Una suspensión que ha levantado suspicacias en Francia. La cancelación del Consejo de Ministros del pasado miércoles ha multiplicado los rumores en el país vecino de un posible cambio de Gobierno, incluso de la primera ministra, Élisabeth Borne. El presidente francés, Emmanuel Macron, prometió el 31 de diciembre en el tradicional discurso de fin de año un 2024 de «acción» y «determinación». Sin embargo, la parálisis gubernamental ha predominado en esta primera semana. Pocos anuncios y actos oficiales. «El presidente ha suspendido el tiempo por un periodo indeterminado», aseguró un consejero del Elíseo al diario Le Monde. «Todo es posible, incluso nada«, añadió refiriéndose a una eventual remodelación del Ejecutivo.
Los rumores de remaniement resultan un clásico de la política francesa, sobre todo en periodos de crisis. Después de la revuelta en las ‘banlieues’ a finales junio, ya se habían multiplicado las especulaciones de que Borne tenía los días contados y que podía reemplazarla el ministro del Interior, Gérald Darmanin. Al final, toda esa rumorología desembocó en una remodelación gubernamental bastante más modesta: cambiaron ocho ministros de un total de 40.
Casi seis meses después, una situación parecida se reproduce después del feuilleton por la aprobación el 19 de diciembre de una dura ley migratoria, compuesta por numerosas medidas del gusto de la derecha republicana y la ultraderecha, algunas de las cuales podrían ser «inconstitucionales», reconoció la primera ministra. La adopción de ese texto con los votos de la coalición macronista, Los Republicanos (LR, afines al PP) y la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen provocó la dimisión del ministro de Sanidad, Aurélien Rousseau —y exjefe de gabinete de Borne—. La de Universidades hizo un amago de una posible renuncia y otros tres ministros (Cultura, Transportes e Industria) también expresaron su malestar por la polémica legislación.
Borne, ¿el fusible tras un 2023 para olvidar?
Desde la oleada de protestas sindicales —las más multitudinarias en este siglo XXI en el país vecino— contra la impopular reforma de las pensiones en el primer semestre hasta el embrollo por la ley migratoria, Macron vivió un 2023 realmente complicado en la política interna. Tras un año horribilis, Borne parece el fusible perfecto. Al menos, así lo creen varios sectores en el seno del macronismo. «Una nueva página se abre. Necesitamos un nuevo impulso, una renovación. ¿Pero con qué personalidades? ¿Con qué arquitectura gubernamental? (…) El presidente debe decidirlo», dijo François Bayrou, líder de la formación centrista MoDem, que compone la coalición macronista junto con el partido Renaissance y Horizons del ex primer ministro Édouard Philippe.
Borne «es la mano del rey». «En lugar de la jefa del Gobierno, parece la secretaria general del Elíseo«, explica a El Periódico de Catalunya, del Grupo Prensa Ibérica, el politólogo Luc Rouban, director de investigaciones en el CNRS y en Sciences Po París. Desde su designación en mayo de 2022 como primera ministra, una reputación de ejecutante y de perfil poco político acompaña a esta tecnócrata que antes de dar el salto al macronismo en 2017 había ocupado cargos en gabinetes ministeriales del Partido Socialista, sin llegar a militar nunca en el partido de la rosa. Durante los más de 19 meses que lleva en Matignon, Borne, de 62 años, se ha convertido en la primera ministra más impopular en la presidencia de Macron. Sus niveles de simpatía resultan inferiores a los de Philippe o Jean Castex.
«Ella encarna una especie de autoritarismo macronista«, afirma Rouban, refiriéndose al hecho de que Borne ha recurrido hasta en 23 ocasiones al polémico decreto 49.3 de la Constitución que permite aprobar las leyes sin una votación parlamentaria. Es la segunda primera ministra que más ha utilizado este ‘decretazo’ en la historia de la Quinta República. En el fondo, la debilidad de Borne refleja las dificultades de Macron en su segundo mandato, marcado por la ausencia de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional —algo poco habitual en la presidencialista Quinta República—. Según Rouban, «el problema es la manera en que se ha planteado este posible remaniement, ya que no servirá para resolver el problema» de una falta de una mayoría parlamentaria estable.
La presión de las elecciones europeas
Tras haber salido escaldado por el feuilleton de la ley migratoria, una hipotética designación en Matignon del controvertido Darmanin cotiza a la baja. Los nombres que más suenan esta semana son los del ministro de Economía, Bruno Le Maire, de Defensa, Sébastien Lecornu, y de Transición Ecológica, Christophe Béchu —todos ellos formaron parte de la derecha republicana—. Pero no se descarta una designación sorpresa. O bien que la sorpresa resulte que al final no hay ningún cambio significativo.
Macron, de hecho, tiene fama de presidente al que le gusta aguantar a sus primeros ministros. Sin embargo, puede resultar prácticamente una temeridad apostar por la continuidad, sobre todo cuando faltan unos 150 días para unas elecciones europeas en que la ultraderecha parte como favorita en Francia. Los sondeos le dan un 30% de intención de voto al partido de Le Pen, 10 puntos más que a la coalición macronista. Los comicios del 9 de junio se presentan como la clásica votación de medio mandato que puede dejar contra las cuerdas al dirigente centrista.
«Tendré la ocasión en las próximas semanas de deciros cómo la nación afrontará estos desafíos», dijo Macron el 31 de diciembre desde el Elíseo. Unas semanas antes, el presidente ya había prometido «un gran encuentro con la nación» en enero. En una parte significativa de la opinión pública gala, sin embargo, hay escepticismo ante estos «grandes anuncios». El Elíseo ya había anunciado una iniciativa parecida para la rentrée en septiembre. Pero al final esa se limitó a dos reuniones entre el presidente y los responsables de los principales partidos, tanto de la coalición presidencial como la oposición.
Aunque 2024 estará marcado en Francia por actos con una repercusión planetaria —desde la conmemoración en junio del 80º aniversario del desembarco de Normandía hasta la reapertura en diciembre de Notre Dame, pasando por los Juegos Olímpicos en París durante el verano—, Macron corre el riesgo de verse atrapado por la inercia de una difícil política interna. Y que esto lo debilite a nivel europeo e internacional.