Ya ha dicho por fin Sánchez que se va a reunir con Puigdemont, y con Junqueras, y todas las veces que haga falta, que el independentismo llama a nuestro presidente como antes Franco llamaba a la gente al Pardo, a una merienda inexcusable y peligrosa con reojo y crucifijo, y a la que nadie podía negarse (no como el impío Feijóo, que se niega a ir a la Moncloa, que ya es otro palacio de El Pardo con discoteca en vez de capilla). Umbral recordaba que a Ramón Gómez de la Serna lo invitaron a uno de estos encuentros en las cumbres mesacamilleras del franquismo y se fue a buscar por el Rastro un frac, como unas alas de ángel bajito, a la altura de la mantequillera de plata, como un altarcito, del matrimonio nacionalcatólico de El Pardo. Yo me imagino la reunión de Sánchez y Puigdemont un poco así, con el presidente con galas de embajador de una talla equivocada, como Cantinflas de embajador, y galas de suegro tirano para Puigdemont, recibiendo en batín, que así son los caudillos, campechanos pero acojonantes, con esas graves conversaciones removiendo la cucharilla del café o podando en el invernadero que parecen todas conversaciones sobre tu asesinato.