Tres meses de implacable guerra han dejado la Franja de Gaza prácticamente inhabitable. Los constantes bombardeos y la destrucción generalizada son solo la punta del iceberg en la trágica realidad de 2,4 millones de palestinos: mientras los muertos se apilan por miles, los vivos, casi todos desplazados, padecen frío, epidemias y un hambre insoportable.
La colosal ofensiva por aire, tierra y mar del Ejército de Israel contra el grupo islamista Hamás ha dejado en ruinas gran parte del enclave y dos millones de gazatíes se han visto obligados a desplazarse hacia el sur, a pesar de que los combates también castigan a esa zona.
La ciudad de Rafah, junto a la frontera con Egipto, alberga un millón de desplazados. Familias enteras -con niños, ancianos, enfermos y discapacitados- se han instalado en pleno invierno en carpas improvisadas, sorteando las inundaciones provocadas por las lluvias, el hacinamiento, el corte de electricidad, pero sobre todo, el hambre y la sed.
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«La situación en la calle empeoró y cada vez es más difícil: una bolsa de patatas de un shékel ahora cuesta diez. Todo es caro», dice a EFE Ahmed Karam, mientras deambula en un mercado.
«Es muy injusto todo», lamenta este hombre que porta un abrigo grueso y que no puede costearse un refresco, ni una caja de espagueti, ni una bolsa de patatas.
A unos cuantos metros de él, cientos de personas hacen largas filas entre empujones y gritos para conseguir una bolsa de pan. Mujeres y niños se forman de un lado, los hombres del otro, pero casi ninguno tiene suerte. Los que logran conseguir algo, lo esconden bajo la ropa, en el regazo, para que nadie se lo arrebate.
A ras del suelo, algunos venden latas de comida en conserva, mientras otros empujan sus carretas entre los edificios destruidos con tomates, granadas y pimentones, pero casi nadie compra.
«Inhabitable»
Los gazatíes «afrontan los niveles más altos de inseguridad alimentaria jamás registrados. La hambruna está a la vuelta de la esquina», aseguró Martin Griffiths, secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios para la ONU.
«Para los niños en particular, las últimas 12 semanas han sido traumáticas: No hay comida. No hay agua. No hay clases. Solo los aterradores sonidos de la guerra, día tras día», añadió.
«Gaza simplemente se ha vuelto inhabitable. Su gente es objeto de amenazas diarias a su propia existencia, mientras el mundo observa», deploró en un informe.
La guerra estalló el 7 de octubre tras un ataque del grupo islamista Hamás contra Israel, que dejó 1.200 muertos, entre ellos 36 niños, y 250 secuestrados.
Desde entonces, el Ejército de Israel ha detonado 65.000 toneladas de explosivos sobre la Franja, que han causado cerca de 23.000 muertos, entre ellos 10.000 niños y 7.000 mujeres, y más de 58.000 heridos, según el Gobierno de Gaza, controlado por Hamás.
Estas cifras podrían ser mucho más elevadas, considerando que unas 8.000 personas se encuentran desaparecidas bajo los escombros.
«La guerra no sirvió»
El ataque a Israel «no fue una buena decisión, porque nuestra situación no aguantaba ninguna guerra. Si fuera una situación mejor, si fuéramos un país como Egipto, diríamos que sí», dice un gazatí a EFE bajo condición de anonimato, al lamentar la crisis económica y humanitaria que atraviesa.
«La guerra no nos sirvió, desde que nacimos solo hemos vivido en guerras ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo viviremos? No podemos más», añade, al asegurar que no descarta migrar a Egipto.
Sin embargo, los gazatíes tienen prohibido salir del enclave, incluso si poseen una visa para acceder a otro país. Las salidas se autorizan a cuentagotas, tras una solicitud oficial de evacuación a través del Ministerio de Exteriores del tercer país, utilizando canales diplomáticos y embajadas, en coordinación con autoridades israelíes.
La tragedia ocurre en medio del colapso de los servicios de salud en el enclave: 30 hospitales y 53 centros de salud de la Franja quedaron fuera de servicio, 121 ambulancias fueron destruidas y 326 miembros del personal médico fueron asesinados.
Las pocas clínicas que continúan funcionado lo hacen bajo mínimos: la tasa de ocupación de camas asciende al 350%, carecen del 60% de los insumos médicos básicos y muchos de los pacientes son atendidos en el suelo, sin anestesia, en medio de salas de espera abarrotadas por miles de desplazados.
«Las condiciones de trabajo son desastrosas debido a las interrupciones del suministro de agua y alimentos, y a la falta de seguridad» en los hospitales, aseguró Medhat Abás, portavoz del Ministerio de Sanidad de Gaza.
Unas 400.000 personas contrajeron enfermedades infecciosas y de los 6.000 heridos que necesitan ser atendidos en el extranjero, solo 650 han podido salir del enclave, mientras muchos bebés prematuros y enfermos de cáncer están en riesgo de muerte.
«La comunidad humanitaria se ha quedado con la misión imposible de apoyar a más de 2 millones de personas, incluso cuando su propio personal está siendo asesinado y desplazado, mientras continúan los cortes a las telecomunicaciones, las carreteras sufren daños y se dispara contra los convoyes», lamentó Griffiths.
«Las generaciones venideras nunca olvidarán estos 90 días de infierno y de ataques a los preceptos más básicos de la humanidad», advirtió al abogar por un cese el fuego inmediato.
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