Estaba claro que Irán no iba a rendirse tan rápidamente. Hay cierto consenso en que, aunque la decisión fuera tomada de forma independiente por los líderes de Hamás y la Yihad Islámica, la masacre del 7 de octubre fue ideada, apoyada y financiada desde Teherán. No es casualidad que Jamenei saliera inmediatamente a amenazar a Israel y a Estados Unidos con la extensión del conflicto por todo Oriente Medio ni que animara a los países árabes a iniciar una «guerra santa contra Occidente» antes incluso de la torpe operación militar de Israel en Gaza.
A lo largo de las últimas décadas, el régimen de los ayatolás ha ido extendiendo su poder por diversos países de su entorno en una operación tanto política como religiosa. Irán es un estado confesional, una república islámica, como su propio nombre indica, y esa confesión es la chií. Su enemigo no es solo el cristianismo o el judaísmo, sino todas las demás interpretaciones del Corán que no cuadran con la suya: especialmente la suní, preponderante en el mundo árabe, y su versión más radical, el wahabismo, mayoritaria en Arabia Saudí.
Además de progresar en su programa nuclear -aunque con tímida vigilancia extranjera-, Irán ha ido afianzando su influencia a base de financiar milicias ya existentes o crear nuevas en puntos neurálgicos de Oriente Medio. Hamás, desde luego, está en su órbita, pese a ser suníes. También lo está Hezbolá en Líbano, la Organización Badr en Irak o los llamados ‘hutíes’ en honor a su fundador, el jeque Hussein Badreddin al-Houthi, en Yemen. Juntas forman el llamado ‘Eje de la Resistencia’ y sus enemigos, ya quedó dicho, son tanto Estados Unidos e Israel, como sus aliados en la zona: Egipto, Arabia Saudí, Jordania y el gobierno reconocido de Saná.
Objetivo: bloquear el mar Rojo
Si al principio de la guerra entre Israel y Hamás todos los ojos se fijaron en Hezbolá, por su pasado reciente y sus amenazas al Estado judío desde la frontera norte, lo cierto es que están siendo los hutíes los más activos en la lucha. Aunque no controlan todo Yemen, sí son la fuerza preponderante en el norte del país y su fuerza militar es tan potente o más que la del ejército regular.
Desde hace meses, los hutíes se dedican a lanzar misiles de crucero y a intentar estrellar drones contra buques de guerra estadounidenses. En los últimos días, el objetivo ha pasado a ser cualquier barco israelí o estadounidense que intente adentrarse por el mar Rojo desde el Océano Índico, una de las rutas comerciales más importantes del mundo. Aunque sus líderes insisten en que «el comercio es seguro… salvo para los israelíes», lo cierto es que el destino de los misiles, a menudo errático, junto a la densidad de cargadores que cruzan el estrecho con mercancías, hace que en realidad todos estén amenazados.
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Estados Unidos, uno de los países más afectados debido a sus excelentes relaciones comerciales con Arabia Saudí, Egipto, Jordania e Israel, ha decidido poner fin a estos ataques amenazando primero con enviar una flota a la zona y anunciando este mismo martes la creación de una coalición internacional que proteja a los mercantes. El secretario de defensa, Lloyd Austin, de gira por la región, ha bautizado el proceso como ‘Operación Guardián de la Prosperidad’, un nombre tal vez demasiado rimbombante para lo que realmente esconde.
Y es que, en el fondo, hay poco que pueda hacer Estados Unidos frente a los hutíes. Podría unirse a Arabia Saudí y apoyar al gobierno legítimo de Yemen en su lucha contra los rebeldes, pero el gobierno legítimo de Yemen está tan debilitado que sería abrir otro frente probablemente para nada. Los hutíes, a su vez, están armados hasta los dientes y tienen la ventaja de controlar gran parte del litoral. Mandar barcos a la zona sería exponerlos demasiado, justo en un momento en el que conviene ahorrar fuerzas para empresas mayores.
España se lava las manos
Da la sensación de que el objetivo es más bien tranquilizar a las grandes empresas del sector e impedir que los barcos dejen de surcar el mar Rojo, con el consiguiente perjuicio para el comercio mundial. Cuatro de las mayores empresas de transporte de mercancías han anunciado una pausa en su actividad y así lo ha hecho también la petrolera BP, lo que puede provocar un alza en el precio del gas y el petróleo. Estados Unidos se compromete a acompañar a los barcos que así lo pidan si el riesgo se considera suficiente, pero es muy complicado cumplir esa promesa si se mantiene el actual tráfico en la zona.
De hecho, el inicio de la Operación no ha podido ser más desafortunado. En la información filtrada a la prensa, se hablaba de la participación de diversos aliados en la coalición y se citaba a España como uno de ellos. A las pocas horas, el gobierno de Pedro Sánchez lo desmentía: a nivel individual, al menos, España no iba a participar en ninguna operación en el mar Rojo. Otra cosa sería si la OTAN o la propia ONU requirieran de esa participación. Queda la duda de si hay más aliados en la misma circunstancia.
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Sea como fuere, la amenaza hutí no hay que tomarla a la ligera. Un grupo fanático que sigue la premisa «cuanto peor, mejor» tiene normalmente poco que perder aunque tampoco tenga demasiado que ganar. Por el mar Rojo circula ahora mismo el 12% del comercio mundial. Detener ese flujo sería un golpe descomunal para la economía del planeta, como se demostró hace algo más de dos años cuando el buque portacontenedores Ever Given se quedó encallado en el Canal de Suez, provocando unas pérdidas globales valoradas en diez mil millones de dólares diarios.
El asunto ahora será determinar qué quieren exactamente los hutíes para detener su amenaza y probablemente para ello habrá que preguntar a Teherán. Puede que Jamenei pida a Arabia Saudí que deje de apoyar al presidente Rashad Al-Alimi. Puede que exija algún tipo de contrapartida comercial o simplemente algún gesto de Israel en su guerra fronteriza con Hezbolá. Lo que está claro es que el enfrentamiento está abierto y va a ser difícil de manejar, justo lo que no quería Estados Unidos bajo ningún concepto.
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