Un halo de indignación cubrió a gran parte de la sociedad civil estadounidense el pasado 8 de diciembre, cuando Robert Wood, representante de EEUU ante la ONU, ejerció el derecho de veto en el Consejo de Seguridad para frenar el artículo 99 de la Carta fundacional, invocado por António Guterres, secretario general de la ONU, esa misma semana. El objetivo de utilizar dicho instrumento era tratar de forzar un alto el fuego humanitario que aliviase la catastrófica situación en la Franja de Gaza y rebajase el sufrimiento de la población civil.
Guterres había advertido horas antes de la votación lo siguiente: “la mirada del mundo, y de la historia, está puesta en el Consejo”. Sin embargo, las palabras del secretario general de la ONU no sirvieron para evitar que el fracaso de la resolución fuese un nuevo ejemplo de veto de Estados Unidos, que puede ejercer al ser uno de los cinco miembros permanente del Consejo de Seguridad (los otros son Rusia, China, Francia y el Reino Unido).
El país de la Casa Blanca ha vetado el 90% de las resoluciones que se han hecho desde este órgano contra Israel, y esta vez no fue diferente. El texto llamando al alto al fuego en Gaza obtuvo 13 votos a favor, la abstención del Reino Unido y el no estadounidense. Así, el apoyo incondicional de EEUU a Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre ha vuelto a poner de relieve el vínculo entre EEUU e Israel y especialmente en la asistencia militar que Washington ha brindado al país hebreo desde décadas.
La estratégica alianza entre EEUU e Israel
Tal y como señala Carlota García Encina, investigadora principal de Estados Unidos y Relaciones Transatlánticas del Real Instituto Elcano, la relación histórica entre Israel y Estados Unidos tendrían su primer punto de inflexión en 1967, tras la victoria de Israel sobre Siria y Egipto, los principales proxies (“aliados”) de la Unión Soviética en Oriente Medio, en un momento de contención de la Guerra Fría en el que EEUU buscaba que el conflicto no se convirtiera en una batalla mayor. Este fue el conflicto que cambió el estatus de Israel a ojos de Washington y el papel estadounidense en el conflicto árabe-israelí.
El segundo punto de inflexión se produjo bajo la Administración Reagan, que institucionalizó la relación llegando a firmarse el primer Memorando de Entendimiento (MoU) sobre cooperación estratégica en 10981 y que define la asistencia militar de EEUU a Israel, fijando expectativas a largo plazo, con una validez de 10 años. «Israel es el mayor portaaviones estadounidense, es insumergible, no lleva soldados estadounidenses y está ubicado en una región crítica para la seguridad nacional de Estados Unidos», aseguraba hace ya 40 años Alexander M. Haig, el secretario de Estado estadounidense elegido por Ronald Reagan, justificando estratégicamente la alianza.
Ahora, la ayuda estadounidense es vital para Israel, y precisamente es ese hecho el que convierte a EEUU en clave para gestionar el actual conflicto. Como indica García Encina, la Administración Biden no ha puesto en entredicho dicha ayuda, en parte porque sigue en vigor el último MoU – se han firmado tres más además del primero, durante las Administraciones de Clinton, Bush y Obama-. Según el más reciente, se asigna a Israel un mínimo de 3.800 millones de dólares anuales hasta el 2028, convirtiéndose así el país hebreo en un socio clave para EEUU en la región.
La crisis de Gaza, la apertura de un cisma
Estos hechos no quieren decir que la distancia entre Washington e Israel no sea cada vez mayor, una distancia en gran parte motivada por la dimensión internacional que está adquiriendo la crisis humanitaria en Gaza y por el descenso cada vez más pronunciado de la popularidad de Joe Biden en clave interna por este conflicto, especialmente entre los votantes progresistas y los más jóvenes. Respecto al aislamiento internacional de Israel que cada vez incomoda más a su socio estadounidense, la prueba más palpable es la última Asamblea General de Naciones Unidas con el alto el fuego exigido por 153 países, 23 más que los que votaron a favor de la tregua el 26 de octubre, superando los 141 que condenaron a Rusia por la invasión de Ucrania.
El cisma que se abre entre Washington y Jerusalén empieza a ser cada vez más evidente. Sin ir más lejos el presidente de los Estados Unidos afirmaba esta misma semana que ya que la única solución al conflicto es la de los Estados y hacía reflexiones directamente dirigidas al primer ministro israelí. “No puedes decir no a un Estado palestino”, advirtiendo al mismo tiempo de que Israel “empieza a perder apoyo” por sus bombardeos “indiscriminados”. Cabe señalar que las víctimas mortales en Gaza ya ascienden a más de 18.000, siendo más de dos tercios menores y mujeres.
Por su parte Netanyahu también externaliza sus diferencias con la Casa Blanca, además de rechazar la solución de los dos Estados, no coincide en el planteamiento estadounidense de qué hacer con Gaza una vez acabe la guerra. “Quiero aclarar mi posición: no voy a permitir que Israel repita el error de Oslo”, ha dicho el primer ministro israelí en referencia a los acuerdos firmados hace 30 años por los que se creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para gestionar una soberanía que hoy se limita únicamente a parte de Cisjordania.
La ANP está ausente de Gaza desde 2007, cuando fue expulsada por Hamás, pero ahora Estados Unidos busca su vuelta, algo a lo que Netanyahu se opone frontalmente. “Tras el gran sacrificio de nuestros civiles y nuestros soldados, no permitiré la entrada en Gaza de aquellos que educan en, apoyan y financian el terrorismo”, una idea que agita el bando opuesto a un acuerdo de paz y a la solución de los dos Estados.
La relación de altibajos entre EEUU e Israel llega por tanto a un nuevo estadio que está mermando el apoyo político de Biden en clave interna, al tiempo que debilita su liderazgo en el extranjero, ante la tardanza y la tibieza de la crítica a las acciones de Israel.