Dentro de la Historia de la Iglesia hay tiempos de turbulencias donde lo importante es sacar con la ayuda de Dios la Iglesia a flote. Hoy, II Domingo del Tiempo ordinario, donde los primeros discípulos acuden a seguir al Maestro que les llama, recordamos a San Juan de la Ribera. Nace en Sevilla y es hijo de Don Pedro Afán Enríquez, duque de Alcalá. Su madre, Doña Teresa de los Pinelos, morirá muy pronto.

El hijo se encuentra en un ambiente familiar rodeado del mayor espíritu de caridad y atención a los pobres. Estudia en la Universidad de Salamanca, bebiendo de los teólogos que han contribuido con su pensamiento a la Contrarreforma desde el Concilio de Trento. El Papa Pío IV le nombra Obispo de Badajoz, cuando aún no ha cumplido los treinta años. Entre sus tareas, destaca el envío de varios predicadores con San Juan de Ávila, siguiendo el espíritu tridentino.

Pero como hay que predicar con el ejemplo, sus sermones contagian de entusiasmo a cuantos le oyen, administrando los Sacramentos a los fieles, con especial dedicación al Sacramento de la Reconciliación. Precisamente, uno de los momentos más destacados de su apostolado es cuando se sienta a confesar a las almas, pasando largas horas en el confesionario.Así dispensa también la Misericordia de Dios

También cultiva mucho su faceta penitencial, acostándose sobre sarmientos y cuida de la dimensión caritativa, repartiendo cuanto tiene entre los pobres. Vive de esta manera con gran madurez la Fe y la praxis cristiana. Posteriormente es destinado a Valencia donde ahonda en esa misma tónica de amor a Dios y al prójimo. Felipe III le nombra Virrey de Valencia. San Juan de Ribera, por su parte, funda el Seminario Corpus Christi, muriendo en él, en el año 1611.