Ricard Cabot estará horrorizado ahora mismo leyendo estas líneas viendo que su nombre empieza un texto. Desde el primer día me enseñó que el periodista jamás debe ser protagonista, por lo que ahora sentirá que hizo mal su trabajo con un servidor, que le sustituirá como jefe de Deportes después de treinta y cuatro años y once meses en el cargo defendiendo los colores de esta cabecera.
Todos los lunes sus opiniones sobre la actualidad del Real Mallorca, en la mayoría de los casos, ocupaban este mismo espacio. Siempre lamentaba tener que escribir el artículo a última hora del domingo, también como el que suscribe ahora, quizá en lo único en lo que puedo imitarle.
Despedida. Ricard Cabot se jubila y no es consciente del enorme vacío que deja en este periódico. Y no es porque siempre estuviera en la redacción. Por la mañana, por la tarde y, sobre todo, por la noche, algo que obliga trabajar en una sección en la que hay que esperar a que termine el partido de fútbol de turno para cerrar la edición. Siempre priorizó quedarse, sacrificando su vida personal, antes que encomendarle esa labor a otro, aunque hubiera hecho muchas más horas.
«Estáis hasta las mil por inercia», se atrevió a decirle una vez un superior que evidenciaba que no tenía ni idea. No quiso ridiculizarle, fiel a su estilo. Jamás necesitó hacer algo así. Su tono amable, cercano y positivo han sido una bendición para los que le hemos acompañado. Incluso cuando hacías las cosas mal medía las palabras para no aplastarte. Ya es difícil, pero en los veinticuatro maravillosos años que he estado aprendiendo a su lado jamás le oí echar una bronca. Y no hay que confundirlo con no ser exigente, pero tenía claro el camino para elevar el rendimiento de los demás.
Eso sí, tengo claro que jamás conoceré a una persona con una mayor capacidad de trabajo. Ricard escribía mucho, pero sobre todo escribía muy bien y era una enciclopedia sobre los méritos de muchos deportistas, sobre todo de Carlos Moyá, Rafel Nadal y, por supuesto, del Real Mallorca, del que siempre presume de haberle visto jugar en Tercera. Y en la Champions, claro.
Guardiola, Messi y Nadal. Seguro que Ricard sonríe al ver estos tres nombres en negrita. Las ha visto de todos los colores en esta profesión, ha cubierto eventos para todos los gustos, pero siempre levantaba las cejas cuando oía que se hablaba de sus admirados Pep Guardiola y Messi y, sobre todo, del campeón de Manacor. Pocos periodistas en el mundo podrán presumir de haber sido testigos en París y en Londres de sus catorce Roland Garros y sus dos Wimbledon, pero lo que realmente nos tenía asombrados a los que estábamos en Palma es cómo podía hacer diez o doce páginas en un solo domingo, con unos textos impecables y llenos de datos que reflejaban la pasión y el trabajo previo para encontrarlos. Y eso está a la altura de las gestas del tenista.
Eterna sonrisa. Ahora tendrá tiempo de ver a su Mallorca en Son Moix sin un bolígrafo, de ir al cine las veces que quiera y de disfrutar de la compañía de su familia, pero este diario pierde a un periodista carismático, todo un ejemplo para sus compañeros y que era un regalo para sus lectores. Y yo me quedo sin mi espejo, mi referente y mi amigo, el que me dio la oportunidad con 19 años de ser su becario junto a mi querido Tomeu Garcías. Ricard salió el sábado por la puerta del periódico con una gran sonrisa, pero a los demás nos dejó llorando. Qué raro que no esté aquí para revisarme este texto. Ya le echo de menos.