Xavi había demostrado en la previa de la final que mira los partidos con gafas distintas a los demás. Lo que la sociedad barcelonista ve gris, él dice que es verde. Es una actitud defensiva y autoindulgente que puede llegar a entenderse: a nadie le gusta que se cuestione su trabajo, y cuantas mayores han sido las críticas, mayor la tentación de engañarse a sí mismo. Pero después de la debacle de este domingo, rasgado el equipo de arriba a abajo desde un buen principio, el técnico de Terrassa no tuvo manera de encontrar una explicación disimulada de la realidad. Su proyecto se desangra, se mire como se mire.

«Nos ha salido el peor partido de todos. Es el fútbol. Nos ha tocado la cara amarga. Si hace un año nos tocó la mejor, hoy la peor. Debemos pedir perdón a la afición, pero hay que reponerse. A lo largo de mi carrera como jugador viví muchas derrotas duras y después nos repusimos. El Barça volverá. Ahora nos toca aceptar las críticas que vendrán y seguir», dijo el entrenador, que ciertamente recibirá reproches. Pero la cuestión no es esa, sino saber si él es capaz de encontrar soluciones a los males del equipo. Su lenguaje gestual tras el partido fue de frustración y abatimiento.

En comparación con el Madrid, el Barça apareció empequeñecido. Hombro con hombro, el equipo de Ancelotti le pasa más de una cabeza hoy por hoy. Tiene que doler semejante inferioridad. Y todo eso lo vio sentado en uno de esos suntuosos sillones del palco saudí Joan Laporta, autor de la frase que «perder tiene consecuencias». No se puede saber qué le pasa por la mente. Es visceral como pocos, pero le acompaña una tradición de fidelidad hacia sus entrenadores. Ahora tiene que meditar si con Xavi al timón el Barça puede sacudirse el polvo de las rodillas y erguirse. El presidente pareció consolar al entrenador tras la final sobre el césped. Una señal de que no caben esperar decisiones drásticas de forma inminente. Pero a saber.

Por si acaso, Xavi dijo sentir la confianza del club. Y se reivindicó una vez más, aunque con voz débil: «Creo en el proyecto, en mi mismo y en los futbolistas. Es un paso atrás para mi y para el club, pero estoy fuerte, acepto las críticas, que serán merecidas, y a seguir pelear por los tres títulos que quedan», dijo.

Falta ver si la presidencia y los jugadores le creen. Volvió a ser un Barça descompasado, sin personalidad y sin juego, sin que nadie con galones parezca saber cómo coser el equipo. Nada que ver la final de ayer con la de hace un año, y eso que Xavi buscó en ese día la inspiración para hallar el punto de inflexión. Volvió a los cuatro centrocampistas, pero la puesta en escena fue deficiente. Xavi no tuvo más remedio que admitir el estropicio futbolístico. 

«No es la imagen que debe mostrar el Barça en una final. No hemos estado a la altura. Ha sido una derrota dura. Teníamos la ilusión, pero no ha sido suficiente. Tenemos que ser autocríticos y que esto nos sirva para mejorar y competir mejor», añadió. Palabras sensatas, pero no están calando. Le viene una cuesta empinada a Xavi.