En el norte de Gaza una excavadora sacaba durante el día los cuerpos de las víctimas de un bombardeo israelí en Jabalia cargándolos en el balde como pilas de ropa vieja. En el sur de Gaza, el mayor de los pocos hospitales que siguen funcionando fue atacado dos veces en las últimas 48 horas, mientras sus médicos amputan sin anestesia y «tropiezan con cuerpos de niños muertos» al tratar de abrirse paso por salas y pasillos, según Médicos Sin Fronteras. En la capital de Gaza, decenas de familias cristianas atrapadas en la iglesia de la Sagrada Familia han agotado su «última lata de maíz» y no pueden salir porque soldados y francotiradores de Israel «disparan a todo aquel que pone un pie fuera», según ha contado una diputada en el Parlamento británico.
No son más que unos pocos fotogramas del martirio televisado de 2,3 millones de personas, atrapadas sin agua potable, luz o combustible desde hace casi dos meses y medio. Bombardeadas día y noche. Abocadas a la indigencia en un mar de ruinas que esconden miles de cadáveres. Nueve de cada diez gazatíes han sido expulsados de sus casas por el fuego israelí y las órdenes de sus tropas, que siguen volando edificios e instituciones en uno de los castigos colectivos más sistemáticos de las últimas décadas. La respuesta del Estado judío a los 240 secuestrados y las 1.139 personas asesinadas por Hamás el 7 de octubre, según la cifra actualizada de víctimas.
A ese castigo colectivo en curso se suma el uso del hambre como arma de guerra, el desplazamiento forzoso, la destrucción deliberada de los medios de vida y el patrimonio cultural de Gaza, así como toda clase de impedimentos para la entrada de ayuda humanitaria, practicas tipificadas como crímenes de guerra. A los que tampoco escapa Hamás, aunque a una escala menor.
La credibilidad de Europa
Todo eso está sucediendo con la activa complicidad de Estados Unidos y la Unión Europea, supuestos guardianes del orden internacional y las leyes que lo sustentan. El primero pone las armas, proporciona inteligencia, financia al Ejército israelí y ha bloqueado hasta la fecha los intentos de un alto el fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU. Los estadounidenses no están contentos. El 57% desaprueba la gestión de Joe Biden en Gaza, de acuerdo con una encuesta de ‘The New York Times’, frente al 37% que la bendice. Una brecha que es todavía mayor entre los jóvenes, esenciales para que el demócrata pueda ser reelegido. Las redes han agujereado la realidad cóncava que históricamente han vendido sus medios y por el camino han roto el pensamiento único en EEUU respecto al conflicto. Esa es la verdadera ‘amenaza existencial‘ que enfrenta ahora Israel si quiere mantener su proyecto colonial, sustentado por la ocupación y el apartheid, una empresa completamente al margen de la ley.
Europa, por su parte, se hunde en la irrelevancia. Incapaz de reclamar el final de la guerra por sus divisiones internas y preso de sus dobles estándares, que están arruinando su credibilidad fuera de sus fortificadas fronteras, como ha reconocido este martes Josep Borrell. «Estamos perdiendo nuestra estatura moral en el resto del mundo, incluido Oriente Próximo«, ha dicho el jefe de la diplomacia europea en una conferencia en la ciudad italiana de Aosta. Borrell ha reconocido que el continente está dilapidando sus relaciones con el Sur Global, que «no eran buenas antes del 7 de octubre y ahora son peores», y ha explicado la parálisis de Bruselas por las distintas sensibilidades de sus países miembros. «Hay un cierto número de países listos para apoyar a Israel hasta el final porque tienen un complejo de culpa por el Holocausto, un sentimiento que no todo el mundo comparte».
El papelón es evidente. Con casi 20.000 muertos –de ellos, un mínimo de 8.000 niños– y 52.500 heridos, Bruselas sigue sin pedir un alto el fuego. No sale de las «pausas humanitarias«, un concepto que ni siquiera existía antes de que comenzara el asalto sobre el «gueto de Gaza«, como lo llamó recientemente la escritora judía Masha Gessen, tras compararlo con el gueto de Varsovia destruido por los nazis.
Enfermedades y malnutrición
Pero lo peor podría estar por llegar. La mayoría ha dejado de comer todos los días en una Gaza donde hay más niños que adultos. Entre los desplazados hay un váter para cada 700 personas. Se defeca en cubos o en la calle, todo ello según la ONU y las organizaciones humanitarias. Muchos no se han cambiado de ropa en más de dos meses. Se duerme en chabolas levantadas con palés y plásticos. Hace frío al caer el sol. Y no quedan apenas medicamentos. «Los casos de diarrea entre los niños superan los 100.000 y hay más de 150.000 casos de enfermedades respiratorias agudas entre los civiles», ha dicho este martes el portavoz de UNICEF, James Elder. «Con la malnutrición al alza entre los niños de Gaza, las enfermedades diarreicas se están volviendo letales». Elder ha subrayado que si no hay un alto el fuego y se restablece el agua potable, la higiene y el acceso a la comida, «las muertes de niños por enfermedad podrían superar a las de los bombardeos».
Israel no quiere un alto el fuego. Lo considera un regalo a Hamás, una traición a las víctimas inocentes del 7 de octubre. Este martes ha anunciado que se habría hecho con el control del campo de refugiados de Jabalia, en el norte, y ha matado a Subhi Ferwana, descrito como uno de los financieros de los radicales islamistas, al que responsabiliza de canalizar millones para sus fuerzas militares. Tras el desaguisado de los tres rehenes abatidos por los militares israelíes, el Gobierno de Netantayahu quiere ahora otra pausa para intercambiar rehenes. Pero Hamás no quiere más canjes «mientras continúe la guerra genocida de Israel«. Dice eso sí, que está abierto a cualquier iniciativa para acabar con la guerra.