Paula Jiménez Fonseca (Oviedo, 1978) ha sido distinguida con el Premio Salud de LA NUEVA ESPAÑA en la categoría de Proyección. Especializada en tumores digestivos, trabaja en el servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), dirige el registro nacional de cáncer esófago-gástrico y acaba de obtener una beca de investigación en tumores neuroendocrinos y otra en psicooncología. Asimismo, es la coordinadora del Curso MIR Asturias, en el que lidera al equipo de tutores y profesores de simulacros, y es profesora de oncología, genética y cuidados paliativos.

–¿Cuándo decidió estudiar medicina?

–Toda la vida me ha acompañado el deseo de ser médico. Mi padre es médico, y mi madre, trabajadora social. Siempre viví el ambiente de la medicina, y a mí me contagió. Y me agrada ayudar a los demás. En todas las facetas de mi vida, lo de poder apoyar a personas que sean frágiles o que estén en una situación vulnerable es algo que forma parte de mi día a día: en mi vecindario, con mis hermanos… Siempre tuve ese carácter cuidador.

–¿La elección de oncología viene condicionada por su padre?

–La neurología despertó mi interés mientras la estudiaba. Después, en las prácticas de la carrera me llamó la atención la oncología: lo que se podía investigar, lo que estaba por llegar… Hasta el mismo día en que elegí plaza no lo tuve claro. Es una especialidad complicada, pero me siento muy afortunada de desempeñarla.

–¿Cómo se lleva el saber que nunca vas a encontrarte con un caso leve?

–Solemos comentarlo entre los oncólogos: tenemos algo que nos hace saber convivir con situaciones de una gravedad extrema. Aprendes a llevarlo. Pero es difícil y requiere experiencia. Cuando empecé, no manejaba estas situaciones como ahora. También es verdad que hay gente que me dice: «¿Cómo has escogido oncología tú, que sufres con cada paciente…?».

–¿Llega a llorar con los pacientes?

–Delante de ellos trato de no hacerlo y de controlar las emociones, pero a veces me supera la situación y la pena de un mal pronóstico a corto plazo. A veces, dándoles una mala noticia, de un escáner, de una mala evolución, son ellos los que me dicen a mí que no me preocupe, que ya lo saben y que esto podía pasar… Soy una persona frágil con el sufrimiento humano, muy emocional, y cuando un paciente sale de la consulta y se va a unos cuidados paliativos finales suelo llorar. Pero sé que he hecho todo lo que he podido y eso me da fuerza para seguir cuidando al siguiente paciente.

–¿Puede decirse que los pacientes le enseñan cosas?

–Cada paciente me da una lección de vida. Es lo más bonito de mi especialidad: ver que personas que están sufriendo son capaces de sacar la mejor versión de sí mismas. Las personas se preocupan de sus familias, te dicen que les pongas tratamientos que no les hagan tener que venir mucho al hospital, siempre por cuidar de los suyos. Con cada paciente aprendo la generosidad, y también la sensatez que se tiene en momentos de tomar decisiones difíciles. No sé en el resto de España, pero en Asturias los pacientes confían mucho en los oncólogos.

–¿Eso cómo lo percibe?

–Por ejemplo, cuando intentas explicarles sobre su enfermedad y el tratamiento, muchos te dicen: «No me lo cuente. Deme lo que usted crea que es mejor». Eso nos sucede a menudo.

–¿Cómo maneja la transmisión de malas noticias?

–Es frecuente que los pacientes parezca que vienen engañados o que sus familiares les hayan modulado la realidad de su situación. Pero les preguntas y todos saben que tienen un cáncer, aunque a veces no lo han hablado con la familia. Hay una conspiración del silencio, y ellos lo saben. Y lo que te dicen casi siempre es que no les da miedo el cáncer, ni siquiera la muerte, sino el sufrimiento. Entonces, mi mayor temor es no lograr controlar los síntomas del paciente y que siga teniendo dolor, no pueda comer, siga adelgazando, se encuentre mal… Ése es el mayor reto para un oncólogo, y a mí es lo que más sufrimiento me causa. Controlar un tumor es difícil pero, sobre todo en cánceres incurables, hay que priorizar el control de los síntomas, y no siempre lo logramos.

–¿Hay avances?

–El mayor logro de los últimos tiempos es ver pacientes con metástasis que a priori pueden parecer estar cerca del final de su vida y que logran vivir con calidad un tiempo razonable. Eso cada vez lo logramos más, y supone un triunfo importante. Estamos llegando a hacer largos supervivientes a aproximadamente el 20 por ciento de los afectados por algunos tumores con metástasis.

–A veces le toca ejercer de psicóloga…

–Cuando los pacientes son capaces de saber qué medicina tienen que tomar y qué dieta tienen que seguir, y lo hacen, su calidad de vida crece mucho. Tanto el paciente como su familia tienen que aprender a convivir con esa nueva enfermedad, entender que las cosas son así y tratar de afrontarlo. Porque si el paciente vive con la frustración de me quiero curar y no puedo, eso es un drama. Mientras que si el paciente decide cambiar su estilo de vida para aprender a convivir con el cáncer, se logran mejorías y, lo más positivo, se aprende a llevar la enfermedad con paz. Yo soy una persona muy nerviosa y sé que me costaría mucho lograrlo.

–¿Usted sería mala paciente?

–Creo que la experiencia que me ha dado la oncología me haría aprender a enfrentarme mejor, pero mi carácter me haría llevar un cáncer con cierta ansiedad.

–¿Cuánta información ha de tener un enfermo?

–Uno de los grandes retos de la oncología es saber llegar hasta la verdad que el paciente puede tolerar, hasta la «verdad tolerable». Si le damos más información, o de forma más dura de lo que es capaz de asimilar el primer día, emocionalmente se derrumba. Pero si no damos una información lo suficientemente realista, siempre vivirá con la frustración de sentirse peor sin entender por qué. Tenemos que aprender a dosificar la información que les demos, la que en cada momento van a saber gestionar, y eso se aprende con los años, equivocándote a veces.

–¿Por qué decidió meterse tan de lleno en el mundo de la nutrición?

–Cuando empiezas de residente en oncología en la planta de hospitalización, no sabes nada de cáncer, y te dedicas a cuidar a los pacientes. La mayoría o vomitan o tienen diarrea o están adelgazando o cosas parecidas… Me pasaba la vida oyendo a los familiares cosas así: «Y ahora, cuando vayamos para casa, ¿qué le doy de comer?». Yo no tenía ni idea. En la carrera no me habían preparado para esto. Fue lo que me motivó a aprender y veía que la gente lo agradecía. Por ejemplo: «Pues mire, como su marido ha tenido una diarrea, va a darle harina de algarroba, que es un alimento astringente».

–Actualmente existe una gran sensibilización sobre la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), por poner un ejemplo. ¿Considera que seguimos teniendo la impresión de que la palabra cáncer es el diagnóstico más temido?

–Es un tema que comento con los pacientes. Cuando tienes un infarto, puedes morirte más rápido que de un cáncer, pero a la gente no le suena tan fuerte. Cuando vienen con un diagnóstico de cáncer, en su cabeza tienen la sentencia de muerte, con independencia del estadio o de la gravedad de ese proceso tumoral. Ahora también llegan pacientes que creen erróneamente que tratamientos novedosos como la inmunoterapia pueden garantizar la curación.

–Usted lleva veinte años en el campo de la oncología. ¿Cómo han evolucionado las cosas?

–Han evolucionado muchísimo. Cuando empecé, teníamos unas pocas quimioterapias y, si no funcionaban, el paciente se moría. Ahora hemos integrado diversos tratamientos, más allá de los farmacológicos e incluso en presencia de metástasis, como cirugía, radioterapia, radionúclidos, radiofrecuencia, radioembolización… Vamos manejando el cáncer con muchas más herramientas. Y los oncólogos, además de tener infinidad de quimioterapias, tenemos agentes biológicos frente a alteraciones genéticas, lo que llamamos tratamientos personalizados; y la inmunoterapia, que de momento solo a unos pocos les prolonga mucho la supervivencia. Es una especialidad que se ha vuelto de una alta complejidad.

–Es imprescindible mirar al paciente a los ojos…

–Sin duda. El problema es que el tiempo del que disponemos para cada paciente es poco, y requerimos tiempo adicional al de las consultas para, por ejemplo, coordinarnos con colegas de otras especialidades, una colaboración que es clave. Lo cierto es que cada vez mejoran más los resultados, pero ese éxito es la suma de muchos, del trabajo en equipo. Hay comités multidisciplinares de tumores en los que se comentan los pacientes y se toman decisiones en equipo. Eso nos ha permitido optimizar los tratamientos y su secuencia.

–¿Volvería a elegir la profesión de médica?

–Definitivamente, sí. Mi profesión me apasiona y me proporciona una satisfacción incomparable. A diario me enfrento a desafíos complejos y situaciones difíciles, pero cada paciente me ofrece una valiosa oportunidad de aprender y crecer. Trabajar en el campo del cáncer me ha enseñado lo esencial en la vida y la importancia de poner en perspectiva los problemas cotidianos.

–¿Cuántas horas dedica al trabajo?

–En realidad, sería más preciso preguntar cuántas horas del día no dedico a la oncología y a mis responsabilidades en el Curso MIR de Asturias. Mi pasión por cada proyecto profesional es intensa, y me resulta difícil rechazar nuevos desafíos. Por ello, la asistencia clínica, la investigación y la enseñanza ocupan la mayor parte de mi jornada. Sin embargo, en los últimos años he aprendido la importancia de equilibrar el trabajo con el descanso y el ocio.

–¿Cómo se organiza?

–He establecido una rutina que incluye respetar mi sueño nocturno, dedicar una hora diaria al deporte, disfrutar del senderismo y el baile los fines de semana y participar en actividades culturales cada una o dos semanas. Este balance entre el trabajo y el tiempo personal me ha hecho más productiva y eficiente. He mejorado mi gestión del tiempo, al comenzar el día más temprano. Dedico el período de las 5.30 a las 7.00 de la mañana a responder correos electrónicos, un momento en el que me siento especialmente capaz. Las tardes las reservo para aquellas tareas que demandan mayor dedicación. He establecido un límite firme para finalizar mi jornada a las 22.00 horas. Este enfoque creo que me permite mantener un equilibrio saludable y sostenible en mi vida.

–Cuando analiza su trayectoria profesional, ¿cuáles piensa que han sido las claves?

–Considero que ser una persona responsable, trabajadora y entusiasta, con inteligencia emocional, ha sido fundamental en mi camino. Tampoco es que me vea como alguien con talentos excepcionales en comparación con otros. Sin embargo, reconozco que he tenido una gran fortuna en mi vida: estar rodeada de personas y profesionales extraordinarios. Desde mis padres, hermanos, abuelos, pareja y amigos, hasta mis profesores, compañeros de hospital, del Curso MIR Asturias, y colaboradores en diversos grupos científicos y proyectos. He aprendido algo valioso de cada uno de ellos, y considero que son ellos la verdadera clave de mis logros y avances profesionales.

–Su dedicación a la investigación es intensiva. ¿En que proyectos está centrada?

–Mi práctica clínica se centra en el tratamiento de pacientes con tumores digestivos y endocrinos. En el ámbito de la investigación, me he especializado principalmente en tres áreas: cáncer esófago-gástrico, tumores neuroendocrinos y, como parte de un enfoque integral del cáncer, en temas relacionados con la nutrición, la psicooncología y la trombosis. Dirijo la sección de cáncer esófago-gástrico del Grupo de Tratamiento de los Tumores Digestivos y coordino el registro de cáncer esófago-gástrico de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). Adicionalmente, ocupo el cargo de secretaria científica del Grupo Español de Tumores Neuroendocrinos y Endocrinos, y coordino el registro español de carcinoma adrenocortical. También formo parte de la junta directiva del grupo de Bioética de la SEOM. Además, soy co-coordinadora de tres estudios de psicooncología, cada uno de los cuales ha recibido una beca nacional. Paralelamente, dirijo cinco tesis doctorales. Recientemente, he obtenido una beca nacional de investigación en tumores neuroendocrinos para 2024. Mi compromiso con la educación médica lo desarrollo, como antes mencioné, en el Curso MIR Asturias.

–¿A quiénes considera los grandes maestros de tu trayectoria?

–Ya digo que en mi camino he tenido el honor de estar acompañada por muchos profesionales que calificaría como maestros. Sin embargo, una figura destaca en particular: el doctor Jaime Baladrón. Aunque es ampliamente reconocido como director del Curso MIR Asturias, quienes hemos trabajado de cerca con él sabemos que lo que realmente le distingue son sus cualidades humanas. Su capacidad para anteponer a la persona sobre el profesional, el trabajo sobre el estatus y la honestidad sobre todo lo demás, es realmente inspiradora. Su lema, «si la suerte te visita, que te encuentre trabajando», refleja su filosofía de una vida entregada y dedicada. Jaime ha sido un apoyo constante, y ha estado ahí en momentos cruciales de mi vida donde se abrieron caminos igualmente prometedores, ayudándome a elegir la dirección correcta.