Antonio Rial Boubeta es profesor de Psicología Social en el área de Ciencias del Comportamiento de la USC y ha dirigido en las últimas décadas varios estudios centrados en la relación de los menores con la tecnología. Ayer, dentro del ciclo Os Luns do Ateneo, impartió la charla “O impacto das pantallas na adolescencia. Quen lle pon o cascabel ao gato?”, en la que trató los efectos de la sobreexposición a dispositivos electrónicos.
“Creo que estamos ante un tópico que está suscitando un enorme interés y preocupación social, y a la vez una enorme controversia, para los que llevamos décadas trabajando en el ámbito de la prevención y en el estudio de la conducta de los adolescentes y las adicciones. Ya hace catorce años poníamos encima de la mesa datos preocupantes que no hicieron más que aumentar. Lo que vemos ahora es que seguimos lejos de ponermos de acuerdo a la hora de hacer una prevención seria, responsable, coherente y prudente basada en la evidencia”, manifiesta a este medio Antonio Rial Boubeta.
El profesor de la USC considera que hay que empezar de forma inmediata a tomar medidas ya que “el uso de la tecnología está suponiendo por parte de los adolescentes, a edades cada vez más tempranas, de manera más frecuente, intensiva y sin supervisión, un enorme problema de salud pública”.
Boubeta habla de afectaciones en trastornos de alimentación, en términos de higiene del sueño, somatización o salud mental. A mayores, los que se pasan de frenada en el uso de tecnologías a edades tempranas “tienen un peor bienestar emocional, peor satisfacción con la vida y mayores tasas de depresión, 4 o 5 veces mayor, e incluso existe relación con un aumento de la ideación suicida en la adolescencia”.
En referencia a las redes sociales, Boubeta da el dato de que uno de cada cinco adolescentes en España podría estar enganchado a las mismas. Hoy en día no está reconocida por la OMS como una adicción como sí es el caso de la ludopatía y el trastorno por el uso de videojuegos, pero para el psicólogo social “es cuestión de tiempo”. Considera que las redes implican problemas a nivel emocional y a nivel de relación racional.
Despúes están todos los problemas que se derivan a nivel de convivencia con el bullying y el ciberbullying. A nivel psicológico, “el daño que produce el ciberacoso es mayor que el acoso tradicional, cara a cara, porque no hay escape, son 24 horas durante los siete días de la semana”. A esto se suman las dificultades en la convivencia familiar, entre padres e hijos, que en palabras de Boubeta deriva precisamente de unha mala gestión del uso de la tecnología. “Con los que se pasan de frenada y no son capaces de autogestionarse hay una dependencia y se desarrollan conflictos en casa”, asegura.
Boubeta también pone encima de la mesa la sobrepresencia de la tecnología en la actividad docente al ponerse en cuestión si implica mayores niveles de aprendizaje y rendimiento académico, y resulta que se está planteando justamente lo contrario. “Se traduce en dificultades enormes a nivel atencional, de desarrollo de lenguaje, e incluso a nivel de psicomotricidad”, asegura.
Sobre el protocolo reciente de la Xunta para regular el uso de los teléfonos móviles en colegios e institutos gallegos, el experto cita dos cuestiones a tratar al mismo tiempo de forma integral. Por un lado, está la presencia que tiene la tecnología en el día a día de jóvenes en edades tempranas, en quinto y sexto de Primaria y en Secundaria. “La edad a la que llega el móvil a la vida de un joven en Galicia o en España es a los 10,9 años y dos de cada tres lo llevan a clase casi todos o todos los días”, apunta, a lo que añade: “Casi el 100% lo utiliza en los recreos, en el patio, en el bus escolar, comedor o actividades extraescolares, y las conductas de riesgo, como el sexting, consumo de pornografía o ciberacoso, se producen en esos espacios, no durante la clase”. Ante esa situación valora que si se quieren minimizar las conductas de riesgo se debería pensar si vale la pena que un niño/a lleve este dispositivo a clase todos los días. En su opinión, su recomendación es que no. “Lo ideal sería que haya una buena educación por parte de los padres, que gestionen bien y que solamente permitan que sus hijos lleven el móvil a clase cuando sea estrictamente necesario”, aclara.
«No sirve de nada que en el colegio enseñen habilidades y competencias digitales si luego en casa no se actúa de ninguna manera”
Por otro lado, Boubeta asegura que cuando acude a dar charla a un colegio de unos 400 niños y niñas sólo participa el 5% de padres y madres, por lo que cree que hay desinformación y una falta de sensibilización social del problema. En definitiva dice que el fin es “tratar de que alguien tome la responsable idea de proteger a los menores. Y la evidencia científica dice que a esas edades un uso intensivo de la tecnología termina por invadir e interferir en su día a día generando más problemas que beneficios”. Por ese motivo, a medio plazo el objetivo final es educar en el uso responsable, y “si bien a día de hoy esa medida coercitiva no es condición suficiente, sí es necesaria”. Por eso, Boubeta sostiene que no se debe sustituir la prevención por la prohibición, a pesar de que en la actualidad “es recomendable en el sistema educativo”.
La intención se centra en ver si se utiliza de forma equilibrada e inteligente la tecnología en la actividad docente. “Las aplicaciones son muy útiles, tienen un potencial maravilloso, pero hay que utilizarlas bien, sin dejar a un lado los métodos tradicionales de aprendizaje”, declara. No ve razonable que haya un rechazo a E- dixgal o Abalar, la sistemática de la Consellería de Educación para un uso generalizado de la tecnología y que llegue a todos los centros educativos, “cuando es un logro”, si bien apuesta por “una correcta regulación”.
El papel clave de la educación
El doctor en Psicología Social considera que en general no hay consciencia de los riesgos que existen desde el minuto 1 en el que se pone un móvil en la mano de un niño de nueve años sin ningún tipo de límite, teniendo en cuenta que dos de cada tres “ya duerme con él en la mesita de noche”. Un hecho que le lleva a decir que este dispositivo “es la gran lámpara de Aladino de los nuevos tiempos” por el hecho de que “cualquier adolescente lo frota y puede obtener lo que quiera a golpe de un sólo clic”. Si bien uno puede utilizar el móvil para hacer amigos y tener contacto social, también entra en escena el consumo de pornografía y el hecho de conseguir dinero fácil a través de las apuestas. Si ben reconoce que los padres “vivimos en una sociedad muy estresante y estamos a demasiadas cosas”, ve que es el momento de “fijar normas y límites y estar dispuestos a entrar en conflictos para enseñarles a gestionar a esas edades”. Por eso ve necesario “retardar el acceso al primer móvil, no a la tecnología”.
El control del uso de las nuevas tecnologías es para Boubeta una responsabilidad compartida, viendo necesario plantear una prevención comunitaria. En la base sitúa a la sociedad, en el medio a los padres y educadores, y arriba, “donde hay menos superficie y margen de maniobra”, están los jóvenes. Los profesionales fían todo el esfuerzo preventivo trabajando directamente con charlas, cuando “nuestra premisa de partida es lo que tienen en la cabeza”. Así, ellos advierten del riesgo, “el cual tiene un efecto limitado”. Debe entrar en cuestión la responsabilidad pública de las instituciones y de que “se quiera limitar el acceso”.
Los padres y educadores deberían trabajar de forma conjunta. “No hay que tirar piedras contra el sistema educativo sino intentar mejorarlo y participar en él. No sirve de nada que en el colegio enseñen habilidades y competencias digitales si luego en casa no se actúa de ninguna manera”, sostiene. Por eso define como una “gran asignatura pendiente” la prevención familiar y la prevención escolar para conseguir racionalizar y retardar el uso de la tecnología, estableciendo límites y competencias digitales para que los jóvenes hagan un uso saludable y responsable de la misma.
Boubeta valora que toda esta crisis que se está viviendo con la tecnología nos tiene que llevar a ver que no se está educando bien. “Competencias digitales, sí, pero competencias humanas, más”, concluye.