2024 arranca bajo un signo electoral. Hay previstas elecciones en Galicia, el País Vasco, Rusia, Estados Unidos y en la Unión Europea. Quizás también, si las adelantan, en Cataluña. Los comicios marcarán nuestro destino más inmediato y pueden suponer importantes cambios de rumbo. No en Rusia, donde la victoria de Vladimir Putin se antoja indiscutible, especialmente en periodo bélico. Los ritmos del país eslavo no son los nuestros, aunque nos gustaría que lo fueran. Lo mucho o poco que la inteligencia occidental había pronosticado sobre el impacto económico de las sanciones a Moscú se ha cumplido, de modo que Rusia parece más fuerte –en el sentido de que se muestra más segura de sí misma– hoy que hace unos años. Más trascendentes, sin embargo, son las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que tendrán lugar en noviembre de este año. Entre Trump y Biden, por citar a los dos candidatos más viables a día de hoy, se juega algo más que el crecimiento económico de Occidente: también la paz y la estabilidad mundial. Ucrania, en especial, se asoma con temor al resultado de unos comicios que pueden poner en jaque el apoyo a Kiev a medio y largo plazo. Una Europa anémica militarmente desde hace décadas sería incapaz de suplir un cambio de orientación por parte de la política americana en el caso de que un candidato aislacionista ganara las elecciones. Y, por supuesto, una victoria rusa en el frente ucraniano supondría –ya lo ha supuesto, de hecho– un auténtico vuelco en el conjunto de prioridades presupuestarias de la Unión. La defensa va a seguir marcando nuestro futuro inmediato.
Las elecciones europeas tendrán una lectura interna y otra externa: ambas importantes, ambas íntimamente relacionadas. Porque, en efecto, las amenazas que sacuden la Unión presentan un ADN muy similar: bajo el dictado de los populismos, por un lado, y de una excesiva burocratización e intervencionismo, por otro. ¿Serán capaces de mantener el control del arco parlamentario las dos corrientes ideológicas centrales de la Unión es decir, los socialdemócratas y los populares? Seguramente, pero ¿a qué coste? ¿Pondrán los partidos populistas en peligro el actual proyecto europeo? También cabe verlo desde el lado opuesto y asumir que los desafíos son oportunidades.
Las elecciones europeas nos indicarán también cuál es el techo electoral que mantiene el PSOE tras el acuerdo de amnistía con los independentistas. Mi pronóstico es que, si no media una crisis económica en los próximos meses, el PP ganará las elecciones con un margen más estrecho de lo que sugieren las encuestas. El desgaste socialista es profundo, pero lento y muy atenuado por las dádivas presupuestarias. Los partidos españoles tendrán que afrontar otras dos contiendas decisivas este 2024: en Galicia, donde cualquier resultado que no sea la mayoría absoluta para los populares se interpretaría como un fracaso; y en el País Vasco, donde el juego se plantea entre nacionalistas y donde Bildu puede llegar no sólo a ganar las elecciones, sino a formar gobierno. Lo que supondría la derrota del PNV en términos de estabilidad autonómica y de apoyos al gobierno central está aún por ver, aunque indudablemente tendría un impacto no menor. ¿Recuperaría así el PP de Feijóo la iniciativa a la hora de configurar pactos postelectorales? Quizás no de entrada, pero de nuevo se volvería a abrir la baraja. Al final, el realismo de los intereses siempre se impone. Nada permanece fijado para siempre.