El Estado ofrece ayudas a las que resulta imposible acceder si no se cuenta con un ordenador, un teléfono móvil y casi una oficina desde la que escribirle. Hablar con el Estado es tan difícil como hablar con el señor Vodafone, o el señor Twitter (ahora X), o el señor Microsoft o el señor Google, incluso con el señor Filmin o el señor HBO (todo son señores, por cierto). Esto se debe a que el Estado, como el Gato de Schrödinger, existe y no existe al mismo tiempo. Si te sobran recursos, el Estado se pondrá a tus pies. Si careces de ellos, no hallarás forma de encontrarlo. Con frecuencia, para tramitar algo que debería resultar sencillo, como la jubilación o como la declaración de Hacienda, has de recurrir (y pagar) a un asesor experto en conocer los hábitos del Estado para cogerlo en un momento con disposición de atenderte.
Supongamos que el Estado ofrece un subsidio para personas pobres, muy pobres, que tienen que demostrar su pobreza por medio de unas tecnologías que no están a su alcance.
-Pero el Estado no puede hacer eso -dirán las personas sensatas-, porque el Estado es lógico.
El Estado es lógico, en efecto, pero su lógica se parece más a la del mundo cuántico que a la de la realidad macroscópica. En otras palabras, que además de estar vivo y muerto a la vez, puede estar en dos sitios al mismo tiempo, aunque sin hallarse en ninguno de ellos. No es raro que acudas a una oficina del Estado en la que te exijan que pidas una cita telefónica. Vuelves a casa pacientemente, llamas al teléfono que te han facilitado, pero nadie lo coge. No es que no lo cojan a las diez. No lo cogen ni a las diez ni a las once, ni a las doce, ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles, etc. El Estado está (tú mismo has pisado una de sus oficinas), pero no está porque es completamente intransitivo. Se llama superposición cuántica.
El Ingreso Mínimo Vital, sobre el que el Estado llevó a cabo en su día (a través del gobierno) una campaña publicitaria alucinante, solo llega al 5% de las personas sin hogar, que son las que más lo necesitan. Y es que hay que solicitarlo por medios telemáticos de los que los indigentes carecen. Si los tuvieran, se lo negarían por tenerlos. Significa que el IMV, igual que el Estado, existe y no existe al mismo tiempo