque la amo. Ya ve, no quería decírselo, pero me lo ha sacado: la amo. Dumont: Es difícil de creer cuando le encuentro cenando con otra mujer. Groucho: ¿Esa mujer? Si me he sentado con ella es porque me recuerda a usted”.