Durante casi dos décadas, Navarra fue una isla foral en la que gobernaba UPN. Hubo primero un quinquenio de la UCD. Después, el poder se alternó con el PSOE, que también tuvo sus días de vino y rosas, pero los «regionalistas» –así se les llama en el resto de España– eran lo que se dice «un partido de gobierno».

Paradójicamente, al mismo tiempo que el PSOE ha ido alcanzando su situación de mayor debilidad electoral, UPN se ha tornado incapaz de alcanzar el Gobierno de Navarra. Ahora, una alianza entre la izquierda, Bildu y la marca blanca del PNV le ha arrebatado su último bastión: la alcaldía de Pamplona.

La situación es de extrema debilidad. A UPN le queda la alcaldía de Tudela y una cierta hegemonía en la zona de la Ribera –la más cercana a Aragón y La Rioja–. Pero el nacionalismo, y el PSOE en sus brazos, es una alianza que no deja de acaparar poder desde la cuenca de Pamplona hasta los territorios más cercanos a Francia y el País Vasco.

Javier Esparza, que ya ha fracasado en tres elecciones como candidato a presidir Navarra, ha anunciado que abandonará el liderazgo de las listas. Han pasado cuatro meses desde que lo comunicó. UPN no tiene candidato, tampoco ningún líder reconocible que se haya postulado.

La cuestión es: ¿qué le pasa a UPN? ¿Qué ha ocurrido para que su discurso sea incapaz de conectar con una parte de la sociedad lo suficientemente amplia como para tener expectativas de gobernar? ¿Qué ha fallado en el departamento de recursos humanos para quebrar su pacto con el PP y disgregar todavía más el voto?

A lo largo de este reportaje, se irán incluyendo las opiniones de quienes han liderado la estrategia de la organización desde los años ochenta hasta hoy. Habla el expresidente del gobierno navarro Miguel Sanz. Participa también Iñaki Iriarte, profesor de Historia del Pensamiento Político, considerado hoy uno de los mejores valores intelectuales de las siglas. Por último, se incluye la opinión de lo que podríamos llamar «corriente crítica». Un grupo de históricos que prefiere no desvelar su nombre.

Es cierto que un punto fundamental ha sido el viraje del PSOE en su política territorial, pero eso sucedió hace ya ocho años, cuando los socialistas hicieron posible la llegada al poder de Uxue Barkos –el nacionalismo moderado y de derechas– con tal de derrotar a UPN.

Suelen hablar mucho los líderes de UPN acerca de Pedro Sánchez, pero hay una piedra de toque anterior que aporta más argumentos a lo que hoy sucede. Llegó en 2012, cuando se rompió la coalición que por primera vez formaron regionalistas y socialistas. Existía el compromiso tácito entre las partes de investir al que sacara más votos. Así gobernaban UPN y PSOE. Aquella legislatura, incluso gobernaron juntos.

Entonces, con esa ruptura, comenzó un proceso que, acelerado sobremanera con la llegada de Sánchez, ha concluido más o menos así: a un lado la izquierda nacionalista y no nacionalista –PSOE, Bildu, Podemos y los etcéteras– y al otro el antinacionalismo –UPN y PP–. [No se menciona a Vox porque no tiene arraigo en este territorio].

El nacionalismo de derechas, el de Uxue Barkos y Geroa Bai, se halla en una situación casi peor que la de UPN: normalizado Bildu e instaurado el eje izquierda-derecha, al no querer estar con los regionalistas, los herederos del PNV se están difuminando en Pamplona y Navarra hasta casi desaparecer.

Alrededor de todas estas circunstancias, hemos planteado a los dirigentes históricos de UPN las mismas preguntas: ¿cuál es su análisis de lo que ha pasado? ¿Qué debe hacer el partido para sobrevivir? ¿Qué es hoy UPN? ¿Cuál es su ideología? El PSOE mira a los abertzales. UPN sólo puede gobernar en solitario, ¿cómo conseguirlo? ¿Debería explorarse ya, con urgencia, el camino de pactar con la otra derecha, la del PNV?

Antes que nada, una breve descripción de los entrevistados. Miguel Sanz presidió Navarra entre 1996 y 2011. Sigue siendo el padre espiritual del proyecto. Iñaki Iriarte es afiliado y parlamentario en la Cámara autonómica, euskaldún desde niño. Los críticos son eso… los críticos.

Qué ha pasado

El tablero, como acabamos de escribir, ha cambiado totalmente en Navarra. No queda nada de aquel pacto UPN-PSN para que gobernara siempre quien ganara las elecciones. De hecho, nunca nadie ha presidido la Comunidad Foral con mayoría absoluta. Ahora, UPN sigue ganando, pero no tiene con quien pactar. El PSOE ha cruzado el Rubicón de Bildu.

Miguel Sanz dice: «En mi tiempo, no era un pacto tácito, sino un compromiso con el progreso de Navarra y una lealtad al Amejoramiento y a la Constitución. La línea divisoria que marcaba los acuerdos se trazaba entre constitucionalismo y anticonstitucionalismo. El radicalismo abertzale era una línea roja que nadie traspasaba».

A ojos de este expresidente, el PSOE «ha rebasado la línea con absoluta normalidad y descaro», poniendo como «excusa» el «haber acabado con ETA»: «Además, es falso que se haya acabado con ETA. Ese final es la historia de un proceso inacabado, como lo atestiguan múltiples hechos y actos protagonizados por sus herederos políticos».

Para Sanz, está claro: «El PSOE ha encontrado en Bildu los votos que necesita para alcanzar y retener el poder. Bildu ha encontrado en el PSOE el Gobierno que necesita para seguir blanqueando su macabro pasado poliki poliki [poco a poco]».

Los críticos, los contrarios a esta línea oficial, razonan de una manera muy distinta a la de Sanz. Dicen que, en realidad, «los tres bloques siempre se han mantenido»: centro-derecha, izquierda y nacionalistas. A su vez, dentro de los nacionalistas, una misma división entre derechas e izquierdas.

¿Qué ha cambiado entonces? «El PSOE llevaba sin gobernar desde la crisis de Urralburu. No tenían posibilidad de hacerlo. UPN ganaba las elecciones y ellos debían abstenerse o facilitar ese gobierno. Tras el decisivo final de ETA, los socialistas han encontrado que sí existe una suma que les permite llegar al poder. Y los partidos son instrumentos diseñados para alcanzar el poder». Lo expresan con realismo y resignación.

Un poco de contexto necesario: Gabriel Urralburu sigue siendo el candidato más fuerte que ha tenido el PSOE en Navarra. Siendo presidente, sonaba para ministro de Felipe González. Era uno de los barones autonómicos más carismáticos. Fue condenado por corrupción –ingresó en la cárcel– en una trama que también implicó a Luis Roldán cuando era delegado del Gobierno en Navarra. Desde entonces, el PSOE era una formación a la deriva, que actuaba como secundario de UPN.

La clave, por tanto, que diferencia el análisis de Sanz y el de los críticos es el final de ETA. Sanz lo considera un proceso inacabado que debería seguir haciendo funcionar la línea roja con los abertzales. Los críticos conciben que la desaparición de ETA altera las normas del juego y que es lógico que eso ocurra.

Iriarte juega un rol distinto porque no ha ejercido el poder. Es un intelectual que forma parte de un partido. Recuerda que, en 1996, hubo un tripartito liderado por la izquierda que incluyó a los nacionalistas moderados de Eusko Alkartasuna, pero aquello se desmoronó por el mencionado caso de corrupción. Por tanto, el viraje del PSOE, aunque levísimamente, ya empezó en aquel tiempo.

«El verdadero Rubicón lo han cruzado con el pacto de gobierno en la alcaldía de Pamplona. A muchos navarros nos puede resultar peligroso que el nacionalismo vasco esté en el gobierno, pero es cierto que muchos otros navarros lo ven con normalidad», apostilla.

Después, Iriarte pasa a definir Navarra como «una comunidad no abertzale«: «Tienen 16 escaños de 50. Navarra sigue siendo una comunidad perfectamente asentada y que constituye un marco político aceptado de buen grado por algunos nacionalistas, incluso por parte de aquellos que siguen teniendo como referencia Euskal Herria».

Cómo sobrevivir

Ya son ocho años en la oposición y probablemente sean doce, una situación inédita para UPN. ¿Qué debe hacer el partido para sobrevivir?

La formación regionalista nació tras la aprobación de la Constitución española de la mano de un abogado llamado Jesús Aizpún. Uno de los agentes implicados en aquella operación señala en charla con este diario que el dinero vino de Manuel Fraga, que necesitaba en Navarra un partido sin las rémoras de Alianza Popular; y de la familia Huarte, una de las más ricas de la región. Esta tesis también la ha compartido en distintas intervenciones Juan Cruz Alli, expresidente de Navarra con UPN, que ya merodeaba las siglas en aquel tiempo.

La razón de ser de UPN estuvo estrechamente ligada a la disposición transitoria cuarta de la Constitución, que permite un referéndum exclusivo entre los navarros para darles la oportunidad de integrarse en Euskadi.

Aquella fue la solución intermedia entre las partes del debate. Adolfo Suárez y algunos de sus ministros no veían con malos ojos que Navarra formara parte del País Vasco desde el principio. La oposición de los sectores más navarristas de la UCD desembocó en la transitoria cuarta.

Por tanto, ese mecanismo, al contrario de lo que muchos dicen hoy, no fue concebido como la oportunidad de Navarra para integrarse en Euskadi, sino como la garantía de que no lo hiciera. Pero Aizpún le dio la vuelta a la tortilla y enraizó ahí su proyecto.

Fue impactante aquella foto: Aizpún, que había sido diputado de UCD, levantando la mano para abstenerse en diciembre de 1978 frente a sus excompañeros. Acusaba a Suárez de vender Navarra al separatismo. Fraga no se presentó en Navarra en 1979 para dejarle el espacio libre.

Ese nacimiento queda muy lejano. Es un factor que no opera en la cabeza de una mayoría de votantes, según las encuestas. ¿Qué debe hacer, entonces, UPN para sobrevivir?

Miguel Sanz dice: «El primer problema de UPN es que no tiene con quien pactar». Pero luego reconoce un segundo problema: «Nos falla la aritmética, pero también la estrategia y el rearme de las ideas. No las hemos abandonado ni mucho menos reforzado».

¿Por qué? «No pretendo echar la culpa a nadie, pero el partido no se ha renovado con personas de cierta relevancia social ni se ha abierto a la nueva realidad política. Antes estábamos en el gobierno y ahora en la oposición. El cambio es difícil, pero necesario y posible. Tenemos una gran implantación territorial y un cuerpo social extraordinario. Debemos abrirlo a las nuevas realidades e ilusionarlo», arguye Sanz.

Esa implantación territorial es cierta. UPN disfruta en Navarra de una red como la que ostenta el PP en España. Hasta en el último pueblo de la Comunidad Foral hay una sede de los regionalistas. Sin embargo, Bildu está compitiendo bien en ese sentido y lo hace con un arma de la que carece UPN: la juventud.

Los críticos detectan que UPN no ha sabido viajar de ese partido «defensor» que nació en 1978 a un partido «centrista, moderado y de progreso». La solución electoral, a su juicio, pasaría por «solucionar el divorcio con el PP y aprovechar el centrismo de Feijóo«. Cosa que en Navarra resulta difícil por una cuestión: «García Adanero y Sayas han roto por la derecha». Es una paradoja –indican– difícil de resolver.

Iñaki Iriarte adelanta: «Me encantaría tener la fórmula mágica, pero no la tengo. UPN debe convencer a más gente de que, con este partido, la vida de los ciudadanos mejorará, tendrá mejores servicios, más oportunidades laborales y mejor futuro».

Este profesor de filosofía lanza el siguiente mensaje, que todavía hoy le cuesta la oposición de algunos compañeros de partido: «No me queda otra que intentar representar y convencer a más ciudadanos con propuestas que se puedan entender y mostrando más sensibilidad con todas las zonas de Navarra, sobre todo la vascohablante. También con los jóvenes y la inmigración».

¿Qué es hoy UPN?

Conforme se ha ido disolviendo la necesidad de un partido exclusivamente «defensor», UPN ha afrontado un desafío delicado: definirse para el presente y el futuro. Antes, su papel de muralla frente a tantas cosas le permitía acaparar con esa mera característica todo lo que iba desde el centro y el progresismo a la derecha más conservadora.

¿Qué es hoy el partido? ¿Qué debe ser ideológicamente? Miguel Sanz responde así: «Un gran partido con una amplia representación municipal y autonómica». Después, llama a la reconciliación con el PP, ya que atribuye parte del «desconcierto» de los votantes regionalistas a esa ruptura.

Los críticos aducen que es «un proyecto a la defensiva, anclado en el pasado»: «Hasta ahora, todas las ideas novedosas han rebotado en los muros del partido». ¿Solución? «Captar el centro-izquierda y acordar con el PP para sumar por la derecha».

Esta es la teoría de Iñaki Iriarte: «Debe ahormarse un centro-derecha de proximidad, de kilómetro cero y apegado al terreno. Con una idea clara de las diferencias entre norte y sur, urbanitas y rurales. Y la necesidad de seguir viviendo todos juntos, de buscar equilibrios y de gestionar mirando al largo plazo con prudencia y realismo».

De manera más pragmática, Iriarte señala las preguntas que UPN debe hacer a los votantes: «¿Por qué usted no me vota? ¿Por qué cree que sólo defiendo a los ricos y al Opus? ¿Por qué cree que soy antivasco? Oiga, le voy a demostrar que yo creo en el trabajo, en las oportunidades, que tengo sensibilidad social, que defiendo a los católicos, a los ateos, a los protestantes y a los musulmanes, que pido una política lingüística sensata y que traigo concordia».

¿Pactar con el PNV?

En Navarra existe un nacionalismo moderado, una coalición de organizaciones que incluye al PNV y que lidera Uxue Barkos. La marca, llamada Geroa Bai, está en una situación delicada. Alcanzó su mayor éxito en 2015, cuando Barkos logró su mejor resultado y el PSOE la invistió presidenta con el objetivo de desbancar a UPN.

Teniendo en cuenta que los socialistas no van a dar marcha atrás en sus alianzas con Podemos y Bildu y que Geroa Bai se está desdibujando precisamente por el auge de Bildu, ¿es posible un pacto entre la derecha nacionalista y la derecha no nacionalista? ¿Será un acuerdo UPN-Geroa Bai el remedio de los regionalistas para recuperar el poder?

Miguel Sanz responde: «Geroa Bai también debe reformular su estrategia, pues pierde votos en favor de Bildu». Esa «reformulación» –dice– debería ir en el sentido de establecer como «premisa innegociable» el proyecto de Navarra como «comunidad diferenciada e insertada en la Constitución española».

Dicho esto, Sanz añade: «Los acuerdos sobre sanidad, educación, economía y asuntos sociales entre Geroa Bai y UPN pueden ser más razonables para los ciudadanos y más aconsejables políticamente que los suscritos entre la izquierda socio-comunista y el radicalismo abertzale«.

Los críticos responden: «Todo el que insinuaba en UPN que había que explorar la vía del acuerdo con Geroa Bai o ese tipo de nacionalismo vasco era tachado automáticamente de traidor. Había que matarlo políticamente. Es muy difícil esa posibilidad, aunque necesaria. Sin embargo, aunque UPN diera ese paso, Geroa Bai se seguiría sintiendo más cómodo con el PSOE».

Existe una costumbre histórica que hará difícil el giro de Geroa Bai: el PNV, en tiempo de la República y la guerra, tuvo una tradición de pactos con el PSOE. En el País Vasco, eso se ha recuperado recientemente. El PSOE gobierna con los jeltzales.

Como hemos visto a lo largo del reportaje, las diferencias de análisis entre estas tres corrientes del partido son notables. Resultan un fiel reflejo del desconcierto que invade hoy a la organización.

Sin embargo, comparten una opinión. El éxito electoral de UPN sólo se producirá si la marca recupera espacio por el centro. Juan Cruz Alli, cuando dejó el partido en los noventa, montó el CDN –Convergencia de Demócratas de Navarra–. Ocupó ese hueco en los alrededores del centro.

Por primera vez, en 2003, la suma del centro-derecha logró mayoría absoluta y gobernó una coalición UPN-CDN: la prueba de que ese espacio existe y podría, con un giro radical en la estrategia, recuperarse.