La inquietud de las familias por los efectos que el uso de las nuevas tecnologías pueden tener en su hijo está quedando patente en los últimos meses, con varias iniciativas emprendidas por grupos de padres en este sentido. El caso más claro son los grupos de Whatsapp creados en diferentes puntos del país (también en Baleares) por «una adolescencia libre de móvil», pero además hay otros movimientos (integrados también por docentes) que ampliar el foco y cuestionan cómo se están usando las tecnologías en el aula. En Menorca nació este verano un grupo que redactó un manifiesto en esta línea y en Esporles una quincena de familias han constitutido la comisión de trabajo «Aules lliures de Pantalles».
«Queremos generar conciencia colectiva y que se replantee el uso de pantallas en la escuela», resume Coia Sánchez, una de las impulsoras de esta comisión. El objetivo es informar a las familias de los posibles riesgos de las pantallas a partir de lo que dicen los expertos para después «generar conciencia colectiva» y «crear espacios» donde los padres se puedan «educar de forma comunitaria». También en otra fase se plantean establecer un diálogo con la escuela del pueblo, el CEIP Gabriel Comas i Ribas, para revisar y evaluar el plan de digitalización.
«No todo es blanco o negro», razona Peter Zierof , padre y profesor (con un máster en Tecnología Educativa) que forma parte de la comisión. Él aboga por educar y no prohibir ya que ve claro el potencial tecnológico en determinados casos y usos (por ejemplo con alumnos con necesidades), pero, dicho esto, expone sus matices: «Primero aprendemos a gatear, después a ponernos de pie, caminar, correr, ir en bici, conducir… con la tecnología esta progresión no se está marcando bien», advierte este padre que retrasaría hasta Secundaria el uso de estos dispositivos: «Hay que respetar las etapas y la edad madurativa de los niños».
Opina que la llegada de la tecnología a las escuelas se ha hecho de forma «muy rápida y desordenada», sin un análisis previo y fundamentado. Antes de hacer los planes de digitalización, sostiene, se tendrían que haber «reducido ratios y mirado bien «el perfil de los profesores disponibles y formarlos».
Para abordar esa formación, Zierof menciona el modelo TPACK, que propone combinar tres variables para introducir la tecnología en el aula: la idea es, desde la base del conocimiento profundo del contenido en sí, encontrar la mejor forma de enseñarlo utilizando las herramientas tecnológicas más adecuadas para alcanzar los objetivos marcados.
Décalogo de buen uso y contrato con el alumnado
El director del Gabriel Comas i Ribas, Pep Toni Ripoll, expresa sus dudas sobre cómo se podría realizar una evaluación, pero defiende la apuesta del centro y hace un balance positivo. Esta escuela fue de los primeras que plantearon a los padres comprar un dispositivo cuando los miniportátiles de Zapatero empezaron a quedar desfasados, propuesta que lanzaron partiendo del hecho de que el nivel socioeconómico de sus familias en general lo permite, apunta el director. Los niños los empiezan a usar en 4º de Primaria en clase y en 5º y 6º se lo llevan a casa. El centro tiene un decálogo de buen uso y hace firmar un contrato a los alumnos.
Asegura que la idea es usar la tecnología como un recurso más, en combinación con la educación analógica y cuando «aporte valor añadido» (no simplemente como un reproductor): «Tiene que servir para crear recursos y transformar el currículum». Por ejemplo, para realizar y exponer mapas conceptuales , trabajar de forma conjunta en documentos de Drive… Entre las ventajas, Ripoll destaca que el alumnado está «más motivado».