Las cámaras graban al asesino entrando tranquilo, poco después de amanecer, en un chalé de Las Gabias, en Granada, vestido con chándal y guantes negros. Mide algo más de metro ochenta y lleva la cabeza y la cara ocultas tras una gorra y una mascarilla contra el covid. Cuando traspasa la verja, los dos perros pastores belgas que protegen la vivienda le saludan como si le conocieran; uno de ellos incluso coge un objeto con la boca y se lo lleva para invitarle a jugar con él.
Ninguno de los perros se inquieta ante la llegada del hombre ni lo ataca, a pesar de que este lleva una enorme y puntiaguda lanza de hierro en la mano. Poco después, entra en la casa con una llave y arrastra a la dueña, Rosario, de 38 años, hasta la habitación donde duerme su hijo de tres años. Sin mediar palabra, mata al niño. Luego, el asesino golpea a Rosario y le clava la barra a ella, que está embarazada de ocho meses. Antes de irse, intenta quemar los cadáveres y la casa, sin éxito.
Los sonidos del crimen
No hay imágenes de lo que ocurre en el interior de la casa, pero las cámaras del exterior de la vivienda recogen los sonidos que se oyen durante los crímenes y que aportaron, junto al vídeo de la entrada, información muy valiosa a la Guardia Civil de Granada para resolver el caso y detener al responsable de los asesinatos en solo dos días.
Fue el marido de Rosario quien alertó de que un intruso había entrado en su chalé y estaba atacando a su mujer y su hijo el pasado 27 de mayo. El hombre, piloto de profesión, no estaba en casa aquel día, había volado a Mallorca la noche anterior. Pero gracias al sofisticado sistema de videovigilancia de su vivienda, conectado a su teléfono móvil, pudo ver y oír casi en directo lo que estaba sufriendo su familia. También fue el primer sospechoso, aunque quedó descartado muy pronto.
Los investigadores sabían que el asesino conocía a Rosario y a su familia tanto como para que los perros de la casa confiaran en él. La Guardia Civil hizo pruebas con los dos animales y comprobó que se comportaban de manera distinta y mucho menos amigable con los agentes, con los bomberos e incluso con algunos familiares del marido de Rosario.
Además, estaban convencidos de que quien mató a la mujer y a su hijo lo hizo movido por algo personal, no solo por el nivel de violencia y brutalidad que empleó, sino porque al analizar las grabaciones de audio, descubrieron que Rosario llamó a su asesino por su nombre de pila en cuanto lo vio entrar en su casa.
Un adiestrador de perros
Ese audio, un fragmento de apenas unos segundos, donde la voz de la víctima se mezcla con otros ruidos que la distorsionan, el eco, la distancia a la que están situadas las cámaras… se convirtió en la obsesión de los investigadores de la Guardia Civil desde el principio. Conscientes de que tenían en su poder la pista definitiva para resolver el caso, todos los guardias del equipo de Policía Judicial fueron entrando en una sala, uno por uno para evitar contaminarse entre ellos, y escucharon la voz de Rosario. A todos les pareció que la mujer gritaba un nombre: Jose.
Escarbaron en la vida de Rosario y descubrieron que había recurrido, meses atrás, a un hombre llamado Jose para que adiestrara a sus perros. La Guardia Civil investigó y siguió de cerca a ese hombre, sobre todo después de que enseñaran el vídeo del asesino a un compañero del sospechoso y este les asegurara que quien aparecía en las imágenes era su amigo Jose, el adiestrador canino. Los agentes comprobaron que, además, físicamente era muy parecido al hombre que estaban buscando, un tipo alto y corpulento.
«¿Por qué quieres matarme?»
Pese a esos indicios, el instinto y la pericia de los investigadores evitaron que arrestaran al hombre equivocado. Decidieron consultar y mostrar las grabaciones de las voces del crimen en el chalé a varios ingenieros expertos en sonido y estructuras. Con su ayuda, lograron descifrar otra frase de Rosario que dio un vuelco a la investigación. Mientras estaba siendo atacada en su dormitorio, los agentes oyen respirar al asesino. También escuchan a la mujer preguntarle: «Manuel, ¿por qué quieres matarme?».
Los investigadores se dieron cuenta de que los ruidos que el hermano de Rosario hacía al agitarse, similares a los que hace un jabalí, eran idénticos a los que tenían grabados del asesino
La nueva pista dirigió las investigaciones hacia el hermano menor de Rosario. La Guardia Civil averiguó que Manuel había educado durante meses a uno de los perros de Rosario, el más joven, antes de regalárselo para que se lo llevara al chalé de Las Gabias. También, que el hombre tenía una relación difícil con su hermana desde su juventud, cuando ella se había marchado de Torredelcampo (Jaén), donde ambos crecieron, para estudiar Farmacia en la universidad. Luego, ella se había casado con un piloto y la pareja había prosperado, mientras que Manuel se quedó en el pueblo para trabajar en el campo, cuidando los olivos en las fincas de su familia y tuvo una hija con su novia de siempre.
Celos y una herencia
Los agentes descubrieron que Manuel había ido acumulando celos y odio hacia su hermana mayor y su familia. Y conocieron otro dato revelador: El padre de Rosario y Manuel había muerto en diciembre y la herencia iba a repartirse, a partes iguales, entre los dos hermanos solo dos días después de los crímenes. A Manuel ese reparto le parecía injusto y se había negado en redondo a aceptarlo.
Tras apuñalar a su sobrino, su hermana y el bebé, una niña que estaba a punto de nacer, Manuel volvió a su casa y llevó a su mujer y a su hija a tomarse unos churros para desayunar
Uno de los guardias ya había tomado declaración a Manuel, pero este se había mostrado tan afectado por la muerte de su hermana y su sobrino que el agente se había visto obligado a parar. El sospechoso parecía estar sufriendo un ataque de ansiedad, incluso llegó a tirarse al suelo, gimiendo y respirando muy fuerte, de forma entrecortada. Los investigadores decidieron revisar esa declaración y se dieron cuenta de que los ruidos que el hermano de Rosario hacía al agitarse, similares a los que hace un jabalí, eran idénticos a los que tenían grabados del asesino.
Reconstruyen entonces los pasos de Manuel la mañana de los crímenes y cruzan esos datos con los de las cámaras de tráfico. Así es como descubren que, aquel día, la cámara de un radar cercano a Las Gabias había grabado a Manuel mientras conducía su coche en dirección al chalé de su hermana. La misma cámara detectó también al hombre minutos después de los crímenes, conduciendo de regreso a su casa en Torredelcampo.
Fingió un infarto
Cuando la Guardia Civil vuelve a citar a Manuel, el hombre acude convencido de que solo quieren que termine la declaración que dejó a medias. Por eso, cuando los agentes le ponen delante todo lo que han descubierto, el hermano de Rosario vuelve a fingir. Asegura que le está dando un infarto y, para tratar de demostrarlo, vuelve a tirarse al suelo y empieza a respirar como en su declaración anterior. Los investigadores conocen bien ese sonido y se lo hacen saber: «sigue respirando así, es como respirabas mientras matabas a tu hermana». Entonces, Manuel deja de hacer ruido, pero niega haber hecho daño a su hermana y a su sobrino.
Solo derrotará ante los investigadores de la Guardia Civil cuando se ve acorralado por las pruebas. Cuando los agentes encuentran restos de sangre en su coche, Manuel termina confesando los crímenes y llevando a los investigadores hasta un torrente, en una salida de la Autovía que une Granada y Jaén, donde se deshizo de ropa y varios objetos que usó para cometer los crímenes. Entre ellos, varios cartuchos de escopeta que Manuel llevó al chalé de su hermana escondidos en un guante de látex, a sabiendas de que la mujer guardaba la escopeta de caza de su padre en un armario de su dormitorio, y que había planeado utilizar si Rosario se resistía. En el lugar del crimen, la Guardia Civil había recuperado la lanza de hierro que Manuel fabricó para cometer los asesinatos.
Tras su detención, el hermano de Rosario acepta reconstruir el crimen, pero lo hace a su manera. Solo responde a las preguntas que le van haciendo los investigadores y no le gusta entrar en demasiados detalles a la hora de recordar cómo acabó con la vida de sus familiares. Tampoco quiere explicar por qué lo hizo, solo se lamenta, afirma estar arrepentido y trata de justificarse: «No sé por qué lo hice», repite. Pero su supuesta tristeza contrasta con la brutalidad con que llevó a cabo sus crímenes y con la frialdad que demostró después de cometerlos: tras apuñalar a su sobrino, su hermana y el bebé, una niña que estaba a punto de nacer, Manuel volvió a su casa y llevó a su mujer y a su hija a tomarse unos churros para desayunar.