La historia que une a Maradona con el Nápoles empieza en verano de 1984 y desde entonces hasta hoy se ha convertido en una historia de pasión e idilio incondicional. Con el astro argentino, el equipo italiano, que hasta entonces solamente tenía en sus vitrinas dos títulos de la Copa, tocó el cielo y logró cotas insospechadas. En 1987, hace ya 33 años, ganó su primera liga y todos lo recuerdan como una auténtica hazaña porque se logró el ‘doblete’ (Liga y Copa), un hito que antes solo habían coronado los norteños Torino, Juventus e Inter, cuando el objetivo del equipo napolitano era básicamente evitar el descenso. Por eso, aún hoy, aún nadie entiende por qué razón decidió fichar por un equipo tan modesto.
La adoración que iban a sentir los napolitanos por el crack argentino ya se veía venir desde el primer instante, cuando aterrizó en la ciudad del sur de Italia procedente del FC Barcelona ya como campeón del mundo con Argentina en México’86. Unas 70.000 almas corearon su nombre cuando fue presentado en el mítico estadio de San Paolo el 5 de julio. “¡Dieeego, Dieeego, Dieeego!”. Era el comienzo de todo, de un idilio que iría más allá de lo deportivo.
Con solo 23 años, Maradona llegaba como un héroe a una ciudad pobre y desesperanzada que le recordaba a su Argentina natal y que buscaba alguna alegría a la que agarrarse para olvidar las penurias. Y después de dos mediocres temporadas, el ‘Pelusa’ respondió a las esperanzas depositadas en él. El 10 de mayo del 87, el Nápoles se proclamaba campeón de Italia después de acabar primero con 42 puntos, tres más que la Juventus. “Nápoles es mi casa”, admitía ya entonces un emocionado Maradona que llegó a rechazar poco después al Milan del todopoderoso Silvio Berlusconi por amor a la camiseta celeste.
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Un equipo a medida
Eso sí, tal era el poder del Pelusa en el club que su autoridad trascendía a la del propio presidente, Corrado Ferlaino. Le pidió un equipo a medida. “Presidente, debes comprar tres o cuatro jugadores y vender a los que la gente pita cuando reciben el balón. Tu termómetro debe ser este: Cuando yo paso el balón a un jugador y es silbado, ciao. En caso contrario, tienes que venderme, porque yo, en esas condiciones, no sigo en el club”, cuenta Maradona en su biografía ‘Yo soy el Diego’, la única autorizada por él.
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Mala vida
Títulos y alegrías deportivas aparte, Maradona siguió siendo Maradona en Nápoles. No había cambiado nada del que salió de Barcelona. Fiestas con drogas, alcohol e infidelidades salieron a la luz. Mediáticamente se trató como un escándalo el hecho de que, con su esposa Claudia embarazada, apareciera una mujer asegurando que esperaba un hijo suyo. Un hijo que muchos años después acabaría reconociendo. Además, tampoco le benefició que se le relacionara con la mafia y con la droga. En 1991 dio positivo en cocaína tras el partido contra el Bari y le cayeron 15 meses de suspensión (hasta junio del 92). Además, su nombre estaba siempre ligado al de la Camorra.
Un altar en las calles
Así pues, siete años después de su triunfal llegada como el fichaje más caro de la historia del club (7,5 millones de euros), su salida del Nápoles fue por la puerta de atrás, muy bajo de forma y con un varios escándalos a sus espaldas. Pero la afición napolitana, que se lo perdonó todo, siempre le recordará más por lo que le dio (dos Scudettos, una Coppa, una Supercopa y una Copa de la Uefa) que por los titulares extradeportivos que dejó. Con su marcha, ya nada sería lo mismo hasta 2007. Nápoles es Maradona y Maradona es, también, el Nápoles. Un idilio que, con sus claroscuros, perdurará en el tiempo. Allí es un auténtico mito, una leyenda.
Si uno se pasea por las calles de la ciudad se topa con verdaderos altares en memoria del 10, murales con su rostro, bares con temática maradoniana, un museo dedicado a él… Napoli respira Maradona.
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