Le gusta tocar el piano varias horas al día y ha escrito dos libros: una genealogía de los dioses griegos y un exhaustivo estudio de la Biblia publicado en cinco volúmenes. Ultradiscreta, ajena a los grandes fastos, casada con un ejecutivo nieto de un rabino asesinado en Auschwitz y madre de dos hijos a los que ha educado en el judaísmo, poco se sabe de Françoise Bettencourt-Meyers, la mujer más rica del mundo que hace unos días traspasó el umbral de los 100.000 millones de dólares, convirtiéndose en la primera mujer en amasar tanto dinero, según Bloomberg.
Pero detrás de la decimotercera mayor fortuna del planeta late una historia de enfrentamiento familiar y uno de los escándalos con mayor repercusión durante la presidencia de Nicolas Sarkozy. La serie de Netflix “El caso Bettencourt: El escándalo de la mujer más rica del mundo” recupera uno de los affaires que hicieron correr más ríos de tinta en Francia a principios de la pasada década. El exitoso documental tiene el mérito de divulgar este caso tentacular —desde lo familiar hasta lo político, pasando por el fraude fiscal— sobre su madre, Lilianne Bettencourt, la riquísima propietaria de L’Oréal que falleció a los 94 años durante la madrugada del 21 de septiembre de 2017.
En el epicentro del ‘affaire’ se sitúan los audios de las conversaciones entre Bettencourt y sus consejeros. Pascal Bonnefoy, mayordomo de la entonces mujer más rica de Francia —y también del mundo en el momento de su muerte—, grabó de manera clandestina entre 2009 y 2010 las reuniones entre la anciana empresaria y su corte de asesores y cortesanos. Su hija Françoise los acusaba de ser unos “buitres” y querer aprovecharse de la inmensa fortuna de su madre. El dinero salía por los poros de la mansión de la heredera de L’Oréal en Neuilly-sur-Seine —en la burguesísima periferia oeste de París—, donde los jardineros y trabajadores domésticos recibían salarios más bien dignos de un médico.
Fue, curiosamente, el entorno de la misma Françoise que dio a la prensa en 2010 esos audios. Lo hizo en aras de vengarse del fotógrafo y escritor François-Marie Banier. Ese dandi homosexual se había dedicado durante años a entretener, cortejar y aconsejar inversiones artísticas a su madre Lilianne a cambio de millonarios regalos. Los celos, rencores y el temor de que se apoderara de una parte de las riquezas de los Bettencourt hicieron que la hija Françoise denunciara al fotógrafo en 2007 por un “abuso de debilidad”.
Un conflicto familiar que desembocó en escándalo político y financiero
Sin embargo, ese conflicto familiar que había entretenido a la prensa del corazón desembocó en un escándalo político y financiero a partir del 2010. El prestigioso digital Mediapart y la revista Le Point revelaron a mediados de ese año el contenido de esas conversaciones en la mansión Bettencourt. Mostraron el peor rostro de las élites económicas en un momento en que aún supuraban las heridas por la crisis de 2008. En esos audios, se hablaba sin tapujos de prácticas de fraude fiscal. También se daba a entender que habían financiado de manera ilegal las campañas del conservador Nicolas Sarkozy, quien antes de ser presidente y ministro había ejercido como alcalde de Neuilly. Es decir, conocía desde hacía mucho tiempo a los Bettencourt.
Ese escándalo convirtió a Lilianne Bettencourt en una de las empresarias más controvertidas y conocidas en Francia —con una descarnada, pero verosímil, caricatura en los Guiñoles de Canal +—. Provocó un giro copernicano en el perfil hasta entonces más bien discreto de la heredera de L’Oréal. Nacida en 1922 en París, Lilianne debió buena parte de su fortuna a su padre Eugène Schueller, el fundador de la exitosa empresa de champús y tintes de cabello. Del lado paterno, también heredó una parte sombría. Su progenitor sintió en el periodo de entreguerras fascinación por el nacionalsocialismo y financió a milicias de ultraderecha, como La Cagoule o el Comité Secreto de Acción Revolucionaria.
Aunque formó parte del consejo de administración de L’Oréal hasta los 90 años, Lilianne Bettencourt no se encargó de las tareas de dirección de la multinacional, que delegó en el director François Dalle. Durante décadas —y eso también se debió a los valores patriarcales de la época—, fue más bien conocida por ser la mujer del político André Bettencourt. Su marido ejerció como ministro durante las presidencias de Charles de Gaulle y Georges Pompidou.
Fraude fiscal por cerca de 100 millones
Ese papel público aparentemente secundario cambió de manera radical a partir del escándalo que marcó los últimos diez años de vida de Lilianne Bettencourt. A partir de los audios, y otras informaciones a posteriori, se supo que tenía 12 cuentas en paraísos fiscales, como Suiza y Singapur. Gracias a ello, evadió cerca de 100 millones de euros al fisco francés. Un presunto delito, reconocido por ella misma, que logró solucionar con un simple ajuste fiscal y un acuerdo con Hacienda por la misma cantidad. En 2011, de hecho, un grupo de expertos estableció que la anciana empresaria sufría “una demencia mixta” y Alzheimer, lo que hizo que apareciera ante la justicia más como una víctima que una responsable de ese escándalo.
Las revelaciones del affaire Bettencourt salpicaron hasta en el Elíseo. Además de los audios, varios trabajadores de la anciana empresaria hablaron de las visitas de Sarkozy a su domicilio en Neuilly-sur-Seine. Su contable personal Claire Thibout aseguró a la prensa que el matrimonio Bettencourt había financiado ilegalmente la campaña del dirigente conservador a través de Éric Woerth, que luego fue su ministro de Hacienda y actualmente ejerce como diputado de la coalición del presidente Emmanuel Macron. Jueces de instrucción privilegiaron esa pista. Imputaron en 2013 a Sarkozy y Woerth por un supuesto “abuso de debilidad” de la anciana empresaria. Finalmente, no encontraron pistas que demostraran esas sospechas. Sarkozy no llegó a ser juzgado y a Woerth lo absolvieron en 2015. En cambio, el tribunal de Burdeos sí que condenó a penas de prisión a Patrice Maistre, encargado de gestionar la fortuna de Bettencourt, y al fotógrafo François-Marie Banier. Pocos años después, lograron resolver esas penas a través de un acuerdo con Françoise Bettencourt.
Debido a su condición de hija única, heredó la inmensa fortuna de su madre en el otoño de 2017 y se convirtió de facto en la mujer más rica del mundo y en la primera en lograr un patrimonio tan caudaloso. Y pese a las cifras astronómicas, ha logrado hacerlo pasando desapercibida ante la opinión pública. Al menos de momento.