En octubre, mi amiga Ana me regaló por mi cumpleaños, que en realidad había sido en febrero, las cartas que se escribieron a lo largo de su vida Henry Miller y Lawrence Durrell. Era un regalo importante para Ana, por eso me lo hizo cuando le salió de las narices, con nueve meses de retraso. En el otoño de 1998, ya ella se había comprado el mismo ejemplar en una feria del libro usado. Se lo encontró en una caseta y se lo quedó porque hacía poco que había leído Trópico de cáncer y Trópico de capricornio, de Miller. También había leído los Diarios Anaïs Nin, su amante, y Cuarteto de Alejandría, de Darrell, del que, reconocía, no había entendido nada. Dos cosas le llamaron la atención del libro, «una que los dos escritores aparecían en bolas en la portada, y otra que se escribieron durante cuarenta y cinco años».
Pasaron veinticinco años de aquella compra, y hace dos meses, mi amiga «vagabundeaba por Bruselas, entrando y saliendo de tiendas vintage, mordisqueando onzas de chocolate y mandándome mensajes contigo cuando vi una librería de segunda mano». Entró, y en el segundo piso, en una estantería recóndita, encontró otro ejemplar de las cartas de Durrell y Miller. «Inmediatamente pensé: para Juan, por su cumple. Además, seguro que no tienes en tu biblioteca otro libro con dos escritores desnudos en portada». Discutimos, de hecho, las condiciones que tendrían que darse para que el autor pudiese aparecer en la cubierta de su libro en pelotas. Primero, tendría que ser una estrella, y que todo le diese absolutamente igual. Y aún así, tendría que esperar a vivir en otra época.
No le hice demasiado caso al libro hasta hace unos días. Cuando llega la Navidad me gusta consultar diarios de escritores para ver qué hacían ellos otros años por estas fechas, y si alguno tenía pensamientos suicidas, que sería lo lógico. Busqué y hallé un telegrama que Miller le diría a su amigo un día de Reyes: «Necesito urgentemente mínimo 5000 dólares manda cable cuanto puedas».
Me agradó que tuviesen esa confianza entre ellos, y me animé a leer algunas cartas más. Recalé en una de 1958, en la que Miller pregunta a Durrell, ya que conoce todas y cada una de sus obras, si podría decirle si recuerda haber visto un fragmento de una o dos páginas en el que cuenta que se encuentra a un muchacho homosexual «en un restaurante italiano, le dejo que me invite a su casa, con la esperanza de que me dé el dinero del billete a París, donde quiero ir a reunirme con June, me levanto por la noche, leo el soliloquio de Molly Bloom, luego le vacío los bolsillos y me voy». La pregunta viene al caso porque Miller acababa de describir ese episodio en Nexus, pero tenía la incómoda sensación de que ya lo había hecho antes en Capricornio o en Sexus. Para estas cosas están también los amigos. Ana, de hecho, me advirtió hace un mes, cuando le di a leer el manuscrito de la nueva novela, que uno de los pasajes ya lo había visto publicado en otro libro mío, y que estaba muy feo plagiarse.