«Si me estrellara en un avión mañana, empezaría a comer carne humana al día siguiente», afirma rotundo Gustavo Zerbino, uruguayo septuagenario, empresario farmacéutico y superviviente del desastre aéreo igual de conocido como la “tragedia de los Andes” que como el “milagro de los Andes”. El 13 de octubre de 1972, un avión reservado por los jugadores del club de rugby Old Christians -Zerbino era uno de ellos- para viajar junto a amigos y familiares entre Montevideo y Santiago de Chile se estrelló accidentalmente contra un glaciar en la cordillera andina. Viajaban a bordo 45 personas, de las que 12 murieron a causa de la colisión; en el momento del rescate, 72 días después, quedaban vivas 16.
La nueva película de J.A. Bayona, ‘La sociedad de la nieve’, recrea el coste físico y psicológico que pagaron a diario quienes permanecieron atrapados a 4.000 metros de altitud esas 10 semanas, a merced de temperaturas de hasta 30 grados bajo cero y de las avalanchas, sobreviviendo gracias a la protección del fuselaje del avión, el ingenio y la imaginación, las plegarias a Dios y el alimento que les proporcionaron los cuerpos de los muertos, que eran sus amigos y, en ocasiones, sus propios parientes. «No me arrepiento de nada», insiste Zerbino. «Para vivir necesitábamos movernos, y para movernos necesitábamos energía. A nuestro alrededor solo había muerte, y nos alimentamos de los cadáveres porque eran las únicas proteínas que encontramos».
La necesidad de recurrir a la antropofagia se hizo evidente pasadas las primeras semanas, cuando el grupo supo a través de una radio que los equipos de búsqueda se habían suspendido. “Pensar en el sufrimiento que eso debía haber causado a nuestras familias en Uruguay intensificó nuestro empeño en seguir vivos”, recuerda el farmacéutico.
Contar la verdad
Después de largas discusiones, tomaron la decisión de usar los cuerpos de los pasajeros fallecidos, y también sellaron un pacto. “Autorizamos a todos los demás que nos usaran como alimento si moríamos, porque todos queríamos salvar vidas, y porque eso permitiría a los supervivientes decirles a nuestros seres queridos cuánto les queríamos”. Cuando fueron rescatados, poco antes de Navidad, se les aconsejó que no explicaran las drásticas medidas a las que habían tenido que recurrir para nutrirse. “Nos negamos, no queríamos ocultarlo aunque ello supusiera confrontar tabúes culturales, religiosos y biológicos. Actualmente, se hacen miles de transfusiones de sangre por segundo en todo el mundo; y son habituales los trasplantes de pulmón, de riñones, de retina de corazón… Lo que hicimos nosotros no es muy distinto de eso”.
Basada en el libro homónimo de Pablo Vierci, ‘La sociedad de la nieve’ es la tercera ficción cinematográfica que recrea el suceso, después del largometraje mexicano ‘Supervivientes de los Andes’ (1976) y la producción de Hollywood ’¡Viven!’ (1993), dirigida por Frank Marshall. Según Zerbino, la película de Bayona -representante española en la pugna por el Oscar y recién nominada al Globo de Oro- es la única que retrata con fidelidad la atmósfera de unidad que se estableció en la montaña. “El mundo entero nos había abandonado, y decidimos construir una comunidad solidaria en la que las normas aparecían por sí solas cuando eran necesarias. Cuidábamos permanentemente los unos de los otros, y estaba prohibido quejarse. Elegimos ser positivos y celebrar cada día más de vida. Yo decidí desconectarme de mi propia mente, que solo me decía ‘no vas a lograrlo, te vas a morir’. La mandé a paseo”.
La vida después
Aquellos 72 días tuvieron un efecto profundo en la actitud posterior de los supervivientes ante la vida y la muerte. “La experiencia amplió nuestra capacidad de dolor, de tolerancia, de paciencia y de amor incondicional hasta niveles inimaginables. Enfrentarte a la muerte de ese modo a una edad tan temprana, a la muerte de gente tan cercana a ti, inevitablemente te endurece”.
Zerbino lleva años viajando por el mundo para dar charlas y conferencias motivacionales sobre asuntos como el liderazgo y la gestión de la adversidad. “Desde que somos pequeños se nos enseña a pensar en problemas más que en soluciones, y a vivir con miedo constante al fracaso, y eso debe cambiar. Hasta las vivencias más negativas son un vehículo para el crecimiento y el aprendizaje. El accidente de los Andes fue una experiencia más en mi vida, una de tantas. Solo me acuerdo de que soy un superviviente cuando me llaman de medios de comunicación o doy charlas. Soy una persona feliz, vivo el presente y lo disfruto con intensidad. La vida es demasiado corta, pero no temo a la muerte”.
En todo este tiempo, añade, nunca ha tenido ningún reparo a la hora de viajar en avión. “Me subo, me siento, leo, duermo un poco y, al llegar a mi destino, me bajo. Es un medio de transporte muy seguro. Recuerdo un viaje entre Europa y Uruguay durante el que se desató una tormenta terrible. Mientras el histerismo se extendía entrelos pasajeros, yo me puse los auriculares y empecé a escuchar música”.