Los equipos de rescate se afanan en alcanzar las zonas más afectadas por el poderoso seísmo que el primer día del año golpeó el centro de Japón. Son ya 48 muertos, una factura leve que contrasta con la masiva devastación y la fuerza del temblor. Otro país sin esa sólida construcción ni los engrasados protocolos de evacuación contaría los muertos por centenares o millares.
«Las tareas de salvamento son una batalla contra el tiempo. Los que se han quedado atrapados en edificios colapsados tienen que ser rescatados lo antes posible», ha urgido este martes por la mañana el primer ministro, Fumio Kishida, con el litúrgico mono azul de los desastres naturales. Unas 1.200 víctimas esperan aún ser rescatadas, según la portavocía gubernamental, porque las arruinadas infraestructuras y servicios están lastrando las labores. Muchos trenes y vuelos han quedado suspendidos y en el aeropuerto de Noto, con las carreteras de acceso y pistas de aterrizaje agrietadas, han quedado atrapados unos 500 viajeros.
No es fácil alcanzar el pico septentrional de la península de Noto, en la prefectura de Ishikawa. Tokio envía ahora la ayuda por aire y mar porque carreteras y puentes han quedado destruidos. Las imágenes desde el helicóptero muestran aún numerosos incendios y edificios parcialmente dañados. Unas 45.000 casas seguían sin electricidad este martes en Ishikawa tras una noche de temperaturas gélidas, según la compañía suministradora. En varias zonas tampoco se ha restablecido el agua corriente. Otro problema es el encadenamiento de réplicas que sucede a cualquier gran seísmo. La Agencia Meteorológica de Japón ha contado ya unas 200, la mayoría por encima de los tres grados en la escala Richter.
Más de un millar de soldados
Miles de bomberos y policías de todo el país han sido desplazados a la península de Noto. Más de un millar de soldados se han sumado ya a la misión y, según el Ministro de Defensa, podrían alcanzar los 10.000 en los próximos días. Wajima, el núcleo urbano más cercano al epicentro, concentra el tercio de las víctimas. Su mercado, donde los turistas acuden a comprar la artesanía, ha quedado en ruinas.
El seísmo se produjo en la tarde del lunes a 30 kilómetros de Wajima y 16 kilómetros bajo la superficie terrestre. La Agencia Meteorológica de Japón ha calculado su fuerza en 7,6 grados. El temblor provocó la inmediata alerta de tsunami en su grado máximo y las carreras de los vecinos a las zonas más elevadas. Unas 100.000 personas pasaron la noche en gimnasios, pabellones y otras instalaciones que las autoridades identifican previamente como refugios en situaciones de crisis. La alerta fue levantada este martes por la mañana tras haberse registrado en las horas previas olas de poco más de un metro en el litoral.
Fue comprensible el miedo durante los instantes posteriores al temblor. La actividad de placas tectónicas bajo Japón genera terremotos fatales. En 2016 murieron 220 personas en Kumamoto pero ninguna tragedia está tan grapada a la memoria colectiva como la de marzo de 2011: un seísmo de 9 grados en las profundidades marítimas frente a la costa oriental, el inmediato tsunami de olas gigantescas que dejó 20.000 muertos y la final ruina de la central nuclear de Fukushima. Japón apagó todas los reactores tras aquella crisis, la más inquietante desde Chernóbil, y el Gobierno prometió un horizonte sin energía nuclear. Las urgencias energéticas y el regreso de los conservadores al Gobierno torcieron el plan. Tokio ha aprobado el paulatino regreso de las centrales frente al rechazo popular y la semana pasada dio luz verde para reconectar la mayor central del mundo, Kashiwazaki-Kariwa. La más cercana al seísmo del lunes planea acabar con su jubilación post-Fukushima en 2026. Las autoridades han prometido que no ha habido fugas esta vez.