«Te quiero. Sé fuerte. Sobrevive». Rachel Goldberg repite estas palabras cada noche desde hace ya 73 días. En susurros, le habla a su hijo Hersh, de 22 años, que el pasado 7 de octubre fue secuestrado por el grupo islamista Hamás en el festival Tribe of Nova que se celebraba cerca del kibutz Re’im, en el sur de Israel. «A veces no sé si se lo digo a él o a me lo digo a mí misma para no desmoronarme», confiesa.

Su voz destila calma, pero su pecho tiembla acelerado con frecuencia. Unos espasmos involuntarios que delatan la agonía en la que viven ella y su marido Jon Polin desde que centenares de terrorista de Hamás cruzaron la frontera de Gaza, asesinaron brutalmente a 1.300 israelíes y capturaron a otros 240. Un ataque sin precedentes al que Israel ha respondido con una operación militar a gran escala todavía en curso que tiene el doble objetivo de erradicar a Hamás y salvar a los rehenes. Como consecuencia de los incesantes bombardeos, casi 20.000 gazatíes han perdido la vida en los últimos dos meses y medio, según las cifras del Ministerio de Salud de la Franja.

Sentados en un restaurante de Jerusalén frente a un grupo de periodistas de ocho países europeos, Rachel y Jon recuerdan esa mañana de sabbat con una precisión quirúrgica. El último beso de su hijo. El sonido de la alarma antiaérea. La sensación irracional de que algo horrible había sucedido. El último mensaje de Hersh: «Os quiero. Lo siento». Las llamadas sin respuesta. Los vídeos de la masacre. Y el pánico por no saber dónde estaba Hesh.

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«Tenemos esperanza»

Durante días, Rachel y Jon no supieron nada de Hersh. La Policía les dijo que la última señal del móvil de su hijo se había registrado en la frontera de Gaza sobre las 12:45 de la tarde del sábado. Fue entonces cuando comenzaron a indagar por su cuenta. Los supervivientes del festival les contaron que Hersh habían intentado escapar en coche, pero los terroristas bloquearon la carretera. Salieron del vehículo y se resguardaron en uno de los pequeños refugios antiaéreos que hay instalados a ambos lados de las principales carreteras que conectan el sur del país.

«Los que lograron escapar nos contaron que Hersh y su amigo recogieron todas las granadas que los terroristas lanzaron y las tiraron fuera del refugio. También consolaron y protegieron a las personas que estaban con ellos», asegura Jon, con el rostro compungido. «Hersh también sobrevivió», asiente Rachel. 


Momento en el que Rachel y Jon muestran las imágenes de su hijo.

Jara Atienza

Si lo dice con certeza es porque días más tarde se encontró la grabación de una GoPro que uno de los terroristas había extraviado. En ella se veía a su hijo ensangrentado y con el brazo amputado a la altura del codo subiendo a una camioneta. Como un actoreflejo, Jon busca el vídeo en su móvil. Durante 45 segundos, mientras las imágenes transcurren borrosas una tras otra, Jon y Rachel se mantienen impasibles, con la mirada perdida.

 «Aunque esté herido, tenemos esperanza», asegura Rachel. Por eso, recientemente ha viajado a Estados Unidos (su país natal) y a Ginebra, a la sede de Naciones Unidas, para exigir a la comunidad internacional que aumente sus esfuerzos para liberar a los rehenes.

«Queremos que vuelvan a casa ya»

A mediados de noviembre, Israel y Hamás –con la mediación de Qatar, Egipto y Estados Unidos– llegaron a un acuerdo de alto el fuego que duró siete días. Durante el cese de las hostilidades se permitió la entrada de ayuda humanitaria a Gaza y la liberación de 105 israelíes que estaban en manos de Hamás a cambio de la excarcelación de más de 300 presos palestinos en Israel.

Desde que se reanudó el conflicto, cada vez más países presionan al Gobierno de Israel para que pare su ofensiva a gran escala en Gaza. Es un reclamo que también exigen las familias de los secuestrados. Sobre todo después de que el pasado viernes tres rehenes israelíes muriesen a manos de las Fuerzas Armadas Israelíes (FDI), que les abatieron «por error» mientras enarbolaban una bandera blanca como señal de rendición.

«Lamentamos la trágica muerte de tres de nuestros secuestrados», expuso el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en un comunicado. En él también aclaró que no iba a ceder un ápice en su postura de continuar con su implacable operación militar en Gaza. «Es una tragedia, pero no es culpa del Ejército», sostiene Jon. A su juicio, la misión de acabar con Hamás y traer de vuelta a los cautivos es «sumamente complicada». Sin embargo, defiende, la prioridad es que «los rehenes vuelvan a casa ya».

Homenaje a los rehenes israelíes atrapados por Hamás


Homenaje a los rehenes israelíes atrapados por Hamás

Reuters

Rachel, en cambio, se muestra más tajante: confía en que pueda haber un nuevo alto el fuego. Ni siquiera los recientes e infructuosos esfuerzos del Mosad y las autoridades qataríes para negociar un nuevo intercambio de rehenes han sido capaces de socavar su ánimo. «No soy experta en estrategia militar, pero sí sé que cuando hubo una tregua, decenas de israelíes fueron puestos en libertad y se alivió el sufrimiento de los civiles de Gaza con la entrada de ayuda humanitaria», detalla. «Así que sólo puedo pelear para que se pare el conflicto otra vez», detalla. «Es lo único que me queda», reitera.  

Como ella, otras familias afectadas han expresado un creciente escepticismo sobre la operación militar israelí en Gaza. También han realizado un llamamiento al Ejecutivo para detenga los combates y negocie la libertad de los rehenes. La mera existencia de esa posibilidad es el motivo por el que Rachel se levanta cada mañana, para exigir que alguien haga algo para que su hijo vuelva.

«No es fácil», revela. Porque para llevarlo a cabo hay que recomponerse y rebobinar. Revivir continuamente la tragedia ante decenas de periodistas de todo el mundo. «Quién sabe, quizá tú vas a salvarle la vida. Quizá un civil en Gaza lee esta entrevista y se atreve a decirme dónde está Hersh», concluye.