El escritor zamorano Juan Manuel de Prada publica el libro «Raros como yo», un volumen donde aproxima a figuras de la literatura que han caído en el olvido.
–Aproxima a veces con ironía, a veces con mucho humor e incluso con ternura a un ramillete de escritores y escritoras del siglo XIX y del XX de muy distintas ideologías y creencias que se salieron de los moldes culturales del tiempo en que vivieron.
–Es un libro que me lo he pasado bien escribiéndolo, producto de muchas lecturas, de muchos años y escrito al hilo de la vida. Es un libro que trata de compartir con el lector mi entusiasmo por estos proletarios del arte, por estos personajes que se han quedado en la sombra de la literatura, que se han quedado condenados a estar un poco en las notas a pie de página de las historias de la literatura y darles un realce, hacerles un homenaje, aunque sea modesto volviéndoles a poner a la luz de los focos.
–Entre la amplia nómina de autores los también hay muy conocidos.
–Efectivamente como Concha Espina, muy conocida en su tiempo, o Víctor de la Serna, que fue muy conocido por su vertiente periodística y que curiosamente era hijo de Concha Espina, que por circunstancias diversas pasan al olvido, fundamentalmente porque encontraron acomodo en su tiempo, pero luego lo perdieron al convertirse en escritores incómodos por razones ideológicas o estéticas. Otros fueron escritores malditos en vida, pero que, con el tiempo, han sido recuperados, pero la inmensa mayoría son autores que en vida no fueron aplaudidos y tras su muerte tampoco lo son.
–¿Qué criterio ha seguido en la sección?
–Es un criterio nacido de mi curiosidad lectora. Hay momentos en el que autores que te despiertan un interés y quieres leer toda su obra. Es casi un criterio vital. La segunda parte del libro está dedicada a un escritor argentino, Leonardo Castellani, y la última parte, la de las autoras catalanas, a ella llego en mi investigación de Ana María Sagi. En ese estudio me tropiezo con una generación de escritoras de los años 20 y 30 en Cataluña que me pongo a leer y son todas coetáneas a Sagi. Me resultó muy interesante porque ves un panorama rico frente a una visión un poco monocorde y estereotipada que se nos da.
–Ha mencionado autores malditos e incómodos. A lo largo de su amplia trayectoria, ¿se ha sentido como maldito?
–Maldito o raro considero que es el escritor que contraviene las ideas de su tiempo. Yo me considero un raro, indudablemente. Si raro es quien no está incómodo con su tiempo, quien no se encuentra cómodo en la época que le han adjudicado y en el país que le ha tocado, pues sí me considero un maldito. Esto no quiere decir que no quiera ser español o que no quiera vivir en el siglo XXI. Simplemente quiere decir que me gustaría poderlo cambiar, eso es la actitud del maldito, pero cambiar la realidad es bastante difícil y uno tiene que dar testarazos contra la pared, pero le toca fastidiarse.
–¿Cansa nadar a contracorriente?
–Es cansado, sí. A todos nos gustaría que las cosas que decimos parecieran encantadoras y que nos aplaudieran. El halago y el aplauso, tal vez sean cómodos, pero son letales para el escritor.
–¿Por qué?
–Porque le matan el nervio, la visión crítica y todo aquello, que a mi juicio caracterizan al auténtico escritor que es estar a disgusto en el mundo. Solo cuando estás incómodo en el mundo te planteas cambiarlo a través de las palabras. Cuando estamos demasiado a gusto en el mundo, al final, queremos vivir solamente no tenemos la necesidad de someter a controversia el mundo en el que vivimos poniéndonos a escribir. En este sentido, nadar contracorriente puede ser más cansado, pero a la postre puede ser más remunerador desde el punto de vista espiritual.
–Porque desde el punto de vista pecuniario no lo es.
–Escribir es un oficio que, honestamente, no te puede permitir una vida muy rumbosa. Es un oficio que, en todo caso, si trabajas mucho y eres insistente te puede dar para vivir modestamente, no mucho más.
–¿Se ha devaluado la literatura?
–Sí, vivimos en una época desespiritualizada y ese proceso de la sociedad tiene unas consecuencias y una de ellas es que el arte se agosta. El arte va perdiendo vigor, se convierte en algo, primero puramente esteticista y vació, pero luego ese esteticismo también muere. Entonces el arte deja de ser tal. Hay muchas expresiones artísticas que han muerto o que sobreviven de manera residual. Pienso en la ópera, casi en la música sinfónica… hay expresiones artísticas que están agonizando y la literatura, indudablemente, también. Si uno ve las listas de los libros más vendidos de hoy y las compara con las listas de los títulos más vendidos de hace 20, va a descubrir que las de hace décadas muchas de las obras que en ellas estaban pueden ser obras que ahora nos pueden parecer mediocres, pero era casi todas obras que tenían una intención literaria y una calidad. Hoy los títulos que aparece en las listas, salvo absolutas excepciones, son obras que carecen de ambición literaria, puramente funcionales que igual que son novelas podrían ser series de Netflix. Cada día se publica una novela de psicópatas que cometen crímenes rituales, algo que sucede en todo el mundo, como mucho, una vez al año. Estamos convirtiendo una anécdota estrafalaria en un género literario.
–¿Por qué sucede?
–Porque la literatura ha extraviado el rumbo, ha dejado de ser una expresión artística que aspira a alumbrar el misterio humano y se ha convertido en un entretenimiento pedestre.
–Desde su punto de vista, ¿podrá recuperar el rumbo?
–Sí, sí. Yo no soy fatalista. Creo que la historia no es cíclica sino espiraloide, de tal forma que va dando vueltas y avanzando al mismo tiempo. Creo que a una época materialista le sucede una época espiritual, a una época que desprecia la belleza le sucede otra en la que admira. Creo que los seres humanos escarmentamos de los errores.
–¿El ser escritor católico le ha pasado una mayor factura entre los propios católicos?
–Hoy en día ser católico se ha convertido, en muy poco tiempo, en algo totalmente residual y en algo que te obliga a confrontarte con el mundo. El católico llega a apartarse mucho del mundo, pero yo no. Soy una persona a la que le gusta estar en el mundo y por lo tanto, mi literatura es una literatura que, en muchos aspectos, presenta problemas y cuestiones muy propias del mundo en el que me ha tocado vivir. Esto hace que mi literatura sea una literatura problemática y yo creo que el católico actualmente, por esa necesidad que tiene de no confrontarse con los aspectos más escabrosos del mundo, ha desarrollado una estética más almibarada. El escritor tiene que ser un solitario, si yo fuera un católico modosito no podría ser el escritor que soy.
–Ahora mismo está enfrascado en la escritura, pero ¿en qué está trabajando?
–Estoy acabando una novela o novela de novelas. Se trata de una novela muy ambiciosa y muy larga que me tiene agotado y un poco desquiciado. Me hubiera gustado acabarla antes de Navidad, pero que concluiré ya en enero y espero que salga ese año. Está ambientado en los años de la ocupación nazi de París y protagonizada por todos los escritores y artistas españoles que estuvieron allí estos años. Es un microcosmos muy interesante porque convivían figuras como Picasso con exiliados y otros que estaban allí porque querían.
–En esa época vivió en la ciudad de la luz el zamorano Baltasar Lobo ¿lo incluye dado que fue uno de los artistas respaldado por Picasso?
–No lo incluyo por una razón muy sencilla porque la existencia de Lobo, a pesar de que su mujer escribió sobre su exilio en París, es una existencia oscura sobre la que no hay informaciones fidedignas. Él todavía no se ha dado a conocer como artistas, no lleva una vida pública, no aparece en la prensa de la época, ni en los testimonios de quienes escriben sobre la época. Él estaba trabajando, pero no había dado a conocer. He lamentado no poder incluirlo en la novela, pero es un texto que está muy apoyado en la documentación que he podido recoger en archivos, en cartas, en libros publicados sobre esos años y he lamentado no encontrar nada sobre él.