El Papa Francisco ha presidido como cada miércoles la Audiencia General en el Aula Pablo VI en el Vaticano y ha dedicado su catequesis a los 800 años de la realización del belén viviente en el pueblo italiano de Greccio: “Mientras en las casas y en muchos otros lugares se está preparando o completando el pesebre, nos hace bien redescubrir sus origines”.
La intención de San Francisco era “celebrar la memoria del niño que nació en Belén” y contemplar “de alguna manera con mis ojos lo que sufrió por las penurias en que se encontraba por falta de lo necesario para un niño recién nacido, cómo fue acostado en el pesebre y cómo fue colocado sobre el heno entre el buen y el asno”.
El santo italiano no quería realizar una preciosa obra de arte, sino “suscitar, a través del pesebre, el asombro ante la extrema humildad del Señor, ante las privaciones que sufrió, por amor a nosotros, en la pobre gruta de Belén”.
El belén nació como “una escuela de sobriedad” y esto, según el Santo Padre, tiene mucho que decirnos: “Hoy, en efecto, el riesgo de perder lo que cuenta en la vida es grande y paradójicamente aumenta precisamente en Navidad: inmersos en un consumismo que corroe su sentido, abrumados por una marea de distracciones y publicidad, corremos el riesgo de descuidar lo esencial”.
“Así, mientras Jesús viene a darse a sí mismo como don en la pobreza, la Navidad se ha convertido para tantos sólo en una ocasión para hacerse regalos”, ha remarcado Francisco.
Este belén de Greccio, y el que hemos preparado en nuestras casas, “nace para reconducirnos a lo que realmente es importante a Dios, que viene a habitar entre nosotros, pero también a las otras relaciones esenciales, como la familia, presente en Jesús, José y María, y los seres queridos, representados por los pastores”.
Los personajes del belén son sencillos, pobres y están en armonía con la creación: “Hace bien, entonces, pararse frente al pesebre para reordenar la vida volviendo a lo esencial. Es como entrar en un oasis para alejarse del ajetreo cotidiano, para encontrar la paz en la oración y el silencio, en una ternura no contaminada”.
El belén de Greccio no solamente habla de sobriedad, sino también de alegría. ¿De dónde procede esa extraordinaria alegría navideña?: “Ciertamente no de haber traído regalos a casa o de haber vivido suntuosas celebraciones. No, era la alegría que desborda del corazón cuando se toca con la propia mano la cercanía de Jesús, la ternura de Dios, que no deja solo, sino que con-suela. Esta es la experiencia del pesebre: percibir la cercanía de Dios de manera concreta”.
Por último, Francisco ha comparado el belén con un pequeño pozo “del que extraer la cercanía de Dios, fuente de esperanza y alegría. Es como un Evangelio vivo, un Evangelio doméstico”.