La visita del primer ministro belga a Pekín, la crisis del Mar Rojo, un acuerdo de cooperación china con Maldivas o el trigésimo aniversario del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Lesoto… Las elecciones en Taiwán son tan ubicuas en las portadas globales como clandestinas en las chinas. Se adivina la digestión pesada en Pekín de dos noticias tan terribles como previsibles: el protagonismo de la isla y la victoria del candidato más odiado.
A Chen Binhua, portavoz de la Oficina de Asuntos Taiwaneses del Consejo de Estado, le ha tocado lidiar con la respuesta. “Estas elecciones no pueden cambiar el desarrollo de las relaciones a través del estrecho ni el mutuo deseo de los compatriotas a ambos lados de acercarse”, ha dicho. La última conclusión es discutible tras imponerse el Partido Democrático Progresista (PDP), de raíz independentista, al Kuomintang (KMT), partidario de una reunificación a largo plazo y condicionada. Menos dudosa, atendiendo a criterios matemáticos, es su conclusión de que esa victoria no representa la opinión mayoritaria en la isla: los votos del PDP han pasado del 57% en los últimos comicios al 40 % en los del sábado.
Integra la casuística geopolítica y la más elemental cortesía gremial que los líderes feliciten al ganador de unas elecciones. Pero si es taiwanés y ha sido calificado por Pekín como “problemático”, la ira china se da por descontada. A su diplomacia se le ha acumulado el trabajo para fustigar a Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Canadá… La embajada china en Tokio ha calificado de “seria interferencia en los asuntos internos chinos” sus felicitaciones a Lai Ching-te, candidato del PDP, y las alusiones a Taiwán como un “socio extremadamente crucial y un importante amigo”. “El Gobierno de Japón trabajará para profundizar en la cooperación e intercambios con Taiwán”, había adelantado el Ministerio de Exteriores.
Aplauso de Estados Unidos a Taiwan
El Departamento de Estado de Estados Unidos aplaudió a la isla por “demostrar una vez más la fuerza de su robusta democracia y de su proceso electoral”. Pocas horas después le afeaba Pekín a Washington ese comunicado que, a su juicio, “viola seriamente las promesas estadounidenses de mantener únicamente lazos culturales, económicos y otros de naturaleza no oficial”. David Cameron, ministro de Exteriores del Reino Unido, vio en las elecciones la “prueba de la vibrante democracia taiwanesa” y la embajada china en Londres le trasladó su “oposición a las equivocadas prácticas británicas”. La salida rusa del guión global era previsible. Su Ministerio de Exteriores evitó la enhorabuena y recordó que Taiwán forma parte de China. La respuesta, en este caso, llegó de la isla, que acusó a Rusia de “convertirse voluntariamente en un matón del régimen comunista de China y de su principio de una sola China”.
La ola de felicitaciones certifica el éxito de la estrategia internacional de Tsai Ing-wen, la presidenta saliente, cuyas políticas ha prometido continuar su sucesor. El goteo de deserciones entre sus aliados, nueve durante los dos mandatos de Tsai, la ha dejado con apenas una docena, todos irrelevantes y algunos difíciles de encontrar en un mapa, y que poco pueden contribuir a aumentar su eco internacional. Los esfuerzos de Taiwán se centran en aquellos con los que, a pesar de carecer de relaciones oficiales, mantienen una sintonía férrea y poseen una fortaleza suficiente para ignorar las presiones de Pekín. El último viaje de Tsai lo subrayó: poco se escribió de sus visitas oficiales a las naciones de Centroamérica y mucho de sus “escalas técnicas” en Estados Unidos. Lai buscará profundizar sus vínculos con la Unión Europea.
China había advertido a los taiwaneses de que debían de elegir “entre paz y guerra, entre prosperidad y debilidad”. La votación mostró que los taiwaneses no son permeables a sus mensajes de la misma forma que las felicitaciones posteriores a su democracia certifican que cada día disfrutan de una mayor visibilidad.