Si 2023 terminó envuelto en un ambiente de enfrentamiento y polarización como pocas veces se había visto en la etapa democrática española, 2024 empieza manteniendo, cuando no aumentando, las tensiones.

Tal es así que hasta la FundéuRAE, organismo que elige la palabra más representativa de cada año, eligió el término “polarización” como la que mejor definía a 2023. Miedo da pensar, a este paso y como está el ambiente político, cuál será la que mejor defina 2024.

Si ya en la pasada Nochevieja, y frente a la sede socialista de Ferraz se nos brindó un espectáculo de mal gusto con el apaleamiento de un muñeco de Pedro Sánchez, por parte de grupos ultraderechistas, tras insinuaciones previas de “colgarlo de los pies”, hay que estar preparados para todo tipo de farsas semejantes.

El problema es que este tipo de actitudes se cronifiquen y se empiecen a ver como normales. Si se jalean y se compite para ver quién hace la barbaridad más grande, al final lo de Donald Trump y el asalto al Capitolio nos parecerá una marcha pacifista. Y de esa violencia verbal es muy fácil pasar a otro nivel. Y hay que tener cuidado. La disconformidad con lo que pueda hacer cualquier gobierno es legítima e, incluso, necesaria. Pero hay cauces y formas de expresarla. Y, ante todo, una regla básica de la democracia y, por tanto, de la Constitución (esa que tanto se dice defender) es la de respetar los resultados democráticos, las mayorías que la ciudadanía, con sus votos, haya determinado. No se pueden deslegitimar gobiernos simplemente porque a uno no le gustan. Así lo que se deslegitima es la propia democracia.

El resultado electoral produjo un escenario político muy complicado. Y una frustración muy grande en las derechas, que daban su victoria como asegurada. Frustración que, en vez de ir superando, les está afectando cada vez más por esa carrera en la que PP-Vox compiten por ver quién es más derechista que el otro. Algunas propuestas recientes son llamativas. Que el PP lance proyectos sobre “disolución de partidos por deslealtad constitucional” es preocupante. Y curioso que lo haga uno que no está cumpliendo el precepto constitucional de renovar el Consejo General del Poder Judicial. O que, hace poco, criticaba a Vox por pedir eso mismo. La incoherencia y el extremismo parecen presidir muchos comportamientos, lamentablemente. Planteamientos de consenso o sobre políticas de Estado, tan frecuentes en otras épocas, parecen ahora que nunca hayan existido. Y no es nada bueno para la sociedad.

Vista del la pintura del presidente español y candidato del PSOE a la reelección Pedro Sánchez y al expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, dándose un beso en el mural del artista urbano TVBoy, en la plaza de las Glòries David Oller/Europa Press


Si el panorama está complicado desde la oposición, tampoco está fácil desde las fuerzas que apoyan al Gobierno. Depender de partidos como Junts o, mejor dicho, de personajes como Puigdemont hace que la estabilidad y la normalización de Cataluña en la política nacional, que tanta falta hace, se convierta en tarea casi milagrosa. La lejanía por vivir en Bruselas hace evidente una preocupante pérdida de la realidad actual. Aunque eso no obsta para que todo el mundo lo busque, incluido el PP que lo hace de “tapadillo”. Tal vez cuando la ley de amnistía surta sus efectos, de forma curiosa, el PP podrá beneficiarse de ella ya que, entonces, podrá hablar y pactar sin esconderse con Junts, como han hecho en otras ocasiones. El PP desacredita esta amnistía pero, curiosamente, no las amnistías fiscales o los indultos masivos que ellos han hecho, pero, cuando les interese, pactarán con el amnistiado y él lo sabe.

Planteamientos de consenso o sobre políticas de Estado, tan frecuentes en otras épocas, parecen ahora que nunca hayan existido. Y no es nada bueno para la sociedad.

En todo caso es evidente que hay que superar esta política de bloques. Se deben defender las diferentes posiciones políticas, pero democráticamente. Y sería conveniente empezar a tender puentes. La gobernabilidad del Estado y el bienestar y progreso de la ciudadanía exigen que todos, a un lado y otro, antepongan el interés general a los suyos propios, como fuerzas políticas distintas. La situación no está para más enfrentamientos sino para más colaboración.