En los últimos días se ha discutido en tertulias y prensa escrita la propuesta hecha por el Consejo Escolar del Estado en su Informe 2023 de extender la obligatoriedad de la educación en España hasta los 18 años. Aunque no es la primera vez que se propone tal cosa, en esta ocasión, misteriosamente, se ha convertido en tema de discusión generalizado. Exactamente, lo único que hay al respecto en el apartado ‘Propuestas de mejora’ de dicho informe es lo siguiente: «2.10 Reflexionar sobre la conveniencia de que la comunidad educativa debata la extensión de la obligatoriedad de la formación y la educación hasta los 18 años». Creo que es innecesario el comentario de texto: «reflexionar», «que la comunidad educativa debata». No deja de ser asombroso que semejante vaguedad, sin ningún acompañamiento de más estudios de costes, de plazos, de medios y fines haya sido objeto de tanta atención mediática.
Se supone que la medida estaría encaminada a reducir la tasa de jóvenes españoles que no continúan estudiando después de titular en ESO (abandono educativo temprano), que se sitúa en el 16,5%, según el INE, y en el 13% según otras fuentes. Esto es un problema, porque el graduado en ESO es actualmente una preparación precaria que aboca a empleo precario y a precariedad en general (que es una forma de llamarle a la pobreza). Resulta curioso que de pronto se ponga tanto acento en esto, cuando parece mucho más preocupante aún la tasa de jóvenes que ni siquiera logran titular en ESO (fracaso escolar), que según la OCDE está nada menos que en el 26% de las personas entre 25 y 34 años en nuestro país. Esto daría una tasa de individuos con formación insuficiente aproximadamente del 40% de las personas en edad de trabajar.
Por otra parte, según la Fundación BBVA, en un informe de 2019, el 21% de quienes se matriculan en estudios universitarios en España abandonan la universidad sin titulación. Entre nuestra clase política tenemos ejemplos de esto, que se descubren fácilmente porque en su ‘curriculum vitae’ dice «cursó estudios de». Para colmo, cada vez que se publican resultados de PISA parece que el mundo se hunde bajo nuestros pies y se enarbolan como garrotes en las discusiones sin entrar en más matices, tan ignorados como necesarios.
Que el sistema educativo español tiene mucho que mejorar es una obviedad; pero es que todo sistema educativo tiene siempre que mejorar. La educación, como la sociedad, es cambiante y continuamente se plantean retos, dificultades y problemas nuevos que es preciso afrontar. Lo que probablemente sí es un problema muy específico de la educación en España es el hecho de que llevemos décadas de abordaje político en el peor sentido, esto es, partidista. Así, con cada mayoría absoluta de unos o de otros, se ha parido una nueva ley orgánica que ha obligado al profesorado y a los centros a una enorme cantidad de horas de formación y de trabajo para tratar de implementar las novedades, cosa que por otra parte es imposible hacer en poco tiempo. Y la historia se ha repetido ya demasiadas veces: cuando tenías ya organizado el material, la programación, las herramientas de evaluación, tus hojas de cálculo, tus textos, tus exámenes… todo, llegaba una nueva ley que te obligaba de nuevo al sobreesfuerzo. No es menor el daño infligido así al espíritu y motivación de los mejores profesores, no será casual que la inmensa mayoría se esté jubilando a los 60 años, y que desde mucho antes casi todos estén deseando ese momento. En el caso de la Comunidad de Murcia, la crisis anterior significó la pérdida de un plumazo de derechos y conquistas laborales que más de diez años después aún no han regresado, como las 18 horas lectivas en secundaria, por ejemplo.
Así pues, tenemos en España un serio problema de incompetencia del sistema educativo, incapaz de atraer y mantener a los jóvenes hasta completar una formación que los capacite para poder burlar la amenaza de la precariedad y la pobreza. Pero parece dudoso que el mero establecimiento de la obligatoriedad de permanencia en las aulas hasta los 18 pudiera mejorar la situación. En Portugal, donde esta medida se impuso acompañada de otras, es decir, formando parte de un plan, se ha logrado reducir casi a la mitad la tasa de abandono educativo temprano en poco más de una década. Otros países que también la tienen, como Francia o Alemania, también gozan de una tasa mejor que la nuestra, lo cual no permite sin más extraer la conclusión de que sea tal medida lo único que mejora la adherencia al aula.
Si de verdad se quisiera mejorar la educación en nuestro país no se lanzarían estos globos sonda y de verdad se remaría todos a favor, habida cuenta de que la formación de nuestros jóvenes es un activo para todos, trabajadores y empresas. Asunto bien distinto y espinoso sería qué es lo que queremos que sepan nuestros conciudadanos al cumplir los 18. Si la cosa se reduce a que dominen el lenguaje no sexista, unos, o que sean trabajadores eficientes y sumisos, otros, vamos apañados todos.