Si la cabalgata de Sus Majestades de Oriente se sobrepuso a la lluvia y el frío, nada era obstáculo para que los más pequeños poblaran las calles y parques para lucir sus regalos y juguetes. Qué menos tras una noche en la que costó conciliar el sueño. En la calle Rodríguez San Pedro, Antonio Guerrero botaba su inmaculado balón junto a su madre, Inés Díaz-Negrete. A su espalda, una mochila de Pokémon y, dentro, una raqueta de tenis. Iba muy cargado. «Cuando fuimos a casa de mi abuela a abrir los regalos vimos una manta y creíamos que eran los Reyes», afirmaba el crío.
Melchor, Gaspar y Baltasar dejaron bajo el árbol navideño otro regalo muy importante, un «puñado de concentración». Antonio Guerrero se levantó con dudas. Temía acercarse al árbol por si pillaba a los Reyes Magos con las manos en la masa. «En nuestra familia hay mucha tradición», reivindicó Inés Díaz-Negrete.
Los hermanos Cristina y Enrique Arciniega, más que caminar, rodaban. Ella en sus nuevos patines y él, en su recién estrenada bicicleta. «Voy muy rápido», decía el niño tras detenerse a su paso por el carril bici de la calle Rodríguez San Pedro. Cristina Arciniega tenía una estrategia para que los Reyes fueran benévolos con sus peticiones. Les obsequió con leche con galletas para que Sus Majestades recargasen energía. Un perro de peluche y unas zapatillas también se colaron entre los regalos de la pequeña. «Estamos pachuchos en casa pero había que estrenar las cosas», subrayó Santiago Ruiz, tío de los niños.
Macarena Álvarez, de 4 años, no paraba de pedalear en su cochecito por el paseo de Begoña. «Está encantadísima con los Reyes», comentaba su madre María González. La cría estaba pendiente de una bicicleta que también le ilusionaba un montón. Tocaba ir a casa de las abuelas para comprobar cómo se habían portado Melchor, Gaspar y Baltasar. Fue una noche de nervios para Macarena Álvarez. «Se despertaba cada poco y a las ocho de la mañana ya estaba en pie», señaló González. Las inclemencias meteorológicas en ningún caso impidieron el debut del reluciente coche. «Hay que salir como sea», sentenció María González.
Daniel Álvarez, de dos años, se esmeraba en que su querido muñeco de Spider-Man no se mojase. «Es de Papá Noel, no de los Reyes», matizaba su padre, Jesús. Daba igual el remitente de los regalos. Lo que no faltaba era el deseo de jugar con ellos en un día en el que miles de niños desembalaron los obsequios de Sus Majestades. Las caras de felicidad eran la muestra de que Melchor, Gaspar y Baltasar habían acertado.