«Es un trabajo tan duro como bonito», comenta Mateo mientras se ajusta un llamativo traje de neopreno. Pablo asiente con la cabeza, con la boca apretada, casi completamente equipado. Es su día a día. El entorno de trabajo es tan fascinante como desafiante. Sujetos a la presión, al control del tiempo para evitar el síndrome de descompresión, a la profundidad, a los movimientos torpes bajo el agua y a las dificultades de la comunicación en el entorno subacuático, un error podría resultar en un accidente. Pablo le quita importancia: «solo hay que mantener los ojos bien abiertos». El desgaste físico es enorme para los buzos de acuicultura; son como atletas de élite. Pero ninguno de los dos cambiaría esta experiencia por un trabajo de oficina. Ni hablar.

Es un trabajo tan duro como bonito

Viaje en barco desde el puerto de San Pedro del Pinatar, frente al Mar Menor murciano, hasta los complejos que albergan los viveros de peces ED


El viaje en barco desde el puerto de San Pedro del Pinatar, frente al Mar Menor murciano, hasta los complejos que albergan los viveros de peces, a cuatro millas de la costa, es soleado y fresco. No siempre es así. Cuando llegan el frío y los temporales, parece más rentable estar bajo el agua que lidiando con las olas en la superficie. Joaquín, el patrón, reduce la velocidad para ingresar a las instalaciones, una de las concesiones del polígono acuícola con mayor producción en toda España. Mateo señala otras granjas en el horizonte. «Criamos unas 11.000 toneladas de pescado anuales entre todas las empresas», afirma. Ya están listos para sumergirse en el vivero de seriolas. Esta especie, más conocida gastronómicamente como pez limón, es el cultivo menos abundante de la granja; la lubina y la dorada ocupan la mayor parte de la producción. Pablo se adelanta, lanza los chalecos de buceo inflados con las botellas, luego se sumerge y completa su equipo bajo el agua. Mateo le sigue. Se ajustan los reguladores y descienden lentamente.

«Criamos unas 11.000 toneladas de pescado anuales entre todas las empresas»

Pablo y Mateo preparando los equipos para sumergirse en el agua ED


La superficie del mar marca la entrada a otro universo. Debajo, todo ocurre a cámara lenta, distorsionado por una lente líquida y colosal de millones de litros de agua. Hay un silencio extraño, sordo y sonoro al mismo tiempo. La densidad, la resistencia hidrodinámica, los colores, el tacto húmedo, la pérdida de calor, las distancias. Sumergirse es como abrir las puertas de la percepción de Huxley, pero sin mescalina. No es solo una sensación física. Cambiar al medio marino resulta familiar: es la génesis, el líquido amniótico, pero también ese ancestro común acuático que conecta todo el reino animal.

Los buceadores posan para la cámara con flotanbilidad neutra, ni se hunde ni emergen ED


Los movimientos de ambos son anfibios, como recuperados de ese origen acuático. Las seriolas de cinco kilos los rozan constantemente con curiosidad. El vivero contiene miles de ejemplares. Los buceadores posan para la cámara con flotabilidad neutra, ni se hunden ni emergen, a pesar de recibir pequeños golpes cada pocos segundos. En el regulador, en la espalda, en las piernas y en los brazos. Hay cierto juego compartido entre animales y personas.

Mateo supervisa el estado de los peces. El bienestar de los animales es clave para la sostenibilidad y la rentabilidad económica de la empresa. Estudió biología marina en la universidad y ahora es el responsable de producción de la granja. Aunque nació en Cocentaina, Alicante, sus veranos se balanceaban en La Vila Joiosa. En ese litoral de pescadores y casas de colores, que hoy combina con su neopreno, nace su pasión por el mar. Un máster en acuicultura, el título de buzo profesional y una tesis doctoral sobre el papel de los peces que se agregan alrededor de los viveros completan una formación destinada a la acuicultura.

«Los buzos somos la primera línea para detectar un desperfecto o cualquier anomalía»

Pablo verifica las redes con destreza. Su acento revela que es de Cartagena, imposible confundirlo. Con tan solo 25 años, lleva seis en la empresa, desde que obtuvo el grado medio de buceo profesional. Siempre le ha gustado el mar y no le importa el trabajo duro. Los buzos se encargan del mantenimiento de toda la instalación, desde la reparación y sustitución de las redes hasta la supervisión de los elementos de conexión entre los cabos de fondeo y las anclas o los muertos. Todo debe estar bien asegurado, sin roturas. «Los buzos somos la primera línea para detectar un desperfecto o cualquier anomalía», explica mientras se toca el pómulo con el índice haciendo referencia de nuevo a aquello de mantener los ojos bien abiertos.

El 70% de la superficie del planeta es agua, sin embargo obtenemos el 98% de los alimentos de la superficie terrestre. ED


Los temporales son el enemigo más temido por los acuicultores. Más aún que los furtivos, que también existen en este negocio. «Todos son una prueba de fuego para la instalación. Pero el temporal Gloria marcó un antes y un después. No habíamos visto nada igual. Las corrientes, la altura de las olas. Los eventos son cada vez más extremos. Todas las empresas del sector invirtieron muchos recursos económicos para mejorar las sujeciones de los viveros al fondo, y en diseñar un plan de mantenimiento escrupuloso después de la catástrofe», señala Mateo.

“Los buzos somos la primera línea para detectar un desperfecto o cualquier anomalía” ED


Para los buzos, sumergirse en el agua después de un temporal multiplica los riesgos. «Imagina —visualiza Pablo—, anclas y líneas arrastradas por las corrientes, unas encima de otras; todo se cruza, enredado». Su labor es ordenar los cabos embestidos, sustituir los dañados, aflojar grilletes, coser las redes. Es una tarea titánica. Todo bajo el agua, con apenas visibilidad, evitando entrar en descompresión, el talón de Aquiles de los buceadores. Sometido a una presión alta, el nitrógeno que contiene el aire de la botella se disuelve en la sangre. Si se asciende demasiado rápido, al disminuir la presión, se forman microburbujas en el organismo que pueden obstruir el torrente sanguíneo y derivar en complicaciones graves.

 Normalmente los buzos evitan entrar en descompresión, pero hay trabajos en que no queda más remedio que bucear profundo y ahí el tiempo es un enemigo. “A 10 metros de profundidad podemos estar más de tres horas bajo el agua, pero a 40 metros las inmersiones duran pocos minutos y hay que repartir el trabajo entre dos o tres parejas de buzos. Si hay que hacer una descompresión, siempre según las tablas de tiempos, esa persona ya no bucea más ese día”, aclara Mateo. “Es importante la información, la formación y la experiencia; sobre todo, la experiencia”, añade.

«Imagina —visualiza Pablo—, anclas y líneas arrastradas por las corrientes, unas encima de otras; todo se cruza, enredado»

Todos los temporales son una prueba de fuego para la instalación, pero Gloria marcó un antes y un después ED


“Esto es para el que le gusta”, continúa el responsable de producción. “Eso sí, cada vez está más profesionalizado porque es un trabajo importante. Y más en España, con todo el litoral, tradición pesquera y canales de distribución que tenemos. Somos una fuente de empleo pero, al ser un sector primario, la ayuda de la Administración es baja y estamos sometidos a competencias desleales de terceros países, que participan con otras reglas de juego. Pero no hay duda: la acuicultura es la alimentación del futuro”.

 El 70% de la superficie del planeta es agua, sin embargo obtenemos el 98% de los alimentos de la superficie terrestre. Según Mateo, “deberíamos emplear más recursos ganaderos en el agua. Con algo menos de dos kilogramos de alimento, obtenemos un kilogramo de peces y somos la ganadería con menor huella de carbono que existe. Y habría que añadir a esta ecuación los beneficios saludables de comer pescado. Además, la acuicultura ayuda a controlar los stocks silvestres. Somos sostenibles. El futuro pasa por nosotros”.

El bienestar de los animales es clave para la sostenibilidad y para la rentabilidad económica de la empresa ED


Regresar a la superficie, cambiar de dimensión, siempre produce una sensación extraña, como de cansancio amable, regenerador. La inmersión es un paréntesis, espacial y temporal. Volver a respirar por la nariz, la sal en los labios, los ojos hundidos por la máscara, el traje despegándose a regañadientes de la piel húmeda. La vuelta a la normalidad es lenta. Mateo y Pablo se meten en el puente del barco durante el retorno. Apenas hablan. Algunas palabras marítimas, las justas. Desde la popa, se ve una cría de delfín mular merodeando entre los viveros. Una gaviotas levantan el vuelo. Joaquín aumenta la velocidad y las olas golpean el casco de la embarcación. Otra vez el sol, el viento, el horizonte. Otra mañana en la oficina.