Ahora que se ha acabado la Navidad, tenemos reciente la constatación de que toda esa logística de la celebración, con su pesada carga de limpieza, decoración, cocinado, servicios de mesa interminables, atención a invitados, compra de regalos, etc., etc., etc., recae mayoritariamente sobre los hombros de las mujeres y, sobre todo, de las madres. Cargan con el trabajo o con el sentimiento de culpa asociado a esta tarea en caso de que no consigan, o no quieran, sostener ellas solas este edificio descomunal. Solamente el volumen de trabajo y estrés que genera una Navidad merecería una revolución feminista.

Sin embargo, hay un colectivo de mujeres que ha decidido que su vida toda sea una Navidad de 365 días al año. Son las ‘tradwives’. Observamos una foto reciente de una revista que parece una recreación de una imagen de los años cincuenta: una señora joven con peinado de peluquería, delantal con volantes en las hombreras y zapatos de tacón sirve un cóctel en una bandeja a un señor, muy joven también, que mira su iPhone sentado en una cómoda butaca en un salón profusamente decorado con flores, alfombras, cuadros. Es una escena doméstica real. Ella no tendrá ni treinta años. Es una tradwife, contracción de ‘traditional wife’ (en plural wives) término inglés que significa ‘esposa tradicional’.

Una mujer que ha decidido dedicar su vida al cuidado de su marido y de sus hijos al más puro estilo decimonónico, como si hubiera extraído las pautas de comportamiento del manual de la perfecta casada de la sección femenina de Falange.

Así es como algunas mujeres huyen de la inquietud que genera un mundo cambiante y en permanente zozobra, del estrés que supone la autonomía, refugiándose en la tradición más involucionista, renunciando a derechos, rechazando la igualdad entre hombres y mujeres, encerrándose en vida y entregándose a una ficción de matrimonio perfecto, como si fueran las protagonistas de una película de Doris Day. Han estudiado, tienen conexión a internet, redes sociales, iPhone, tablet, son jóvenes, guapas, sanas, con buena posición económica, y han decidido que su vida se parezca a la de sus abuelas y bisabuelas.

Su único objetivo en la vida es pescar un buen marido, darle muchos hijos y permanecer hasta la muerte al servicio de los suyos. No hace falta decirlo, pero, evidentemente, el marido es el cabeza de familia y quien toma las decisiones de la vida en común. Son encantadoras y abnegadas y todas tienen cuenta en Facebook, Instagram y TikTok, desde donde nos muestran sus casas perfectas, sus peinados perfectos y nos dan consejos de cómo hacer un buen pastel para hacer feliz a nuestro marido y de cómo mantenernos en el peso ideal para que él no mire a otras. Si esto ocurriera, sería todo culpa nuestra por no ser lo suficientemente bellas y sumisas. Pretenden ser solo unas adorables cabecitas huecas que se limitan a ocuparse de sus casas, pero nada más lejos de la realidad, porque este modelo contiene una profunda carga política: son convencidamente machistas, por supuesto son clasistas y, para que no falte de nada a este maravilloso cóctel, son también supremacistas. Desprecian a las mujeres que no tienen marido y a aquellas que no pueden, o no quieren, tener hijos. Se forman en libros tales como The Proper Care and Feeding of Husbands (El cuidado y la alimentación adecuados para esposos, Harper Perennial, 2006), de Laura Schelessinger.

Son la pareja perfecta del nuevo rey de la casa, ese hombre que se resiste a perder los privilegios que le proporciona el patriarcado y que el feminismo ha venido a cuestionar. En estos tiempos de incertidumbre, ella y él se aferran a modelos ya superados, pero que les proporcionan seguridad y refugio. Ellas cultivan un apego ansioso a marido e hijos digno de estudio psiquiátrico. Se corresponden bien con el modelo de mujer que aparece en el relato de Gabriel García Márquez: Las esposas felices se suicidan a las seis.

Como dijimos antes, su vida es una Navidad permanente, ese periodo de felicidad impostada y obligatoria; una Navidad con armas, claro, porque ellas son la escuadra femenina de Trump. Es un modelo que se extiende como la pólvora por EE. UU. y que también ha llegado a nuestro país, auspiciado por el auge de los partidos de ultraderecha. Las podemos encontrar en redes bajo ‘hashtags’ como #tradwife, #esposasumisa o #mujersumisa.

Han rechazado la igualdad de género y han renunciado a numerosos derechos conseguidos gracias a la lucha feminista. Allá ellas, si no fuera porque pretenden que todas renunciemos. Porque, según estas mujeres, feroces activistas contra el feminismo, que conciben como el mayor de los males sobre la Tierra, todas deberíamos volver a recluirnos en el hogar de donde nunca tendríamos que haber salido.