Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, un druida celta acompañado de un oso y dos seres monstruosos, eran los encargados de cuidar y vigilar la fuente de la sabiduría, que se encontraba en unas cuevas en las que ya, en los albores de la humanidad, unos primitivos habitantes habían dejado su impronta a modo de pinturas. Es Ojo Guareña, en Burgos, que, todavía ahora, con sus más de 100 kilómetros, resulta ser uno de los diez mayores entramados cársticos cavernosos del mundo.

En el corazón de aquel laberinto cavernoso, allí donde el río Guareña se pierde en la tierra, el druida de nombre Lam, descubrió un manantial con cuyas aguas curaba a los enfermos y que los vecinos llamaron “fuente de la sabiduría”. Todavía en la actualidad, algunas pequeñas pilas nos recuerdan que esas aguas, que albergan secretos inmemoriales, siguen ayudando a sanar los males de la vista.

Nadie sabe qué ocurrió con el sabio y anciano druida, aunque los expertos han descartado que sea suyo un esqueleto encontrado hace tiempo en el interior de la cueva, esqueleto al que llamaron “el hombre de Ojo Guareña” y que no se corresponde con un anciano ni siquiera de aquella época, sino con un hombre de unos 20 años y que nos lleva de la mano y la imaginación hasta “el príncipe”.

Luis Pérez Pujol

Cuentan que un día, un príncipe se adentró en esas cuevas siguiendo a una hermosa joven y que terminó perdido en aquella maraña de túneles de los que nunca logró salir. Dicen que “el hombre de Ojo Guareña”, que se guarda en el Museo de Navarra, podría corresponder al príncipe perdido que, antes de morir en la más completa soledad y oscuridad se habría tendido boca arriba con las manos cruzadas sobre el pecho, esperando su inevitable final. Los restos de su ropa prueban que vivió hace unos 2.500 años y lo que queda de una pequeña presa hecha con arcilla habla de que intentó sobrevivir recogiendo el agua que goteaba de las estalactitas.