Tener ansiedad (algo natural) no tiene nada ver que con sufrir un ataque de ansiedad. La depresión no es estar triste. El bienestar no es sinónimo de salud mental. Los antidepresivos no son sedativos. Los niños pueden sufrir una depresión. Y los psicofármacos no retrasan el crecimiento ni el desarrollo de los menores.

Estas son algunas de las claves que la doctora Nuria Núñez, especializada en Psiquiatría, ofrece en su libro, ‘Los niños también se deprimen’ (La Esfera de los Libros), una guía dirigida a padres y madres para que sepan detectar a tiempo trastornos serios en sus hijos e hijas, como depresión, ansiedad, autismo o hiperactividad y la falta de atención (TDAH).

Tras más de una década investigando, diagnosticando y tratando trastornos mentales y de comportamiento en la población infanto juvenil, Núñez admite que todavía hay muchos mitos. «Estamos en la era de la salud mental. Pero, en realidad, estamos en la era del bienestar. Los grandes trastornos psicológicos y psiquiátricos siguen tapados bajo la alfombra. Tenemos miedo al trastorno mental grave y los fármacos están demonizados», denuncia.

La doctora atiende las preguntas de EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica,, desde su consulta, en Zaragoza.

Un niño de 8 años está triste por la muerte de su abuelo. En el colegio recomiendan a su madre que le lleve al psicólogo. ¿Qué le parece?

Mal. Tenemos que normalizar las emociones. Un duelo es una pérdida, ya sea por la muerte de un ser querido o una ruptura sentimental, por ejemplo, el divorcio de los padres. Esa pérdida va a asociada a una emoción, la tristeza. Hay que transitarla con normalidad y aceptar que podemos estar tristes y que nuestro hijo también lo está. A veces lo que queremos es evitar el sufrimiento de nuestro hijo porque a nosotros nos provoca malestar. Tenemos que tolerar el malestar de nuestro hijo (también el nuestro) y validarlo. Los seres humanos somos resilientes por naturaleza y estamos preparados para afrontar el duelo. Si el abuelo fallece, lo que tenemos que hacer es acompañarlo, validarlo y darle tiempo.

Sabemos que el 60% de las depresiones en la infancia no se detectan y que el 70% no se tratan correctamente




Sí que recomienda hacer una consulta en psicología o psiquiatría si vemos cambios en nuestro hijo o comportamientos diferentes al del resto de niños y niñas, y sostenido en el tiempo.

Sí. Cuando esté mucho más inquieto que los demás o mucho más triste. O que sea especialmente movido. Cada etapa y cada niño es diferente. Pero los padres y las madres los conocemos bien. Si un niño hace cosas diferentes al resto no significa que haya que patologizar la situación, pero sí ponerlo en contexto o estar en alerta. Ante la duda, pregunta. Una primera cita no significa iniciar tratamiento. El otro día tuve en consulta a unos padres que me decían que su hija adolescente era adicta al móvil. Les di el alta y les dije que lo estaban haciendo genial. Ella lo estaba haciendo genial de adolescente y ellos, genial de padres. Los mandé a casa.

Tener ansiedad es natural, pero no tiene nada que ver con sufrir un ataque de ansiedad o pánico.

Un ataque de ansiedad es cuando la cabeza piensa que hay un peligro grave y tienes reacciones fisiológicas porque tu cerebro cree que estás en peligro: sensación de muerte y de que pasarán cosas raras. Hiperventilas, el corazón se te acelera, se te adormilan las manos. Hay muchos jóvenes que dicen que tienen un ataque de ansiedad ante un examen, pero no es correcto. Una cosa es tener un nudo en la garganta ante una situación así, donde es normal estar nervioso, y otra cosa es tener un ataque.

¿Los niños y los adolescentes pueden sufrirlos?

Sí, claro. Lo que no puede tener nadie son cinco ataques de ansiedad en una mañana, como escucho a veces que dicen los jóvenes. El cuerpo no lo puede aguantar. El ataque de ansiedad te deja, literalmente, hecho polvo.

¿Por qué se dan?

Un ataque de ansiedad puede aparecer de la nada, no tiene por qué haber un trastorno de base. Cuando aparece lo interesante es ver por qué. En una primera consulta se puede valorar hacer psicoterapia o acompañarla también de medicación, que sería conveniente si hay un trastorno de ansiedad generalizado.

Los medicamentos, en el caso de los niños y las niñas, nos dan miedo. Y más los psicofármacos.

La psiquiatría va a asociada las películas y cuando hablas de psicofármacos se viene a la cabeza ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’. Todavía hay muchos mitos y leyendas. Estos medicamentos ni les van a dejar dormidos ni los van a enganchar. No pasa nada por tomarlos a edades tempranas. No va a retrasar su crecimiento ni su desarrollo.

Hablemos de depresión infantil. ¿Es frecuente?

Hay estudios que hablan de una prevalencia del 0,5% en población escolar, pero creo que hay un problema de infradiagnóstico. Sabemos que el 60% de las depresiones en la infancia no se detectan y que el 70% no se tratan correctamente. La depresión no es estar tiste. La depresión influye en el estado físico del menor, en su aprendizaje y en el estado anímico. Tampoco hace falta que hayas pasado algo o que tengas una carencia grave para desarrollarla.

Entonces, ¿cuál puede ser su origen?

Como siempre, multifactoral. Herencia genética, la personalidad, haber tenido un problema de salud física, la hiperexigencia, tolerar mal los fallos… hay que explorarlo todo.

¿De una depresión infantil se sale? ¿Y de la ansiedad?

Depende de lo bien que se haya abordado. La ciencia dice que una vez que tienes un episodio depresivo se puede volver a repetir. Pero los niños y los adolescentes son muy plásticos. Si hace psicoterapia, la familia se implica. Si se encuentran los desencadenantes y se trabaja en ellos, entonces siempre les digo a los padres y las madres que su hijo saldrá más reforzado y afrontará mejor los problemas que le vengan en el futuro.

Qué difícil no trasladar nuestros miedos a los hijos.

A veces mandamos a los padres a terapia y les decimos que hasta que ellos no estén bien sus hijos no van a estar bien. Si tú, como adulto, ves el mundo como un sitio hostil, tu hijo lo observará y lo aprenderá. Hay madres que me dicen que sufren situaciones así y que no dicen nada a sus hijos para no trasladarles sus miedos. Y yo les contesto: «Ya, pero es que son muy listos y se percatan. Lo absorben todo».