No has escuchado la mejor versión posible de una canción hasta que la interpreta Bruce Springsteen, con cumbres paradigmáticas en el Twist and Shout/La Bamba y en el You Never Can Tell de Chuck Berry. Y tampoco has escuchado la mejor versión de una canción de Bob Dylan hasta que no la recrean los mejores entre su medio millar de imitadores profesionales. El octogenario incombustible no ha igualado jamás el Mr. Tambourine Man que deja boquiabierto al escucharlo en directo a los Byrds, la Like a Rolling Stone original está superada por el rapeado Come una pietra scalciata de los milaneses de Articolo 31.
Dado que la recreación es más importante que la creación dylaniana, el acontecimiento del año es la aparición de Cat Power Sings Dylan: The 1966 Royal Albert Hall Concert. En el bien entendido de que la artista folk y devota del maestro no copia, sino que calca el famoso concierto en que un espectador acusó de «Judas» al cantante por haber descubierto la electricidad, insulto repetido en el lanzamiento actual de un concierto del año pasado. Antes de seguir con las trivialidades, esta majestuosa indagación de una artista que recuerda a Maika Makovski es el más exacto Dylan jamás cantado por otras personas. Se sitúa en las antípodas de la apropiación cultural de Joan Baez, empeñada en comportarse como si fuera la madre, esposa, hermana y empresaria del cantautor.
Ya se puede regresar al anecdotario que enloquece a los dylanófagos. Cat Power ofreció su concierto en el Albert Hall londinense, que ha servido incluso como improvisada pista de tenis para veteranos como McEnroe. Sin embargo, el recital originario de Dylan no se grabó en Londres, sino en Manchester. La versión pirateada atribuyó la ubicación errónea inscrita para la historia, toda una lección de ambigüedad para quienes insisten en consagrar la unilateralidad de los datos, en la patria del cantante especializado en borrar sus huellas.
Las versiones tienen por objeto corregir la hostilidad que genera la voz de Dylan, se trata de acentuar la melodía para hacerlo digerible, con una media de tres copias por canción. Comprometida con el artista, Cat Power se niega a este edulcoramiento. No es Picasso multiplicando las Meninas, sino que restaura una versión íntegra de un concierto irrepetible por el envejecimiento de su protagonista. Un dylanómano auténtico, en cuanto feligrés de la única religión que obliga a detestar a su profeta, no soporta las versiones. Sin embargo, aquí hará una excepción, como Janis Joplin por el feo Leonard Cohen. El emocionante vaciado dylaniano de Cat Power llega al extremo de copiar los errores en la larguísima Desolation Row. La mejor Dylan solo queda en segunda posición en el Mr. Tambourine Man todavía inalcanzable de los Byrds.