Bienvenidos a la política del todos contra todos, donde Podemos se anima a votar a barullo con Vox, y donde la ultraderecha moderada puede unirse sin complejos a la izquierda para fastidiar a sus aliados naturales del PP. Ningún partido respeta los pactos, la condición de socio fiable se ha convertido en un estigma inaceptable. El jeroglífico de los Decretos, aprobados a medias o a tercios en el Congreso o en el Senado, deja a Junts como el único partido antisistema. El catalanismo pujolista no se ha independizado de España, se ha desencadenado de su fe burguesa.

En medio del maremágnum, Sánchez gana cada vez que va a perder, en cumplimiento estricto de su perfil biográfico. Por la tarde aprueba dos Decretos de tres, cuando a mediodía hubiera llorado por salvar uno.

Demuestra que existe un vínculo secreto con Junts, que aprieta pero no ahoga además de consolidarse como el soberanismo que desata temblores en Madrid. Y en primer lugar por orden de importancia, el presidente del Gobierno se sacude a una izquierda estatal desangrada, que no sabe ni apretar el botón de la votación. Podemos ya solo interesa en un chalet madrileño, y la lorquiana Yolanda Díaz se ha dejado la vida política en el exterminio de su formación matriz.

Si la nueva victoria agónica les resulte inasumible, basta con reseñar humildemente que Sánchez sigue. La situación endiablada que habita el líder socialista procede de las urnas, salvo para quienes creen que un día ganarán la Lotería porque poseen criterios racionales para elegir el número premiado. Una vez que se ha instaurado la dialéctica del todos contra todos, también en las autonomías gobernadas por el PP, cada votación es un campo minado. La desconfianza mutua invita al caos, pero los ciudadanos tienen más que temer cuando los partidos aúnan sus fuerzas con desprecio a la población, sobran los ejemplos. El Superdecretazo ha sido más emocionante que la Supercopa, solo faltaría que Sánchez devolviera también la audiencia a la política, mientras sus rivales se preguntan con ansiedad cuánto puede desgastarse un presidente.