Calienta un ‘tupper’ de su madre en el microondas en la cocina abierta del piso que comparte con otros cuatro estudiantes. Llegar de Olot en el bus del domingo por la tarde cargado de fiambreras para (casi) toda la semana es solo una de las muchas cosas que Pere Ribes hace ‘como todos’ los chavales de comarcas que estudian en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y viven en la Vila Universitària. El empeño de este joven de 18 años recién cumplidos es ser ‘uno más’ en la facultad, algo que en los pocos meses que hace que empezó su vida universitaria, este septiembre, con 17 años todavía, está logrando con creces y con mucho esfuerzo. Algo que este joven invidente –célebre por narrar desde muy niño los partidos del UE Olot con pasión contagiosa– lleva toda la vida haciendo.

Su madre cocina tan bien que cualquiera rechaza sus ‘tuppers’, apunta entre risas. El olor que desprende la fiambrera al sacarla del microondas confirma que no miente. «Cocino poco, pero algo sí me preparo, ¿eh? Lo único que no puedo hacer es la colada, porque las lavadoras son comunitarias y me costaría identificar mis prendas, así que la ropa sí me la llevo a casa para lavarla el fin de semana», cuenta.

Estudia Periodismo –su primera opción—, profesión que le apasiona desde los 8 años y que basta con ponerle un micrófono delante para confirmar que es lo suyo, aunque este verano, semanas antes de empezar, le entraron todas las dudas. A mediados de agosto, pese a haber accedido a la carrera que quería y tener ya piso en la Vila, no lo tenía nada claro y se lo confesó a su madre, quien, como siempre, le quitó la idea de abandonar de la cabeza. «No quería venir, tenía mucho miedo a no sentirme integrado, a enfrentarme solo a un entorno en el que no conocía a nadie, un sitio tan grande, además», se sincera.

Pero en la UAB le recibió Àngela, la técnica de autonomía personal de la ONCE a quien ya conocía, porque le había hecho sesiones cuando era pequeño, y todo cambió. «El hecho de estar con alguien a quien ya conocía, que era, además, una persona cercana, con mucho tacto, mucha humanidad y mucha profesionalidad, me tranquilizó«, señala, agradecido. Y cuando conoció a los compañeros el primer día de clase –en realidad, su gran miedo– tuvo muy buenas sensaciones. «No hubo nadie que me hiciera sentir mal«, prosigue, sentado en la cama de su habitación.

Pere Ribes en el comedor de su piso compartido en la Vila Universitària. JORDI COTRINA


Ya domina el recorrido entre la Facultat de Ciències de la Comunicació –donde estudia– y la Vila Universitària –donde vive–, camino que hace a diario ayudado por su bastón. Primer reto superado: ser capaz de ir solo de casa a clase y de clase a casa. Pero la vida universitaria es mucho más que eso y Pere lo tiene muy claro. Por eso ya conoce también bien el camino a la Plaça Cívica, cuyo bar es el centro neurálgico de la vida social en el campus. «Parece un reto mayúsculo, que lo es, pero al final se convierte en rutina», explica el joven, quien tiene un par de amigos que ya conocía de antes en otras facultades, con los que a veces queda. «El hecho de salir de la rutina me hace sentir muy bien«, añade.

Todo ha sido un aprendizaje, también saber preguntar; pero la autonomía son alas para las personas que no vemos




En lo que se refiere a lo académico -no era ni de lejos por lo que más sufría, pero es también una cuestión relevante- de momento lo está aprobando todo, y está matriculado en cinco asignaturas, 30 créditos, un primer semestre de primero completo. «Al principio tienes que hacer el ejercicio de explicar al docente qué significa tu discapacidad y hacerlo para mí a veces es difícil, porque es algo que yo tengo muy integrado, pero todo el mundo lo ha entendido muy bien y se ha adaptado«, relata.

Pere Ribes camina por la UAB camino a su piso compartido en la Vila Universitària. JORDI COTRINA


Lleva pocos meses en la universidad y el cambio de vida ha sido mayúsculo, pero Pere cierra el año en que ha vivido el cambio más grande de su vida orgulloso de lo logrado, y no es para menos. «Sé ir a la farmacia de la Plaça Cívica si necesito algo, y, si me desoriento buscando cualquier otro sitio, puedo preguntar a alguien. «Todo ha sido un aprendizaje, también saber preguntar las cosas; pero la autonomía son alas para las personas que no vemos», señala.

Más allá del bastón

La integración con los compañeros de la facultad -lo que más le preocupaba- ha ido también mucho mejor de lo que esperaba. «Venía de una mala experiencia en el instituto, donde me sentí muy diferente por cómo se me miraba, porque veían el bastón más que a mí, y eso me marcó; pero eso aquí no ha pasado, y los nuevos compañeros me han ayudado mucho y me han tratado muy bien«, cuenta, feliz.

Mi madre siempre me dice que tengo que vivir, confía mucho en mí y siempre me ha dado esa fuerza y ese aliento


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Queda con Àngela, la técnica de la ONCE, una vez a la semana para ir practicando nuevos retos. El próximo es ir en tren solo a Barcelona. «La ONCE organiza los fines de semana muchas actividades y me gustaría poder quedarme el viernes a dormir en el piso e ir el sábado solo a Barcelona, sin depender de que mis padres me lleven», prosigue el joven, quien el trayecto a Olot sí lo tiene controladísimo. Si no coge el bus, va en coche con compañeros de la uni. «Hay un grupo de Whatsapp que se llama ‘UAB-Garrotxa’ en el que hay estudiantes que tienen coche; el sábado mandan un mensaje y dicen ‘mañana, Olot-UAB, tres plazas’. Siempre que puedo voy y vuelvo con un coche de estudiantes«, asegura Pere, a quien su madre siempre le ha animado a volar. «Me dice que tengo que vivir, confía mucho en mí y me ha dado esa fuerza y ese aliento que me hace falta para sentirme seguro de mí mismo y de lo que hago», agradece.